Nuestros miedos

 "Si no tenemos los mismos miedos 
Entonces no tenemos los mismos derechos"
Sol_despeinada

Vulnerable

La primera vez que me metieron una mano tenía 11 años. Era de tarde y había ido al quiosco a comprar una cartulina para la escuela. Cuando volvía a casa un tipo en bicicleta subió a la vereda y empezó a seguirme. Yo quise apurar el paso pero caminaba arrinconada contra la pared mientras él me decía cosas que no recuerdo; y fue ahí nomás que me metió la mano. 

En ese tiempo no sabía que eso podía pasarnos a las mujeres. Nadie me lo había explicado. Cuando llegué a la esquina y pude liberarme, creo que lo agarré del pelo y a los gritos lo bajé de la bici, pero no estoy segura si así fue o lo imaginé porque todo el recuerdo tiene un halo de pesadilla, como de irrealidad. Lo que me acababa de pasar estaba demasiado lejos de todo lo conocido, de las cartulinas, de la escuela y de todo lo que era cotidiano para mí. 

Sé que corrí hasta mi casa llorando. Sé que le conté a mi mamá y sé que trato de calmarme. Después de eso, durante mucho tiempo tuve miedo y vergüenza y cuando pasaba cerca de un grupo de varones, bajaba la vista y miraba el piso.

La segunda vez fue también una tarde. Volvíamos con mi hermana de una prueba para su vestido de quince así que yo debía tener unos trece años. Mientras mi hermana me hablaba yo empecé a sentir que el tipo que caminaba detrás de nosotras estaba demasiado cerca. Ya lo había vivido, sabía lo que nos podía pasar y mi cuerpo estaba alerta. Aprendemos rápido a sentir el peligro. 

Agarré a mi hermana del brazo y crucé con ella la calle. El tipo hizo lo mismo. Siguió caminando más cerca y ya frente a la vereda de casa sentí su mano tocándome. Me di vuelta y empecé a gritar fuerte y mucho. No me acuerdo que hizo, balbuceó algo y se fue. Llegamos a casa y agitadas contamos lo que nos pasó atolondradas, nerviosas. 

La tercera, creo, fue a los diecisiete, aunque probablemente en esos años hayan pasado otras cosas que no recuerdo. Estaba en la fiesta de egresados, en un boliche que habíamos alquilado todos los quintos de la escuela. A eso de las dos de la mañana decidí volver a casa caminando. A unas pocas cuadras me di cuenta que un tipo me seguía. Ya era una experta en reconocer el peligro. Crucé la calle y él cruzó también. Empecé a apurar el paso pero él también se apuraba. Cuando vi que una pareja se acercaba en sentido contrario decidí aprovechar la oportunidad y paré de caminar, como si me molestara algo en el zapato. Al tipo no le quedó otra que pasarme, pero cuando la pareja se alejó, paró él también y yo tuve que pasar así que otra vez quedé adelante. Fue ahí cuando me tocó y como la vez anterior, empecé a gritar.

Después hubo muchas otras situaciones. Una vez, en pleno carnaval, un grupo de chicos me persiguió con bombitas. Iban en grupo y uno, a quién no vi la cara, aprovechó la ocasión. Otra vez fue en el colectivo y también grité. También en un recital de Todos tus muertos. Habíamos entrado con unas amigas a ver qué onda y tuvimos que salir escapando del manoseo.

La peor fue cerca del mercado central. Hacía poco que me había recibido de periodista y estaba haciendo un trabajo para una revista de investigación agropecuaria. Ese día estaba en la parada esperando el colectivo para volver a casa. Mientras miraba hacia la ruta, el tipo se acercó por detrás y me tocó. No había nadie más y alrededor todo era campo desolado. Recuerdo el terror que sentí, la adrenalina. Me resguardé en el otro extremo de la parada, y desde ahí empecé a gritarle: "¡Te quedás ahí hijo de puta! ¡No te muevas!". Era un gato acorralado dando batalla para defenderme. El tipo se tomó el primer colectivo que pasó y yo me quedé temblando.

Siempre que pude grité, fuerte grité. De miedo y de rabia grité.

Una sola vez no pude gritar. Fue una noche, caminaba con mis amigas, había bastante luz y varias personas. Había un grupo de tipos y cuando pasamos caminando uno de ellos me tocó. Eran unos cuantos y se rieron fuerte. Me dieron miedo y no dije nada. Sólo caminé más rápido.

Este es un breve resumen. Seguro me olvido de algunos recuerdos. La mente tiene esas delicadezas. Y sé que tuve suerte. No fui violada.

La verdad es que hace un tiempo largo que quería escribir sobre esto pero no podía. Empezaba a escribir y borraba. Varias veces. No quería sentir que escribía un compendio de humillaciones, porque sinceramente así las viví siempre, como una serie de recuerdos vergonzosos.

Espero animarme esta vez. Como dije, necesitaba contar, sacar, poner afuera y mirar los dolores y los miedos con otra mirada. Una mirada menos temerosa y más justiciera.

Cuento lo que viví porque sé que no soy la única, sé que si empezamos a contarnos no vamos a terminar nunca, sé que todas tememos historias como la mía y peores para contar.

