Argentina coronavirus

"Veo el mundo progresivamente transformado en desierto; oigo, cada vez más fuerte, el fragor del trueno que se acerca, y que anuncia tal vez nuestra muerte; me compadezco del dolor de millones de personas; y, sin embargo, cuando miro el cielo, pienso que todo eso cambiará y que todo volverá a ser bueno, que hasta estos días despiadados tendrán fin, y que el mundo conocerá de nuevo el orden, el reposo y la paz."

                           Ana Frank


Como una triste penitencia, desde que empezó este calvario, todas las noches googleo "Argentina coronavirus" y leo la cifra de personas infectadas y personas fallecidas.

Personas. Siempre poner la palabra "personas" por delante. Eso lo aprendí dentro del proyecto de diversidad. No se dice "discapacitados", se dice "personas con discapacidad", no se dice judíos sino "personas judías" y así.

Todos los días, desde marzo, googleo las cifras. A veces, según la época, googleo "Italia coronavirus" o "España coronavirus", o "Francia coronavirus" para saber cómo están las cosas por allá.  Necesito saber.

Y mientras escribo esas dos palabras en el buscador, mantengo la esperanza de encontrarme con una cifra en descenso. Pero no, hace semanas que el trece mil y pico me rompe la ilusión. No baja.

Ya pase por varios estados. Hubo cierta calma expectante en los primeros meses, cuando las cifras se mantenían bajas y lentas, mientras leía  horrorizada las mil muertes por día que ocurrían del otro lado del océano como un augurio o una amenaza.

Después los números empezaron a aumentar por acá, así que por un tiempo me olvidé de Europa, que comenzaba lentamente su descenso. 

En esos tiempos, los números tragicos empezaron a crecer (personas, recordar que siempre son personas) y en Facebook se sucedían los posteos de amigas que despedían con dolor a alguna persona querida mientras unos cuantos imbéciles salían a marchar pidiendo su derecho a vivir como dice el capital, libres y liberados de todo interés común.

Y esta puta sensación de que metimos la pata hasta el cuello, que algo está muy mal en nosotros, los seres humanos.

Porque esto así no da para más, pero nos agarramos a nuestro pedacito de egoísmo y ellos, los que manejan el mundo, ellos, los dueños, ellos son capaces de dejar morir a toda la humanidad antes que replantear todo, antes que ceder su poder y riqueza.

Por suerte, como contrapartida está el arte, que no nos hace ricos ni dueños ni poderosos, pero que en estos oscuros meses nos salvó, nos encontró y nos protegió.

En fin, después llegó el calor, y como todos deseábamos y esperábamos, las cifras comenzaron a descender lentamente, de a poco mientras en Europa comenzaba la segunda ola de contagios.

Pero nuestro alivio duró poco.

Y acá estamos, cada noche un trece mil y pico me rompe el corazón y quisiera que esto se termine y que podamos recordarlo como la gran pesadilla mundial que quedó atrás y que seguramente nuestro nietos estudiarán en sus manuales escolares en un futuro.

Futuro. 

Cómo quiero esa palabra. 

Cómo me gusta. 

Un futuro para todos.

Y que termine el dolor.

Qué termine de una vez.




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