Imagina
un caballo que se desboca, y al que no sirve
tirarle de la rienda".
"El monte de las ánimas", Gustavo Adolfo Bécquer
Juan, los juegos y la imaginación
Abrimos la puerta y un cielo pesado y gris nos recibe en la calle.
_ Mirá el cielo, algo muy malo va a pasar hoy _dice Juan, que nunca leyó el cuento de García Márquez.
No sé por qué se le ocurrió eso, pero ahora presto atención y me parece que las nubes están demasiado bajas y que en cualquier momento nos van a aplastar contra el asfalto; que el aire es tan sólido que es imposible respirar sin atragantarnos; y que la luz de la mañana se siente tan tenue que todo se ve un poco fantasmal. Ahora a mí también me parece que ese cielo anticipa un desastre.
Así empezamos la jornada.
Y aunque ese día no sucede nada terrible ni extraordinario, al regreso de la escuela Juan tiene mucho que contar. Los retos de la maestra, la comida que no le gustó, la pelea con su amigo.
_ ¿Viste má? Yo tenía razón que algo malo iba a pasar.
Se me ocurre hablarle sobre las profesías autocumplidas, pero me acuerdo de mis sensaciones de la mañana y me parece que su explicación es mucho más interesante.
Disfruto tanto de estas conversaciones y sé, estoy segura, que un día las voy a añorar con nostagia.
A veces las conversaciones matinales no son conmigo. A veces se suma a nuestra caminata Fede, el amiguito de Juan.
Yo los escucho. Soy testigo y un poco espía de estos momentos.
_ Sí lo pensás -Juan parece haber descubierto algo- todas las calles se conectan.
_ Menos las cortadas _ objeta Fede con seriedad.
_Claro _acepta Juan_ las cortadas no.
Siguen caminando. De pronto un nuevo pensamiento.
_ ¿Sabés cuántas formas de llegar a un lugar puede haber?
_ No sé...
_ ¡Infinitas!
_ ¿Por qué?
_ Mirá, si lo pensás podés ir por cualquier lado, dar vueltas, y después retomar y llegar a dónde querés.
_ Ah, claro... y si pisás las baldosas de un costado de la vereda que no pisaste antes, es un nuevo camino.
_ ¡Claro!
Cada conversación encierra nuevos descubrimientos, nuevas ideas.
_ Nombrame cosas imposibles_ dice Fede.
_ Un paquete de papas fritas sin aire_ responde Juan, y los dos se ríen de la ocurrencia.
Me gusta escucharlos.
Me gusta prestar atención a esas ideas que se tejen en una caminata.
Me gusta que imaginar sea tan divertido.
Eso que a veces Juan me dice que no tiene imaginación. Así me dice, que los jueguitos y tanta tecnología se la quitaron.
Me dice que no tiene imaginación, pero escribe un cuento sobre un chico que quedó atrapado en uno videojuego; me dice que no tiene imaginación, pero construye sus propios muñecos de los personajes de esos videojuegos; me dice que no tiene imaginación, pero lee novelas que cuentan las aventuras de los personajes de esos juegos.
Me dice que no tiene imaginación, pero crea y recrea.
Toma prestados los universos que existen para inventar los que no existen, para inventar los universos propios.
Y dice que no tiene imaginación.
Mis alumnos dicen lo mismo. Dicen que no pueden responder preguntas que los inviten a crear.
- Yo no tengo imaginación profe.
A veces me pregunto cuánto hay de discurso adulto en esas frases. Cuánto contaminamos los adultos, que sin imaginación, les ofrecemos la certeza de las barreras en lugar de brindarles las herramientas para destruir esas barreras.
Creo que no hay ninguna posibilidad de que una persona no tenga imaginación.
Es un don dado. Está en nosotros.
Desde muy chicos, cuando jugamos a inventar historias: "¿Dale que éramos marineros y este era el barco?".
La invitación.
La invitación a imaginar.
Desde esos años y durante el resto de nuestras vidas la imaginación está ahí, latente, aunque la neguemos.
Creo que, en todo caso, el desafío es aprender a desarrollar esa imaginación.
Hace mucho tiempo
La tele.
Carozo y Narizota, Aprendijuegos, Margarito Tereré, los dibujitos.
Por aquellos años empezaron a ponerse de moda los dibujos japoneses, los animes. Un día en la tele anunciaron un nuevo dibujito, "Fuerza G" se llamaba, y el día de su estreno esperé con ansiedad. El primer capítulo me impactó de verdad. Un chico se enamoraba de una chica que resultaba ser un robot. En una escena final el rostro de ella se derretía, dejando a la vista circuitos y cables.