Y sé que a ninguna mujer le gusta contar sobre los abusos con los que creció. Las mujeres no mentimos sobre abusos y maltratos, no buscamos llamar la atención o desacreditar a alguien. Contar es exponer fragilidades y pudores y dejar todo a la vista. Duele y avergüenza. Pero ninguna mujer debería crecer guardando todo ese dolor y ese miedo en su interior. No es justo. 

Saquémoslo, por favor.  Vomitémoslo, escupámoslo. Que salpique a quién tenga que salpicar. Pero dejemos de guardar todo eso tan feo para nosotras solas. Ya lo dije, no es justo.


Sacar, mirar, desarmar.

Entender.

Cuando era chica, y después también, crecí pensando que todas eran excepciones. 

El violador, el acosador, el que te apoya en el colectivo, el que te toca, el que te dice una barbaridad, el que exhibe su miembro.

Para nuestras madres y abuelas eran unos degenerados, así los llamaban. Tipos que no estaban bien del bocho. Excepciones.

Pero nunca fueron excepciones. Siempre fueron la regla.

Una regla que reglamentó nuestras vidas.

¿Cómo se crece cuando de chica aprendés a temer que tu cuerpo sea apresado, expropiado, abusado?

¿Cómo crecemos sabiendo que el mundo tiene horarios y lugares que nos están vedados solo por ser mujeres?

¿Cómo habremos crecido, no? ¿Aprendiendo a ser permanente expulsadas del mundo, tan masculino?

De adolescente, cuando empecé a salir de noche, aprendí algunas estrategias de supervivencia: caminar por mitad de la calle, llevar en un puño la llave con la punta más aguda hacia afuera. Aprendí también a pegarme a otra chica para caminar juntas, sabiéndonos cercanas en el miedo. 

Aprendí a temer.

¿Algún varón podrá entender qué significa crecer agazapadas, sabiéndonos acorraladas?

Ya en la Facultad tenía que volver tarde muchas veces y mi casa quedaba bastante lejos de la parada del colectivo, así que diseñé mi estrategia. Conseguí que en una remisería me abrieran una cuenta corriente. Durante todo el mes bajaba del colectivo y me tomaba un coche. Cuando cobraba mi sueldo pagaba todos los viajes, aunque después me quedara sin un peso. Esa fue la manera en que me aseguré el regreso a casa.

Elegir rutas, caminar rápido, imitar la forma de caminar se un varón. Todas hice.

Lo que me cuesta entender es cómo naturalicé todo, cómo acepté que esas eran las reglas sin cuestionar por qué un varón no tenía los mismos miedos.

Hasta que llegué al feminismo, claro, y ahí empecé a entender.


Territorios de conquista 

Ayer, mientras caminaba por la plaza, escuché a un tipo que le hablaba a otro, fuerte, para que todos pudiéramos escuchar: "Esta noche la pongo, pero la pongo en otro lado".

"En otro lado" decía. Es una frase habitual ¿no?

"Ponerla en algún lado".

Un lugar.

Somos un lugar.

Somos "no personas", somos territorios.

La virilidad es la conquista del territorio, por la fuerza si es necesario. 

La guerra misma, ese dispositivo de conquista del que hoy alardean. Ocupar el territorio ajeno, invadir, destrozar, destruir.

Les tiene que empezar a hacer un poco de ruido las palabras que usan para referirse a nosotras, la forma en que nos ven.

Les tiene que hacer ruido, porque no son excepciones.

El maravilloso poeta, el director de cine genial, el músico popular.

No son excepciones.

No son loquitos, ni enfermos.

Son hombres.

Y no nos ven.

Igual que tantos otros.


Se viene

Seguramente, como muchas otras, debo andar muy sensibilizada en estos días. Hace pocos días otra chica fue violada en patota, su cuerpo repartido entre varios y un periodista idiota se preguntaba si a lo mejor ella quiso y se arrepintió después.

Estamos enojadas y hartas.

Se acerca la fecha de encontrarnos y de gritar junta "Ni una menos", de abrazarnos y emocionarnos. Pero la verdad es que año tras año seguimos llorando y gritando rabia. Cada año hay más mujeres asesinadas, abusadas. Seguimos escribiendo rabia y dolor. Los nombres se acumulan. 

No quiero escribir más rabia y dolor.

No quiero seguir escribiendo nombres de mujeres asesinadas, violadas, golpeadas.

Y estoy, estamos, hartas de reflexionar.

Como dijo Sol Despeinada: "Si no tenemos los mismos miedos, no tenemos los mismos derechos".

Por eso no alcanza con pensar leyes, reglamentar, prohibir.

Tenemos que cambiar el mundo, porque el mundo está mal.

Tenemos que tirarlo abajo.

Nuestro mundo tiene que ser distinto. 

Un mundo de territorios que se expandan.

Soleados, fecundos.

Un mundo de territorios libres.


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Comentarios

  1. Qué buenos trabajos, profundos y muy importantes para darnos cuenta de que padecemos los mismos problemas patriarcales y solo terminaremos con ellos, juntxs! Muchas gracias!! ��

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  2. Somos todas... Y pareciera ser que ellos son muy pocos. Debe ser que los exhibicionistas pueden multiplicarse, porque la mayoría cree que son la excepción... Pero no si fuimos todas las acosadas y abusadas... Son muchos los varones acosadores.... Algo tendrá que ver esta matriz cultural... No?

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