Diez años de esta nueva historia

  Crecí en otra época, en otro siglo, en otro mundo. 

  Un mundo en el que la educación patriarcal por momentos quedaba enredada en ciertos atisbos de otras perspectivas más interesantes.

  Desde muy pequeña aprendí a jugar a la mamá con mis muñecas pero también me inventé, con un pedazo de vidrio, unas pinzas y otras chucherías, un laboratorio secreto, justo detrás de la puerta de mi habitación, y allí jugué a que era una gran científica.

  A los diez años decidí que iba a estudiar letras y periodismo pero a la vez vivía enamorándome de chicos que me trataban mal y con los que imaginaba casarme y tener muchos hijos.

  Me crié en un hogar en el que la violencia verbal de mi papá era cotidiana y justificada y al mismo tiempo fue mi papá quien me enseñó a amar los libros, las preguntas, las ganas de aprender y tantas otras maravillosas.

  Nunca fui muy femenina, es cierto, ni demasiado coqueta, pero siempre imaginé que un día un bello varón descubriría a la princesa oculta en mi caparazón de niña feucha.

  Alguna vez con mi hermana hicimos causa común para evitar que decoraran nuestra habitación de rosa, pero de todas formas amábamos el mundo rosa de las telenovelas.

  Todo eso. Creo más bien que son esas rugosidades, esas rupturas, las que hacen interesantes nuestras vidas. No somos planitos y prolijos. Somos diversos, discontinuos, variados.

  No hay nada lineal ni demasiado planificado en nuestras historias. Están llenas de contradicciones.

  Mi mamá también tuvo sus aciertos y sus equivocaciones. Cuando mi hermana y yo  llegamos al mundo no quiso saber nada con eso de ponernos aritos, le parecía una barbaridad. Además, nunca dejo de firmar con su apellido de soltera (es necesaria la aclaración "de soltera" todavía, como si hubiera otra opción?) y por lo general fue una madre gratamente instruida en algunas pedagogías modernas. Pero cuando nos pescó a mi hermana y a mí jugando a "las secretarias" casi nos mata. Las secretarias eran (éramos) dos chicas jóvenes que trabajábamos en una oficina, que vivíamos solas y teníamos novios. Algo de ese juego, inocente para nosotras, algo de esa libertad e independencia le molestó, la incomodó o vaya uno a saber qué, y nos prohibió volver a jugarlo.

  Crecimos un poco a los tumbos, sin respuestas y sobre todo, sin preguntas. Las cosas eran como eran y punto.

__________

  Alguna vez escribí acerca de la cantidad de veces en mi vida que un varón me tocó la cola sin mi consentimiento. Subrayo la última parte, sin mi consentimiento. No fueron caricias, no fue divertido y definitivamente no fue placentero. Siempre fueron agresiones.

  Lo señaló porque si bien vengo escribiendo sobre estas situaciones, me llevó mucho tiempo empezar a entender (empezar: todavía sigo en ese proceso) de qué se trataba todo.

 Consentimiento. Una palabra.

 Antes de 2015 nunca había escuchado esta palabra en relación a situaciones de abusos y agresiones sexuales. Y es tan básico pensarla hoy. El consentimiento es la diferencia absoluta entre la caricia y la agresión, el placer y el terror, el acto sexual y la violación.

  ¿Alguna vez hice algo que no quería? ¿Alguna vez fue sin mi consentimiento?

  Sí, claro. No siempre se trata de violencia física. A veces es la extorsión, es el menosprecio, o es el miedo. 

  Alguna vez, sencillamente, no quise estar en el lugar que estaba, y no pude hablar. Alguna vez simplemente callé.

_______________________

  Todas nosotras, alguna vez sufrimos en mayor o menor medida, un abuso, una violencia. Pero hemos callado incluso entre nosotras. Nos daba vergüenza, miedo, angustia, contar ¿Por qué? Porque nadie quiere recordar detalles escabrosos, revulsivos. 

