Toda cana es política

 Si me pongo a pensar, no sé cuál fue el momento exacto en el que decidí dejar que mis canas crezcan libres sobre mi cabeza.

No recuerdo un día en particular.

Sé que empezó con la cuarentena del 2020. No quería salir a ninguna parte, me había tomado el encierro muy en serio, y si hasta entonces la peluquería nunca había sido prioridad en mi vida, mucho menos lo sería en plena pandemia.

Después se sumó cierta austeridad que me dejó como aprendizaje todo lo vivido en cuarentena.
Y casi al mismo tiempo, en forma continua y superpuesta, descubrí que éramos muchas las "señoras" que decidimos no seguir maquillando nuestras cabelleras. Sitios de Instagram, fotos de actrices famosas y movidas feministas le dieron un poco de contenido a todo esto.

Así que los meses pasaban y las canas empezaron a asomar y a avanzar.
Al principio las observé con cierto resquemor, con dudas. La que iba apareciendo en el espejo era yo y no era, no era la imagen que construí durante décadas. Era una mujer más vieja, sin dudas. Verme así y acostumbrarme fue un ejercicio de paciencia y perseverancia. De a poco las hebras de plata me fueron simpatizando y lo que hoy siento es un alivio increíble. Las canas y yo estamos en paz.

En lo personal siempre intento no ser fundamentalista de nada. Quiero decir que creo que está muy bien si querés dejarte las canas y también está muy bien si querés teñirte. Está muy bien si vas de una decisión a otra y si después de un tiempo se te ocurre que tu pelo plateado vuelva a tener colores.
Todo lo que decidamos hacer cada una de nosotras con nosotras mismas está muy bien siempre.

Lo que no está bien es esconder lo que somos por miedo a la crítica, lo que no está bien es tapar para que no nos cuestionen, lo que está mal es que el mundo del consumo nos diga cómo vivir.
Lo que está mal, en definitiva, es que nos cuestionen, nos censuren por ser viejas, o gordas o feas.

A veces veo a alguna pibita que se deja el vello en la axila y la admiro, de verdad, aunque siento que no podría ser capaz de hacerlo. Creo que no me gustaría, y digo "creo" porque hoy sabemos que muchas de nuestras "elecciones" no son tan libres como creíamos. Nacieron condicionadas por un sistema cultural que nos enseñó desde muy chicas qué nos tiene que gustar y qué no.

Por eso, recuerdo, cuando tenía la edad de esa pibita y hasta no hace mucho tiempo, no podía salir a la calle en músculos si tenía un poco de vello crecido bajo el brazo y no podía usar bermuda o pollera si tenía un par de pelos  en las piernas. Ni hablar de ir a la pileta si el cavado no estaba en condiciones.

A cuánta autocensura nos acostumbramos, no?

Sin ir más lejos, hasta no hace mucho tiempo mostrar las tiritas del corpiño estaba mal. Eran cuestiones que no se conversaban, pero se daban por ciertas. Las tiritas del corpiño no se podían ver. Había que esconderlas. Durante años recuerdo haberles dado puntadas para que quedaran ocultas bajo una musculosa, y estaba aquella que sabía qué artimaña usar para que no se vieran en la espalda.

Para "ayudarnos" el mercado nos ofreció algunas posibilidades. Así aparecieron las tiras de silicona, pegajosas y molestas, y más tarde las de colores desmontables. Esas modas duraron poco. Hoy mostramos el corpiño y no parece ser un problema. Pero eso llevó un tiempo largo.

La verdad es que siempre nos dijeron lo que no debemos, lo que no podemos mostrar.
No debemos mostrarnos gordas, poco femeninas, viejas.

Porque claro, nuestros cuerpos son los verdaderos productos de consumo, y en verdad todo lo que compramos para hacerlos atractivos son inversiones para hacerlos encajar en el mercado.

¿Cuánta industria está destinada a nuestros cuerpos?

Podemos hablar durante horas acerca de la importancia del acicalamiento y la coquetería como forma de control del patriarcado a lo largo de la historia.

Adelgazar, hacerse las tetas, teñirse, depilarse, maquillarse.
Y tanto más.

