Uno, dos, tres... Catorce!!!


Ayer con mi hermana vivimos un momento increíble, poderoso. Son esos momentos que sabés, en el mismo momento del goce, que van a quedar guardados para siempre y que cada tanto vas a recordar y quizás vuelvas a sentir piel de gallina.

Ayer vimos a U2 en vivo.

La primera vez que pude verlos en vivo, aguinaldo mediante, un poco de ajuste económico y ahí estaban las entradas. Campo.

Sabiamente mi hermanita me propuso salir bien temprano, y así evitar corridas, tránsito pesado, imprevistos.

Tren, costera, merienda en La Plata y otro colectivo hacia el Estadio Único.

Llegamos para escuchar a Joystick. Escuchar en un recital a un grupo de chicos que podrían ser mis hijos es raro, definitivamente. Pero la verdad es que los pibitos tenían un sonido tremendo.

Después vino Gallagher y varios hits de Oasis que el público empezó a corear.

La mayoría del público era gente de nuestra edad, muchos con sus hijos pequeños o adolescentes.

Un trago de té frío de canela y manzana (sí, ahora en los recitales venden esas cosas) y como Grachu y yo somos dos mujeres grandes, preferimos quedarnos atrás, esperando que llegara el momento.

Y el momento, así, sin anestesia llegó. Se apagaron las luces y un "Domingo sangriento" sonó por todo el estadio con un sonido impresionante que nos sacudió a todos y nos puso a saltar y a gritar como desaforados. Después llegaron "Con o sin tí",  "Still haven't found what I'm looking for", entre otros.

La emoción empezó a crecer y no sé en qué momento terminamos con Grachu bailando adelante, muy muy cerquita del escenario. 

Más emociones: "Gracias a la vida/ que me ha dado tanto/ me ha dado la risa y me ha dado el llanto" cantó Bono en perfecto castellano y yo entonces supe dos cosas: que iba a empezar a llorar y que no iba a poder parar hasta el final.

A todo esto, hasta entonces la pantalla había permanecido apagada y a los músicos no se los veía ni por casualidad. En fin, yo soy la chica que siempre va a la popular en los recitales, así que tampoco me preocupé tanto.

Pero de pronto, cuando comenzó a sonar "Donde las calles no tienen nombre", así, de golpe, la pantalla estalló en colores y los músicos subieron al escenario más alto.

Entonces, de verdad les digo, toque el cielo con las manos.

O casi.

Creo que fue la primera vez en toda mi experiencia como asistente a conciertos, que pude ver tan cerca a los músicos. Fue mágico.

Cuando Grachu los vio ahí, a nuestro alcance, me miró y su felicidad era contagiosa. Yo, para variar, no paré de llorar, con ese llanto raro que uno tiene cuando trata de contener la catarata que empuja desde adentro.

Y así pasó todo el recital.

Bailamos, saltamos, gritamos.

Todos gritamos juntos "Uno, dos, tres...catorce!!!!

Ese ritual hermoso que es el de encontrarnos todos en un espectáculo de música. Potente, íntimo, hermoso.

Momentos muy emotivos como el homenaje a las mujeres con "Ultraviolet" y la pantalla se llenó de imágenes de mujeres, algunas controvertidas, otras indudablemente valiosas como Alejandra Pizarnik, las Madres de Plaza de Mayo, Susana Trimarco e imágenes de las marchas de Ni una menos.

Después "Madres de las desaparecidos" y todo el público coreó "Y el pueblo vencerá". Y yo lloraba, claro.

Sisí, ya sé que son millonarios y que todo es negocio.

Pero yo estuve conmovida, emocionada, feliz, durante las dos horas.

Y sí, todavía lo estoy.




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