  Pero también porque sabemos que cuando nuestras historias no se escuchan con una perspectiva amorosa y empática, cuando nuestro receptor es misógino, machista, todo nuestro dolor se traduce en un burdo cuento pornográfico.

  El tipo que se acostó con la adolescente, el grupo de amigos que compartió a una chica en un auto, la que fue asesinada (sí, asesinada) y andaba con tantos que no se sabe quién fue. 

 Todo se convierte en una broma, un meme, una gracia. Nuestras historias dan risa, y en el mejor de los casos, exacerban el morbo. 

 Y hemos aprendido, también, que no es excepcional que esto ocurra. Es la norma, es lo habitual. Es el patriarcado. 

 Esa mirada acusatoria y burlona, está en la sociedad,  en los jueces, en las redes, en los medios.

 Por eso es tan difícil tomar la decisión de denunciar; por eso es tan difícil atreverse a decir, a contar. Porque cada vez que una historia sale a la luz y surge la ola de odiadores, no sólo apuntan a la víctima en cuestión, sino a todas nosotras. Son acciones ejemplificadoras. "Si hablás mirá lo que te puede pasar" nos dicen. 

  Revictimización, otra palabra.  Cuando una víctima relata su historia no sólo revive lo que pasó sino lo que sintió, cómo se sintió. Contar es volver a atravesar el dolor. Y si además la escucha es prejuiciosa y hostil, todo es considerablemente más dificultoso. 

  Y como las palabras no son sólo palabras sino representaciones del mundo, aprendí a mirar y a entender de otra forma, al mundo en el que vivo, a las otras, y por supuesto, a mi misma. 

_____________________________

  Muchas de nuestras historias están condicionadas por el género. De chicas aprendimos que hay cosas que nos pasan por ser niñas, chicas, señoras. Mujeres.

  Naturalizamos los miedos, las violencias. 

  Aprendimos a callar.

   Pero un día, hace diez años, una red de mujeres valientes empezó todo esto.

  O mejor dicho, lo continuó, porque sin dudas somos herederas de esas otras luchadoras, las Lanteri, las Alfonsinas, de las Grierson, de las Walsh, de tantas geniales mujeres que empezaron este camino hace tanto. 

  Esta lucha comenzó con ellas. Algo que sin dudas permaneció latente, y un 3J, hace diez años, explotó y se masificó.

  El femicidio de Chiara fue la punta de lanza, el fuego que encendió la antorcha: "¿Vamos a permitir que esto siga pasando?" fue la pregunta.

  Y aquella primera marcha fue la respuesta. 

_______________________

  Desde aquel día hubo avances y retrocesos, idas y venidas, uniones y rupturas. De todo.

  Como casi todo movimiento que se inicia.

  En estos últimos tiempos nos fue ganando la tristeza y la decepción.

  El mundo sigue girando desenfrenadamente hacia la derecha y todo lo que ayer ganamos hoy parece estar nuevamente en peligro.

  Pero sabemos, pese a todo, que lo que aprendimos ya no es posible desaprenderlo. Ya no volveremos a naturalizar las violencias, las muertes.

  Aprendimos, aprendemos. 

  Hoy marchamos por las que no están, por nuestros viejos, por nuestros trabajadores de la ciencia, por los médicos, por las niñeces, por las personas con discapacidad y por todos los trabajadores del hospital Garrahan.

  Por todos nosotros. 

  Contra todas la violencia fascista, patriarcal y capitalista.

  Nos vemos en las calles.

Comentarios

Publicar un comentario

DEJAME TU COMENTARIO!😌

Entradas más populares de este blog

Candela, la poesía y el arte como construcción colectiva. Porque nadie se salva solo.

Otras formas de poder

Es un buen tipo mi viejo

El tiempo y la belleza de los cuerpos

Buffy la cazadora de vampiros en mi vida

Recuerdos con caricias

Final

Adiós al Tren del alma

Hablemos de amor