Parecen cuestiones menores, tan insignificantes. Parecen detalles sin importancia. Ahí está la cuestión, porque cada uno de esos detalles construyen nuestro día a día, nuestra cotidianeidad, nuestro vínculo con el mundo.
Y sin dudas, somos ese día a día.
¿Cómo vas a encarar el próximo día? ¿Cómo construís tu imagen frente al mundo cada mañana?

Yo creo que todas nuestras libertades, por más pequeñas que sean, tienen años de luchas y de debates. Atrás de estas conquistas aparentemente banales hay una mirada más profunda de oposición a todos esos consumos que contribuyen a construir cuerpos modelizados.

Hay quienes dicen que dejarnos las canas hoy es una moda. En ese caso yo celebro que esa moda en cuestión se base simplemente en ser. Sin tener que comprar, consumir, hacer, tapar, cambiar.

Esas mismas voces dicen, esperan también, que el feminismo sea una moda. 
"Ya se les va a pasar".
Nos siguen pensando niñas. 
Caprichosas, inocentes, bobas. 
Niñas que nunca entienden, ni siquiera lo que sucede con ellas mismas, que no saben realmente lo que quieren.
Niñas que necesitan que les expliquen qué hacer y cómo hacerlo.

Y no, no somos niñas bobas. No lo somos.
Jóvenes, viejas, maduras, pequeñas.
Niñas bobas no.

Por eso, no importa si te dejas las canas o no. No importa si lo hiciste siempre, antes que las otras. Tampoco importa si además de las canas te pintás el pelo de verde o de violeta. Lo que sí creo que importa es que tengamos claro a quién pertenece la decisión, de dónde surge el deseo.

Que ninguna de nosotras subestime estos cambios, que seamos capaces de darles un contenido político a nuestras acciones cotidianas, que problematicemos esas decisiones. 

En definitiva, que podamos ver que nuestras experiencias personales están cargadas de experiencias sociales y que siempre detrás (o delante) hay una construcción política.

Porque es indispensable pensar en el capital y en el patriarcado con una misma mirada que los integre y los abarque. 
Hay una industria construida en torno a nuestra estética, hay siglos de educación cultural y de mensajes sociales sobre nosotras y el aspecto que debemos tener.

El mundo nuevo que imagino, el que sueño, ese mundo socialista de verdad, no puede construirse sin una mirada auténticamente feminista.

Pensar y politizar nuestra mirada cotidiana, creo, es la tarea.



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Comentarios

  1. Poder amar y amarnos sin tanto condicionamiento

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  2. Tengo fijo el olor a tintura, de niña se me quedó impregnado en las fosas nasales y cada tanto calculaba hasta cuando tendría la suerte de no caer en ese obligado ritual. Ahora casi llegando a los 40 me alegra militar una dependencia menos.

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  3. Mi primer cana emergió a los 24 años, quizás un poco antes de cumplirlos. Al principio era un juego descubrirlas, hasta que sucumbí a la moda de los reflejos. El mientras es lo difícil y en la cuarentena no lo logré. Me encantan y quizás en un futuro estén descubiertas brillando color luna a la luz del sol 🤍

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    1. Yo también empecé con los reflejos. A lo mejor Un día me los vuelvo a hacer, a lo mejor me tiño y tal vez las dos estemos con nuestras cabecitas plateadas sin drama. Pero elijamos sin fantasmas ni miedos.

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  4. Lo importante siempre, es que la decisión sea personal y de acuerdo a lo que nos haga sentir bien.
    Comparto la reflexión sobre los mandatos sociales, capitalistas, consumistas y patriarcales, ni que hablar de los modelos de belleza, que van cambiando según las épocas (de la historia del mundo y de las nuestras), pero coincido con la Freijo, con respecto a que habría que resignificar a la Estética, y también entender, que se puede ser feminista y también "coqueta" que no son dos conceptos que se oponen, hasta ella una de las mayores referentes, es seguidora de páginas de insta de médicas esteticistas. Igual que vos, respeto las decisiones personales y aplaudo que te dejes las canas si eso te hace bien 🥰👏👏

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    1. Fantástico! Re banco a la Freijo y coincido en tu mirada. Creo que el problema no es la coquetería sino, por un lado todo el mercado que se genera en torno a la estética, y por otro lado el modelo casi único de belleza que deja afuera a la que no lo acepta. Ojo que no me dejé las canas porque me da lo mismo estéticamente, me las dejé porque tengo una mirada estética sobre mi aspecto. Digo, la coquetería no la pierdo.

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