Esas imágenes, tan diferentes a los sartenazos de Tom y Jerry, me estremecieron.
Y claro, esa noche no pude dormir.
De chica siempre me costaba dormir. Al menos eso es lo que recuerdo.
Si pudiera recuperar recuerdos completos de mi infancia, si tuviera ese don, me gustaría recordar esas noches de miedo en las que me costaba tanto conciliar el sueño.
sí, seguramente hay recuerdos más gratos, pero en esas noches de insomnio también cobraba fuerza la imaginación, aunque no de la manera que yo hubiese querido.
Largas noches quieta, mirando la oscuridad del cuarto, intentando no prestar atención a las pequeñas manchas de luz que se colaban por las rendijas de la persiana y se incrustaban sobre la enorme biblioteca, entre los libros, como si decenas de ojos me espiaran.
La imaginación puede ser inquietante a veces, e incontrolable, como dice Bécquer.
Como dije, la noche que vi por primera vez aquel animé no pude dormir. Pero en cuanto me sobrepuse, unos días después, busqué un cuaderno, y con fibras, tijera y plasticola, confeccioné lo que bauticé como "mi computadora".
Demás está decir que por aquellos años, no existía ninguna chance de imaginar una computadora personal, pero mi hermana y yo, inspiradas en aquella serie animada, recreamos parte de ese universo, inventamos robots, los cortamos, dibujamos pantallas, botones, pegamos hilos que abrían y cerraban espacios secretos.
En fin, imaginación.
Una vez le llevé mi diario a mi sicólogo. Después de leer juntos algunos pasajes, me dijo que la imaginación había sido para mí un mecanismo de protección, un escudo.
Imaginaba, decía, para protegerme del vacío que el mundo real me producía.
Ahora que puedo pensar mucho más en todo aquello, creo que el planteo de mi sicólogo era cierto, pero parcial. Creo que en su interpretación también había algo de mirada adulta.
La imaginación fue un escudo, pero también fue una puerta.
Es verdad que imaginaba para escapar.
Pero escapar tenía dos sentidos posibles.
Escapar de y escapar hacia.
Escapar de un mundo incomprensivo, intolerante.
Escapar hacia mundos felices.
Mi mundo era una burbuja mágica, una burbuja que me protegía de todo lo que era hostil, pero que también me invitaba a construir el juego.
Me pregunto qué cosa será para Juan la imaginación.
Me pregunto qué soñarán por las noches mis alumnos, de qué se asustarán ¿podrán dormir?
En la novela "Bilembambundin" de Elsa Bornemann, Aldana, la pequeña protagonista recibe una bolsita magica que contiene todos los recuerdos de ese viaje increíble por el mundo mágico de Bilembambundin. Mientras la posea, podrá recordar todo tal cual fue. Una advertencia le hacen: no debe mostrarla jamás a ningún adulto. Pero Aldana desobedece y cuando ya es mayor, entrega la bolsa a unos científicos para que la estudien. Ni bien abren la bolsa, esta se hace polvo y todos los recuerdos de la protagonista comienzan a desdibujarse. Por eso, cuenta Aldana, decide escribir su historia, para atesorar esos recuerdos antes de que todo desaparezca por completo de su mente.
Me pregunto cuánto olvidamos al crecer.
Cuánto de ese mundo de magia se hace polvo.
Será por eso que los adultos no entendemos tantas cosas.
Y por eso, supongo, hacemos arte.
El arte es el antídoto.
Para recordar quiénes fuimos, quiénes somos.
Para recobrar algo de aquellos sueños perdidos, olvidados.
Supongo que por eso escribo.
Para no olvidar.
Aplauso grande a no dejar de IMAGINAR sino la vida sería insoportable
ResponderBorrar👏👏👏👏👏
BorrarAmé 😍💖💖💖
ResponderBorrar🥰🥰🥰
BorrarHermoso!
ResponderBorrar❤️❤️❤️
BorrarQue lugar más insoportable sería este planeta si no pudiéramos, de vez en cuando, irnos a otros, con las naves de la imaginación.
ResponderBorrarTotalmente!!!❤️❤️❤️
BorrarHace poco me interpeló fuerte una frase "un adulto creativo es un niño que ha sobrevivido"
ResponderBorrarHermoso texto Sz, hermoso.
Muy buena frase!!! Gracias!!!
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