Lecturas fantásticas

Clase de quinto año. Estamos viendo literatura fantástica, uno de mis temas favoritos. 

Sin dudas los buenos cuentos fantásticos son aquellos que te hacen perder la razón. 

Los buenos cuentos fantásticos te hacen dudar, te sublevan.

Los buenos cuentos fantásticos te revelan contra el orden de las cosas. 

Tiempos y espacios se confunden, se entrelazan; las almas migran en busca de otros cuerpos; los órdenes se invierten. Arriba es abajo, la vida y la muerte son casi lo mismo.

Y todo eso pasa justamente cuando leés un cuento de Cortázar.

Así que arrancamos primero con "La noche boca arriba", uno de los relatos más perfectos que conozco. Un viaje  iniciático al centro mismo de los sueños. Sueños que se transforman en pesadillas que se transforman en realidades que se transforman en sueños y así al infinito.

Ellos leen, yo los espío mientras leen. Algunos se concentran más, otros menos. 

Llegan al final y la incertidumbre les pesa. Demasiadas puertas abiertas, pocas certezas.

_ Profesora, no entendí nada ¡Este cuento es un quilombo!

Yo les hablo de los acuerdos entre lector y texto, "déjense llevar" les digo, "no busquen lógica".

Se quejan, se enojan, se resisten.

Otro día les llevo "El pequeño asesino", una verdadera joyita del genial Ray Bradbury. Lo doy siempre y no me canso. Hace poco leí por ahí que era uno de los favoritos del autor. 

El cuento es largo, así que está vez les propongo leérselos en voz alta.

La verdad es que disfruto de la lectura. Me lo sé tan bien, lo tengo tan incorporado que le pongo gestos, entonaciones, silencios.

Mis alumnos son un buen público y mis piruetas literarias son agradecidas con un silencio conmovedor entre adolescentes que habitualmente no paran de hablar.

El silencio y alguna risa leve, ciertos gestos, algunas exclamaciones, me confirman que siguen de cerca la historia.

Termino de leer y aplauden. No es lo habitual. Aplauden y me siento aliviada. Les gustó.

Después conversamos un ratito, muy poquito porque la clase ya termina.

Me siento bien. Llegué. Hoy llegué. Hoy lo logré así que hoy me voy contenta.

_________

Quisiera decir que siempre es así, o al menos casi siempre. Quisiera decir que esto pasa seguido. Pero la verdad es que no quiero mentir. Nunca me gustaron las historias de profesoras heróicas que llegan  a una escuela y de pronto, así solitas y sin ayuda, logran maravillas. Eso no pasa, al menos no a mí. La soledad del docente en el aula es complicada.

El aula es un espacio difícil. Es árido, ajeno. El profesor llega, da la clase y se va. Sinceramente, con esta dinámica, a veces es tan difícil establecer lazos.

En fin, normalmente doy tareas que los chicos olvidan hacer en sus casas; enseño contenidos que no estudian y trabajo en un sistema que siento obsoleto y cuando lo suprimo me siento fatalmente peor, como si traicionara algún principio de aprendizaje fundamental.

Por lo general siento que la educación así concebida atrasa mil años, y yo como parte de ella.

Quizás por eso creo que es necesario tender nuevas redes por afuera del aula. Quizás por eso me fascina armar proyectos interdisciplinarios. Interactuar, enriquecernos unos de otros. Tratar de generar nuevos sentidos.

Pero la verdad es que no nos formaron para generar ese cambio.

No hay espacios ni tiempos para el encuentro.

Lo hacemos como podemos, como nos sale.

Lo hacemos de manera intuitiva.

No hay certezas. 

Son sólo búsquedas.

Son sólo intentos.

Son simplemente deseos.




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