Final de juego

“El poder requiere cuerpos tristes. El poder necesita tristeza porque puede dominarla. La alegría, por lo tanto, es resistencia, porque no se rinde. La alegría como potencia de vida nos lleva a lugares donde la tristeza nunca nos llevaría”.

Gilles Deleuze


Y llegamos al final. 

Se acabó este juego que te hacía feliz.

Ahora solo nos resta festejar. 

Ahora, cuando los miedos y las preocupaciones que vivimos forman parte de la historia, y se transforman en relatos minuciosos que cada uno cuenta a los otros. Abrazos entre desconocidos, rezos inesperados, consuelos tontos. Todos tenemos algo que contar. Todos participamos, en diferentes lugares, del mismo juego. 

Así que sabemos y entendemos.

Esa alegría contenida cuando todo iba bien, la incertidumbre ante el empate, el alivio inmediato que dio ese tercer gol, la angustia cuando otra vez no sabíamos qué podía pasar, el miedo en los penales, y finalmente, esa felicidad que se desató en risas, llantos, gritos, abrazos.

Nos merecíamos está fiesta.

Porque a veces la vida es complicada y nos enojamos tanto, con la vida misma y con todos los demás.

Abrazarnos en esta fiesta compartida es todo lo que está bien.

Por supuesto que después sigue todo: la grieta, el capitalismo, la injusticia, el patriarcado.

Pero este, señoras y señores, es un alto en el camino, una pausa.

Fiesta popular.


Otras fiestas

Me resulta imposible no recordar otros mundiales, porque suelen comenzar, a excepción de esta vez, alrededor de la fecha de mi cumpleaños. Tengo el recuerdo de varios partidos inaugurales en el mismo día de mi festejo.

En fin.

Tenía siete años recién cumplidos cuando empezó el mundial '78. 

Pocos recuerdos que se mezclan en mi memoria. 

Una figurita con la foto de Tarantini pegada en la pared sobre mi cama, porque el conejo era mi preferido y suspiraba por él y por sus rulos. 

Me acuerdo que en algún momento mi papá colgó una bandera celeste y blanca en la ventana de mi pieza porque daba a la calle, pero una noche alguien cortó las sogas y se la llevó. Durante años esos nudos permanecieron en la reja, absurdos, atando la nada misma. Interesante metáfora.

Me acuerdo que mi mamá bancaba fuerte al flaco Menotti, me acuerdo de las imitaciones de Sapag. Y por supuesto, me acuerdo el día que ganamos y salimos con el auto y mi papá tocaba la bocina. Mi viejo nunca tuvo contradicciones entre lo intelectual y lo popular. El festejo era incuestionable.

 No sé si mi hermana y yo entendíamos mucho. Pero la felicidad era contagiosa.

Esa felicidad tan cuestionada. Porque del mundial '78 se habló mucho, mal y bien. Cuando uno piensa en el contraste entre el festejo en las calles y las torturas, violaciones y asesinatos en  centros clandestinos, el recuerdo se torna borroso.

Varios años después, cuando estaba en la Fede, un dirigente a quién mi hermana y yo admirábamos mucho, decía que en medio de la represión, ese festejo significó una gran expresión popular. Aunque también, me duele decirlo, más tarde se festejó a Galtieri y su demente guerra de Malvinas.

El mundial '86, en cambio, me encontró cumpliendo quince años. Vi algunos partidos en casa, con mi familia y otros con amigos. 

Para el partido contra Inglaterra estaba de campamento con mis compañeros del club, no recuerdo dónde. Si recuerdo que buscamos un bar y sentados, acostados, amontonados en el piso, gritamos y festejamos los goles.

Veníamos del '82, de una guerra reciente contra esa inmensa super potencia.  Habíamos acumulando tanta rabia, y ganar ese partido tuvo una sensación rara de revancha. No cambiaba nada, es cierto. Pero en este juego en el que cada equipo representa a un país, las implicancias simbólicas son enormes.


Hoy

Hoy todavía muchos discuten si esas alegrías no funcionan como tapaderas artificiales, si en verdad no es hipocresía ese abrazo de todos con todos.

Es posible, no lo sé.

De verdad no sé si esa alegría popular sirve para calmar y adormecer o si, al revés, renueva la energía.

