Salvarnos todos

"Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez."

           Raúl González Tuñón

Llegamos al 2021 y cuando creíamos que el final de la pandemia estaba cerca, el virus sigue destrozando todo a su paso.

Fuimos muchos los que hace un año depositamos nuestras esperanzas en las vacunas que en varios países se estaban fabricando.

Sin dudas, pensábamos, cuando llegase la cura, íbamos a poder acorralar y aniquilar al virus maldito y nos íbamos a salvar todos.

Todos.

Pero eso no está pasando. No está pasando acá y no está pasando en el mundo.

Porque resulta que la vacuna tiene precio.
Qué países acceden a ella y en qué cantidades depende de las posibilidades económicas de cada gobierno.

Sé que esto que digo no es ninguna novedad y sin embargo necesito decirlo, verbalizarlo. Porque quizás, si lo repetimos varias veces logremos entender el horror que encierra, no sólo la distribución desigual de la vacuna, sino la perversa naturalización con la que aceptamos que así sea.

Quizás así logremos indignarnos porque hay países que tienen dosis de sobra mientras otros no pueden acceder a las cantidades significativas.

Cómo no exigir ya mismo que se liberen las patentes y que la vacuna sea producida en todas partes del mundo?

Cómo no llorar de rabia ni gritar de furia si hoy la vacuna es el producto de un sistema perverso, desigual, ambicioso, insolidario?

Porque está claro, no? 
Estamos hablando de personas y de vida o muerte.
Ni más ni menos.

Sin embargo la vacuna hoy es un producto de consumo, uno más, el último y el más valioso de un sistema que le pone precio a todo, al agua, a la tierra y que responde con fuego cuando el pueblo se le planta y le dice que "no es no" a la mega minería.

Y cómo llegamos a esto?
Cómo pudimos aceptar que la realidad que vivimos es así y que no se puede cambiar?

Cómo pudimos llegar a conformarnos con lo posible?

Quizás sea un acto de valentía reconocer que el sistema nos domesticó y que estamos cómodos así, aceptando, quejándonos un poco pero no tanto como para cambiar el orden establecido.

O no, tal vez no estamos cómodos, pero probablemente tengamos la secreta esperanza de estarlo algún día, si nos esforzamos y si tenemos suerte.

Suerte.

Todo es cuestión de esfuerzo y de suerte en este sistema.

No hay tiempo de pensar en los demás.

Así se nos propone la vida, la historia, la realidad, el mundo.

Así se nos plantean las reglas de este juego.

Pero...

Qué pasaría si un día de pronto decidimos no jugar más? 
O si elegimos cambiar el juego y replantear las reglas?

Qué pasaría si un día nos salvamos todos?

En estos tiempos pensé mucho en todo esto. Cómo dije antes, no estoy planteando nada que no se haya pensado antes. Pero si tenés cerca un hijo, un sobrino, un nieto curioso, sensible y preguntón que cuestiona todo, que te pregunta cómo es posible que haya personas pobres, cómo el gobierno lo permite, por qué nadie hace nada, entonces el absurdo del sistema se hace demasiado evidente.

Pienso en todas las experiencias de producción cooperativas y solidarias que se reproducen por todos lados.
Pienso en la necesidad de problematizar y repensar nuestra forma de producir y de consumir.
Pienso en establecer una forma de construir ciencia y tecnología de manera amigable y generosa con la naturaleza y el medio ambiente.

Pienso, en definitiva, en construir otras formas de habitar este mundo.

Sé que este posteo puede ser algo utópico y que mis palabras pueden parecer inmaduras, idealistas. 
Pero hoy, francamente, estoy segura de que este es el único camino posible.

Lo otro es desolador.
Lo otro es el mundo para unos pocos.

Deseo que tarde o temprano la rabia y la indignación sean el motor y que la justicia y la solidaridad se transformen en el camino.

Y que de verdad, entonces, nos salvemos todos.




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