Mamá
Nunca fue fácil ser la hija de mi mamá.
Mi mamá: Un ejemplo, una fortaleza viviente, un símbolo de lucha y autosuperación.
Un monumento.
Nunca fue fácil ser la hija de ese monumento. Diría más: No fue fácil sostener un monumento.
Mi mamá, la del bello nombre musical “Tamara”, todo con A, raro de encontrar en mujeres de su generación, lógico sin embargo para una mujer descendiente de rusos polacos. A caballo Tamara, recorriendo su infancia en un mundo de “gauchos judíos”.
Tamara la militante, la obrera, la defensora de un mundo mejor, la que caminó los barrios, recorrió calles y callecitas, siempre enamorada de algún compañero de “la causa”, creyendo poderosamente, ardorosamente, en cambiar el mundo.
Mi mamá, la del diagnóstico fatal, allá lejos, hace más de cuarenta años, “Distrofia muscular progresiva”.
La que no se quedó quieta y llorando, la que se auto inmunizó de su propio mal y lo negó hasta creer que no existía.
La que se casó y tuvo dos hijas, fingiendo que nada pasaba.
Mi mamá Tamara que ante las adversidades salió al mundo mordiéndolo a dentelladas filosas, saboreándolo a cada bocado, a cada trago.
La que ante la muerte prefirió la vida, y se reinventó, la que vivió una nueva historia que nunca había imaginado. Ya no esposa sino viuda, ya no en su casa sino en el mundo, en las calles, habilidosa como pocas, “la mejor artesana de telar en Belgrano” pese a sus músculos cada vez más adormecidos. Única, la de las condecoraciones, menciones y premios.
Tamara la luchadora incansable, amante de la vida como pocas. Defensora inamovible de su derecho a vivir y a ser feliz, sin importar lo que costara y quién quedara en su camino. Ser y vivir cada gramo, cada partícula de vida, hasta el más absoluto egoísmo.
Mi mamá, portadora de muchos de mis enojos y rabietas. Tan difícil tratar de entender por qué tantos sacrificios de amor para salvar su propio amor a la vida.
Como dije, siempre costó y pesó ser hija de ese tremendo ejemplo.
Crecí viendo y siendo testigo de cómo cada tormenta la engrandecía y la hacía más y más gigante ante mis ojos.
Desde muy chica me enseñó a despreciar las palabras de compasión, la lástima de los otros, y a valorar lo que uno es en esencia, que es en definitiva lo que es capaz de hacer con lo que la vida le ofreció.
Mi mamá. Mami. Mi mamita.
En ocasiones creemos estar preparado para enfrentar momentos dolorosos, pero resulta que cuando esos momentos llegan, nos damos cuenta que no tenemos ninguna certeza, y que, por el contrario, sólo tenemos a mano una hoja borrador y un lápiz con el que ir tachando, agregando y enmendando los pensamientos, sentimientos y hechos que improvisamos.
Quizás por todo eso nunca pensé sentir todas estas emociones juntas.
Y también por sus fortalezas y contradicciones, por sus deseos poderosos y la desesperada búsqueda de cumplir cada uno de sus sueños, es que nunca, jamás, la imaginé como un ser frágil. Como el ser frágil que hoy dijo basta.
Ahora, recientemente mamá, por primera vez pienso cómo habrá sido ser madre con una enfermedad tan implacable acechando, recorriendo su cuerpo, invadiendo de miedos y dolores esos meses. Ella siempre decía que de tanto sentir dolores estaba inmunizada.
Mi mamá, la señora viejita que durante estos últimos días me miraba con ojos nublados y sonrisa nostálgica. Creo que simplemente estaba cansada. Vivió mucha vida, toda la que quiso, se la bebió a borbotones. Toda.
Y ahora se cansó de sentir los dolores del cuerpo y del alma, se cansó de negar esos dolores.
Quizás es por eso que primero se fue su mente, que escapó de ese cuerpo tan cansado, tan golpeado. Quizás es por eso que buscó refugio en historias fantásticas, en las que ella se convertía en una heroína y nos salvaba a todos sus seres queridos.
Y ahora fue su cuerpo el que dijo “Basta, hasta acá nomás”.
Mi mamá, la que tantas noches, a escondidas de mi papá, me dio refugio en un hueco de su cama y me acurrucó en sus brazos, protegiéndome de mis miedos, cuando era tan chiquita que todavía no sabía defenderme de ellos.
Hoy simplemente espero, deseo de corazón, que todos los abrazos y todos los besos que alguna vez le dimos la hayan acompañado para saberse acompañada y para escapar del miedo...
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