No lo sé.

Porque muchas veces sentimos que la rabia y la tristeza se apodera de nosotros, pero hasta en esos momentos somos capaces de fabricar pequeñas alegrías. Qué es sino el baile, el abrazo, la murga y el canto en medio de las protestas. Esos son nuestros juegos secretos.

Porque sé que a veces necesitamos jugar. Para después seguir puteando, peleando, desarmando, necesitamos jugar.

Cómo adultos cargados de preocupaciones y responsabilidades y temores y enojos y decepciones, a veces jugar es todo lo que está bien.

Y enseñarles a nuestros hijos, que también podemos llorar de alegría todos juntos, que podemos festejar con un desconocido, que podemos sentir lo mismo o parecido.

Desde muy chico Juan me acompaña a marchas para reclamar por educación, por justicia y tanto más. Pero esto fue distinto. Para mi hijo, a quién el fútbol habitualmente le importa poco y nada, fue revelador salir a la calle y descubrir, por una vez, que todos éramos parte de lo mismo. Con su camiseta de Messi, la trucha por supuesto, mi hijo se encontró en la risa y el abrazo colectivo. Es un montón.

Las amigas que tienen hijos mayores, me cuentan del llanto de sus hijos que por primera vez son parte de esta fiesta. 

Porque somos parte, así lo sentimos y no hay discusión posible sobre eso. Que no estemos en la cancha, que no hayamos entrenado, e incluso que nuestras vidas nada se parezcan a las de los jugadores, nada de eso es importante. Porque en este juego jugamos todos los que queremos jugar. La hinchada, el aliento, los cantitos, los chistes, las burlas.

La indignación por el penal de aquella final contra Alemania en el mundial '90, el festejo increíble de aquel gol con la mano contra los ingleses en el '86, el dolor cuando a todos nos cortaron las piernas, y también Brasil decime qué se siente, o los chistes elogiando a Mascherano. Somos parte del juego.

Ya lo sé, en ese humor colectivo, en esa creatividad popular también aflora todo lo peor: racismo, xenofobia, homofobia. El paquete viene completo, aflora todo lo que está incrustado. Pero me parece, en ese sentido, que nos tocó vivir un momento interesante de la historia. 

Porque podemos disfrutar pero a la vez podemos ver y entender.

Porque podemos disfrutar y podemos visibilizar qué es lo que está mal.

Es un momento interesante, es cierto. 

Creo que es la primera vez en toda mi vida, que siento que en este juego no tengo que pedir permiso a nadie para participar. Relatoras, comentaristas, fanáticas. Un montón de chicas festejando por todos lados con sus camisetas preciosas de la selección.

No necesitamos hacer un curso para disfrutar el fútbol ni demostrarle nada a nadie.

 Aunque todavía pululen chistes misóginos, aunque falte mucho para que el fútbol femenino se reconozca. Y aunque muchos se sientan incómodos, este lugar nos pertenece.

De acá no nos vamos.

Acá nos quedamos, festejando este juego que va llegando al final.

Todavía nos queda el tiempo para paladear el triunfo, disfrutar el recuerdo, compartir historias.

Y después seguir adelante.

Afuera, en la calle, en mi barrio, siguen los bocinazos.


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Comentarios

  1. Que hermoso Clau! Y si, así es. Yo lo he vivido todo eso muy parecido. Solo tengo un año más que vos. Y demás coincidencias, ya lo sabés. Besotes

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  2. Cómo vos decís Clau, hermosos y tristes recuerdos!! El mundial 78 lo festeje con el que fue mi marido, y con nuestro primer hijo.Que entonces tenía 1 añito y 1/2.
    Fuimos a festejar al obelisco con un amigo que nos llevó en su auto.Mi hijo Juanpi, se sabía las canciones de memoria.Y las cantaba en su media lengua!! Se durmió a cocochito de su papi.
    Obvio que sabíamos que había centros clandestinos de detención!! Y que existía la figura del desaparecide.Pero salimos a festejar para calmar tanta angustia, impotencia,y dolor que la dictadura nos infundía.Abracito enorme!!

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    1. Un recuerdo muy emocionante!!! Gracias por compartirlo!!! Abrazo!!!

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