El frío y las ausencias
Necesito hablar del frío.
En estos días de aulas heladas y de puertas abiertas, de chicos y docentes ovillados sobre sí mismos y de manos congeladas, me es imprescindible hablar hoy, ahora, del frío.No puedo pensar en otra cosa.
Necesito escribir.
Quizás las palabras me brinden el calor que hoy preciso.
Siempre le tuve miedo al frío.
Contaba mi mamá que de muy chica, cuando me bañaba, mis labios pequeñitos se ponían morados.
Y tengo también el recuerdo de haber salido del mar castañeando los dientes una y otra vez.
En alguna ocasión el frío me produjo dolor de estómago, y muchísimas veces dolor de cabeza.
El frío lástima el cuerpo y golpea el alma.
Y es el frío de hoy, el que me trae recuerdos de tiempos pasados, de momentos de tanta vulnerabilidad.
Aquella casa enorme, tan grande, tan fría y nosotros tan tristes en ella, tan carentes y tan solos.
Son recuerdos que el frío nos devuelve como algo viejo e inútil que queremos desechar pero siempre regresa.
Esos tiempos en los que combatíamos al frío en una lucha desigual, porque el frío había penetrado hacía mucho tiempo y ya era el amo y señor de nuestra casa, de nuestros cuerpos, de nuestros pensamientos.
Buscábamos calor.
Arrojábamos leña en el hogar para que ese fuego iluminara un poco nuestra búsqueda en penumbras.
Nuestra búsqueda de aquello que nos faltaba.
Aquello que no teníamos.
Porque el frío es siempre una carencia.
Sentimos frío porque nos falta calor.
Sentimos frío porque nos falta un hogar, un abrigo, calefacción, agua caliente, una comida caliente, calzado.
El frío es ausencia.
Lo sentimos.
Se siente.
El frío se siente.
El viento penetrando en el cuerpo, burlando las barreras que meticulosamente construimos con camperas y bufandas.
El frío colándose por los orificios de puertas y ventanas.
El frío que nos deja vulnerables, frágiles.
El frío que es ausencia.
Ausencia de un abrazo, ausencia de otros cuerpos.
El frío que provoca angustia y dolor.
El frío que traspasa la piel y se mete en los huesos, en los músculos.
Se mete en la sangre.
Saberme con frío es saberme vulnerable y frágil.
Construyo escudos, los fabrico con obstinación.
Intento así crear una seguridad en mi refugio, que es el hogar o es mi piel.
Y afuera, en otro lado, otra persona, y otra, y otra, y todas ellas, en alguna parte, sienten frío y duele.
El frío duele.
Frío gris.
Frío mojado.
Frío sombrío.
Necesito escribir.
Quizás las palabras me brinden el calor que hoy preciso.
Siempre le tuve miedo al frío.
Contaba mi mamá que de muy chica, cuando me bañaba, mis labios pequeñitos se ponían morados.
Y tengo también el recuerdo de haber salido del mar castañeando los dientes una y otra vez.
En alguna ocasión el frío me produjo dolor de estómago, y muchísimas veces dolor de cabeza.
El frío lástima el cuerpo y golpea el alma.
Y es el frío de hoy, el que me trae recuerdos de tiempos pasados, de momentos de tanta vulnerabilidad.
Aquella casa enorme, tan grande, tan fría y nosotros tan tristes en ella, tan carentes y tan solos.
Son recuerdos que el frío nos devuelve como algo viejo e inútil que queremos desechar pero siempre regresa.
Esos tiempos en los que combatíamos al frío en una lucha desigual, porque el frío había penetrado hacía mucho tiempo y ya era el amo y señor de nuestra casa, de nuestros cuerpos, de nuestros pensamientos.
Buscábamos calor.
Arrojábamos leña en el hogar para que ese fuego iluminara un poco nuestra búsqueda en penumbras.
Nuestra búsqueda de aquello que nos faltaba.
Aquello que no teníamos.
Porque el frío es siempre una carencia.
Sentimos frío porque nos falta calor.
Sentimos frío porque nos falta un hogar, un abrigo, calefacción, agua caliente, una comida caliente, calzado.
El frío es ausencia.
Lo sentimos.
Se siente.
El frío se siente.
El viento penetrando en el cuerpo, burlando las barreras que meticulosamente construimos con camperas y bufandas.
El frío colándose por los orificios de puertas y ventanas.
El frío que nos deja vulnerables, frágiles.
El frío que es ausencia.
Ausencia de un abrazo, ausencia de otros cuerpos.
El frío que provoca angustia y dolor.
El frío que traspasa la piel y se mete en los huesos, en los músculos.
Se mete en la sangre.
Saberme con frío es saberme vulnerable y frágil.
Construyo escudos, los fabrico con obstinación.
Intento así crear una seguridad en mi refugio, que es el hogar o es mi piel.
Y afuera, en otro lado, otra persona, y otra, y otra, y todas ellas, en alguna parte, sienten frío y duele.
El frío duele.
Frío gris.
Frío mojado.
Frío sombrío.
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