Nosotras, las de entonces

Un poco por la pandemia y el encierro pero sobre todo por el recuerdo latente de los afectos inolvidables, un día me encontré rastreando en las redes a mi amiga de la Facultad.

La había buscado muchas veces, pero en está ocasión tenía alguna pista, y fui por ahí.
Y la encontré.
Un par de mensajes y empezamos a conversar.

Y de pronto sucedió eso que sólo nos pasa con aquellas personas que son tan importantes en nuestra historia: la conversación fluyó con esa naturalidad tan cotidiana. Hablamos, nos pusimos al día, recordamos, reflexionamos y descubrimos que el tiempo y los años no deterioraron la confianza y el cariño.

Y entonces otro día mi amiga me envía por wassap algunas fotos viejas, hermosas.

En esas fotos somos jóvenes, con nuestros cabellos rebeldes y nuestras sonrisas enormes.

Pero no me resulta difícil descubrir que ahí detrás (o delante) de estas canas y de estas mujeres llenas de obligaciones, ahí justamente, estamos nosotras, las mismas.

Porque miro las fotos y somos esas dos chicas universitarias, esas dos chicas a las que nos fascinaba conversar durante largas horas, de literatura, de amores, de militancia y de tantas otras cosas.

Y ahora nomás me vienen miles de recuerdos.
Mucha historia.

Por aquellos años la vida para mí era bella y difícil.

Amaba mucho y sufría bastante, vivía con mis viejos y la situación económica en mi casa era muy complicada, yo misma tenía un trabajo absolutamente precarizado y siempre andaba con muy poca plata.

La vida era difícil, ya lo dije.

Muchas veces me sentí mal, lo recuerdo, por no tener una linda pilcha para salir, por no poder comprar los apuntes a tiempo, por almorzar un alfajor o un pancho.

Pero tenía la Facultad, que era el lugar más lindo del mundo.

Y tenía amigos.

Mis amigos.
Creo que mis amigos siempre fueron, y son, mi capital más grande

Cuántas veces estudié de apuntes prestados, cuántas veces me invitaron con una cerveza o un café, cuántas veces "me hicieron el aguante" hasta que pudiese cobrar el sueldo.

En realidad, cuando estábamos juntos la pasábamos bien con muy poco. 
Aquellos viernes, por ejemplo, cuando salíamos de cursar Teoría Literaria III y nos íbamos para el centro, nos comprábamos unas pizas de esas muy baratas y una gaseosa y nos sentábamos frente al obelisco a comer y a charlar, después nos íbamos a ver a Dolina, al Tortoni o a Centro Cultural San Martín, o recorríamos las librerías de libros usados de la calle Corrientes, ávidos y curiosos.

Mis amigos.
Mi red.

Por aquellos años yo trabajaba a unas diez cuadras de la Facultad, en un instituto dónde preparaba alumnos para rendir libre. Cuando salía de trabajar, a veces me quedaban varias horas muertas y entonces rumbeaba para la facu, porque volver a provincia era una idea casi delirante.
A veces, si tenía unos pesos, me iba sola al cine que estaba a una cuadra del Instituto dónde trabajaba y enganchaba la primera función, que era la más barata.

Otras veces me iba directamente a la Facultad. Allí pasaba horas. Filo era por entonces mi segundo hogar. Ademas de cursar, ahí almorzaba; estudiaba, sentada en alguna mesita del bar; conversaba con otros estudiantes o tenía reuniones rosqueras de militancia, y tanto más.

Y otras veces, muchas, iba a la casa de mi amiga, que siempre me esperaba con un mate.

La cantidad de mates que nos tomanos juntas en aquellos años, en aquel patiecito que me encantaba, la cantidad de confesiones que nos hicimos, la cantidad de risas y complicidades.

La casa de mi amiga era un PH de esos que tienen un patio central y varias habitaciones alrededor. Cuando yo entraba a esa casa, no importaba cómo ni cuándo, no había manera de no sentirme bienvenida.

Aquellos fueron años intensos, iniciáticos.
Fueron comienzo.

Y después todos terminamos de cursar.
Un poco decepcionada, yo dejé de militar en la Facultad y además pude tomar horas de clase en mi barrio y dejé de ir a capital.
De a poco el grupo de amigos que fuimos se fue desgranando.

Pero ahora que nos reecontramos, me cuenta mi amiga que un día tuvimos una conversación en la que yo, abiertamente, rompí mi relación con ella.
Sinceramente no recuerdo esa charla y no me sorprende. Creo que hay por ahí unos cuántos años en los que tomé varias decisiones desafortunadas.

Pero es historia ya.
Y cómo dije, mis amigos fueron y son mi gran capital.

Y entonces creo que está bueno, en estos momentos difíciles, encontrar el tiempo y el camino para recordar, para pedir perdón y para agradecer a las personas queridas por todo, por tanto.





Comentarios

  1. Los años de cursada ya sean en la facu o en el profesorado guardan esos recuerdos imborrables casi mágicos , ya ahora a la distancia nos decimos a nosotras mismas valio la pena, el recorrido , el esfuerzo pero por sobre todas las cosas como mencionas vos , los encuentros esos que hoy extrañamos horrores por culpa de esta puta pandemia , me encanta leerte , besos

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