San Valentín y el amor romántico
Estoy conversando con mis colegas docentes. No sé cómo comento algo acerca de una amiga, que es como una tía para mi hijo. Una compañera me pregunta si mi amiga tiene hijos grandes.
"No, mi amiga no tiene hijos. Nono, tampoco está casada".
Mi compañera pone cara de decepción:
_ ¡Qué pena! _me dice, o algo parecido.
Le digo que no, que no hay pena, porque mi amiga es una persona muy feliz y la pasa muy bien así como está, solterísima.
No hay forma, la cara de pésame no se va.
Es difícil creerlo, pero aún hoy, con todas las conquistas y con todo lo que aprendimos, ser una mujer adulta y estar soltera es motivo, al menos, de desconcierto. Ya le dediqué varios posteos a esta cuestión de cómo recuerdo que se percibía la soltería de la mujer cuando era chica, pero increíblemente aún hoy pesa un cuestionamiento sobre esas mujeres.
Yo misma, que me casé casi a los cuarenta, escuché varias veces la advertencia: "Mirá que se te va el tren".
La advertencia es clara: apurate, agarrate del que venga.
Pues claro, sobre nosotras oscila el péndulo de un enorme reloj imaginario que nos advierte que pronto serán las doce y que si no nos apuramos no habrá príncipe ni principitos ni final feliz.
A correr entonces, a enamorarse, ciegamente, locamente. No pienses más. El tren se va, dejá todo y corre tras él.
Siempre que pienso en todos estos mandatos me pregunto cómo es posible que en diferentes culturas, en sistemas políticos opuestos y a lo largo de la historia de la humanidad, el mensaje siempre sea el mismo.
Seguir a un hombre.
Pertenecer a un hombre.
Ser sumisa, abnegada.
Y es que desde siempre la gran disputa fue y es por la territorialidad sobre aquellos espacios que el hombre habita. Sobre las tierras, sí, pero también sobre los cuerpos. Las palabras que en nombre del amor se utilizan para hablar de nuestros cuerpos son potentes metáforas. Se refieren a habitarnos, poseernos, conquistarnos. Los cuerpos de la mujeres, igual que las tierras, son terroritorios de conquista. Vigilar y definir la capacidad de reproducir, es tener control sobre la economía, sobre la educación, sobre la cultura.
Entonces claro, surge San Valentín como la gran comercialización del romance, vendiéndonos el deseo de pertenecer. Inmenso San Valentín, y todo se llena de corazones y de bombones y muchas flores y más y más corazones.
Por todos lados se nos advierte que sólo el amor nos va a salvar.
Pero no cualquier amor, el amor de una pareja.
El par, el complemento.
Porque no importa si estudiamos, si trabajamos; no importa si estamos rodeados de amigos, si construímos nuestros propios deseos. No estaremos completas si no tenemos un hombre al lado que nos complete.
Y entonces el zapatito volverá a nuestro pie y entonces estaremos finalmente completas.
En fin, con todo esto no quiero decir que las mujeres solteras estén libres de opresión o que enamorarse sea una forma de sometimiento, porque cualquier fórmula que nos indique cómo vivir o qué sentir sería un nuevo mandato que deberemos destruir. A esta altura de mi vida quisiera pensar que un día no muy lejano seremos capaces de crear una sociedad que incluya a todas las formas de vivir el amor y el desamor.
Tampoco se trata de no festejar eh. Estoy convencida de que no hay nada más lindo que buscar excusas, motivos, para festejar en grande.
Cualquier día, hoy, mañana, cuando quieran, levantemos copas y brindemos por el amor. El amor libre, desordenado, inesperado; el amor reflexivo, atinado, prolijo. Ese amor profundo y necesario que sentimos con una pareja, con la vida, con los amigos, con las personas que queremos, con los deseos, con nosotros mismos, con la vida.
Hoy leí entre tantos posteos y dedicatorias uno que rescaté por su claridad:
ResponderBorrar"Disfrutá sin destruir.
Feliz día de los enamorados ."
Creo que se trata de no poner fechas , desprenderse de la temporalidad, quizás lo que algunos alegra a otros destruye. Seguro que mañana no habrá posteos y dedicatorias como los que vi hoy, mañana se terminó el amor.
Por eso digo, si de festejar se trata, festejemos el amor, la vida, todo. Pero que no funcione como forma de disciplinarnos.
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