En la campana de vidrio

"Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio." 
                                         
                                        Raúl González Tuñón


Recorriendo mis notas, me doy cuenta de que hay una constante en casi todo lo que escribo, un cierto tema que atraviesa mi escritura, que va y vuelve, que gira para un lado y para el otro, que se va un rato pero siempre regresa.

Desde hace un año y pico, exactamente desde el regreso gradual a la vida antes de la pandemia, mis textos abundan en quejas, en reclamos y en lamentos por lo que no es. Y también en deseos, claro, siempre deseos de que el mundo sea otro.

Estoy harta.

Y no soy la única.

En las escuelas se siente y se respira un hartazgo infinito. Este hartazgo que viene de años de bronca y de cansancio. Hartazgo de que todo siga igual o peor que antes de la pandemia.

Volvimos como si nada hubiera ocurrido; volvimos a escuelas deterioradas, sucias; volvimos sin un trabajo de contención y cuidado para los chicos que sufrieron la pandemia; volvimos a aulas repletas de estudiantes.

Volvimos como robots programados para el trabajo. Sin cuestionar, sin proponer. Sin transformar.

Hartos docentes y estudiantes.

Todos hartos.

Afuera de la escuela también se respira el hartazgo.

En los negocios, en las calles,  en el edificio.

Hartos.

De la vuelta al trabajo presencial, al consumo, al amontonamiento, a la productividad, a la velocidad. 

Madrugar, correr, cumplir, fichar.

Los niños en la escuela.

Los adultos en sus trabajos.

Horas y horas.

¿Por qué suponemos que así deben ser nuestras vidas?

La vuelta a la falta de tiempo.

Mi tiempo. Lo quiero.

Quiero que me devuelvan ese tiempo. 

No quiero negociar un fin de semana ni unas vacaciones.

No quiero algo de tiempo.

Lo quiero todo, ahora.

Lo quiero siempre.

Tiempo para trabajar por supuesto, y tiempo para pensar sobre mi trabajo, sobre lo que quiere hacer o no hacer, y sobre cómo quiero hacerlo.

Tiempo para descansar el cuerpo y la mente, para leer, para pasear, para ver películas y para jugar con mi hijo.

Tiempo para crear, para escribir, para construir mis espacios de expresión.

Tiempo para encontrarnos, para pensar con otros y otras, para conversar y reirnos fuerte.

No me puedo conformar.

Ya no.

No quiero, definitivamente, ser la mosca aplastada bajo la campana de vidrio.

Quiero subir al cielo y ponerle gatillo a la luna.

Quiero otro mundo.

Otro mundo.

Otro.

Porque mientras ellos insistan en proclamar nuestra necedad, nosotros sabremos qué necio es creer que esta es la mejor vida que podemos tener.

Creímos que podíamos salir mejores de la tragedia.

Creímos que el sistema podría tambalear y que entonces por fin caería definitivamente.

Creímos que podríamos proteger y atesorar todo lo que aprendimos en medio del desastre.

Ese sí fue necio.

Porque el sistema se reinventa. 

Sobreexplotar, reprimir, vigilar, eliminar lo que no sirve y  no produce ganancia. Generar nuevas ganancias.

El desastre, la vacuna, la guerra. 

Y nuestro tiempo.

Nuestro tiempo.

Romper todo. Hay que romper todo.

Porque todo está mal.

Romper todo, salvarnos y recuperar el tiempo que nos robaron.

Es nuestro.

Es nuestro.

Es nuestro.






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