La culpa de todo la tiene el feminismo

 _ ¡Pero qué linda estás! _ escucho en el pasillo.

Es la voz de Marcela, inconfundible. Todos los martes, visita a su tía. No falta nunca.

A veces nos cruzamos y conversamos un rato. Marcela cuida a su tía desde hace años, se ocupa de su bienestar, de las compras, de su salud.

_ El problema es que estoy sola con todo_ me dice con cara de cansancio_ ¡y eso que somos tres hermanos!

Marcela tiene dos hermanos varones, pero ellos no se hacen cargo. Saben que para la tía son su única familia, pero por suerte está la hermana que se ocupa.

Conozco varias historias como esa. Incluso sé de ex nueras que cuidan a sus ex suegros porque nadie más se ocupa.

Somos las que sostenemos, las que nos ocupamos de cuidar. Así nos enseñaron y así aprendimos.

Hace tiempo escribí algunas reflexiones acerca de nuestra educación como cuidadoras así que no me voy a extender en ese tema.

Ese no es el punto.

De lo que quiero hablar es de la trampa, porque sí, hay una trampa, y reside en hacernos creer que eso que hacemos es una información que está en nuestra naturaleza, en nuestra información genética, en nuestro ADN.

Hace un tiempo que vengo pensando en todo esto. 

Aprendimos a aceptar muchos roles como parte de nuestra condición de mujeres. Creemos tener algo así como un instinto, una pulsión que está en nuestra naturaleza femenina.

Una habilidad.

El famoso instinto maternal, por ejemplo.


Mamá gata

¿Existe el instinto maternal?

Esa precisamente fue la discusión que tuve hace bastante tiempo con Jimena, una amiga que era trabajadora social. Durante varios años, le tocó involucrarse con historias de mujeres que habían sido madres solteras. Había sido testigo de muchas situaciones: mujeres que ejercían violencia sobre sus hijos, mujeres que rechazaban la maternidad, mujeres que no sabían qué hacer o qué desear.

_ El instinto maternal no existe_ me dijo Jimena un día.

_ Eso no es posible_ cuestioné yo. 

Tenía una prueba contundente. Hacía poco mi gata había tenido a su cría en un armario del patio. En realidad se trataba de una gata callejera que decidió adoptarnos el tiempo necesario para tener a su cría y cuidarla. En cuanto los gatitos pudieron independizarse, se fue y no volvimos a verla nunca más.

Pero la cosa es que mientras ellos necesitaron de su cuidado, la gata estuvo atenta y se ocupó amorosamente de sus hijos. Yo la observaba maravillada. Vi como los lavaba con su lengua cuidadosa y amable, como se echaba para facilitar que toda la cría estuviera un largo rato prendida de sus pezones, incluso vi cómo enfrentó a mi perro cuando se acercó demasiado.

Vi a una madre.

Y esa para mí era prueba suficiente de que las hembras teníamos una capacidad especial, una especie de súper poder.

Ese fue mi argumento en las discusiones con Jimena.

¿Por qué la gata cuidaba? 

Sin saber demasiado podríamos suponer que esa información estaba en su propia especie.

Pero la gata, cuestionaba mi amiga, a diferencia de las hembras humanas, no tiene una cultura que la atraviese, no carga con mandatos ni con presiones.

Quiero decir, un hornero construye su casa, esa suerte de construcción increíble, y aunque nadie le enseñó, es lo que sabe hacer. Esa información está en él.

Pero eso sí, nunca realizará una edificación distinta. 

En cambio, los hogares de los seres humanos, muy por el contrario, varían según la moda, los gustos personales, las posibilidades económicas, las leyes, etc.

Porque somos seres sociales, culturales, y además, cada uno de nosotros tiene una historia personal que lo atraviesa y lo define.

No hay nada, en nuestra naturaleza, que nos condicione a actuar de tal o cual manera.

A diferencia de mi gata, nosotras podemos elegir.


Venus y marte

_ Lo que pasa es que somos diferentes, Clau, ellos son de Marte y nosotras de Venus.

Eso me dijo una amiga hace poco. Los hombres son de marte y nosotras de Venus.

Esa frase se origina en el título del libro de un escritor norteamericano, John Gray, que tuvo su éxito en los '90.  Quiero contar que anduve chusmeándolo. Se trata de un libro que propone mejorar la convivencia entre hombres y mujeres entendiendo que las diferencias que tenemos son parte de nuestra naturaleza. Como el hornero, estamos predeterminados y solo nos queda dejar de luchar contra esas diferencias y aceptarlas mansamente. Otra vez, en este planteo no hay condicionamientos sociales ni construcciones culturales.

El libro en cuestión está constituido por una gran cantidad de ejemplos estereotipados de vínculos heterosexuales, en los que se describen acciones de mansplaining, o represiones de emociones por parte de los hombres como situaciones dadas naturalmente. Así somos, nos dice el autor. La única forma de convivir es aceptándolo y adaptándonos a esa realidad.

Según Gray, para Venus: "Compartir sus sentimientos personales es mucho más importantes que alcanzar objetivos y éxito." porque "Las mujeres, en lugar de orientarse hacia determinados objetivos, se orientan hacia las relaciones, se muestran mas preocupadas por expresar su bondad, su amor y su cuidado".

En cambio "Los marcianos valoran el poder, la competencia, la eficiencia y la realización. Siempre están haciendo cosas para poder probarse a sí mismos y desarrollar su poder y sus habilidades."

Convenientemente marte es el dios de la guerra y venus la diosa del amor. Uno la fuerza y la otra la sensibilidad.

Esta claro, no? El mundo de las decisiones y construcciones es de los hombres. Ellos luchan y nosotras acompañamos. A nosotras, "naturalmente", nos está destinado preocuparnos por ellos, cuidarlos y amarlos. Y no tiene sentido intentar cambiarlo, porque esto es lo que somos y seremos. 

¿Para qué estudiamos, entonces? ¿De dónde sale el berretín de querer trabajar y desarrollarnos en nuestras profesiones? ¿Cómo es posible que exijamos participación activa en la vida política del mundo que nos rodea?

Es más, desde este enfoque biologista, ¿qué pasaría con aquellos que nacieron varones y no se sienten de marte o con quienes nacieron mujeres y no se perciben venusianas?

Aquellos que no encajan en esa "norma" ¿serán los raros, los antinaturales?

Lo anti natural, entonces, es romper con la estructura establecida. 

Fuiste y serás hornero, construye tu casa con juncos y barro, cualquier otra construcción será una abominación.

En realidad, el libro de Gray está poniendo en palabras muchas ideas que ya estaban circulando. Al proponer que ciertas conductas nuestras están dadas simplemente por diferencias biológicas, niega el poder que los sistemas patriarcales han tenido en la historia de la humanidad. A través de todos los aparatos de poder, de la educación escolar, de los medios de comunicación y sobre todo, de la transmisión de mandatos culturales de una generación a otra, fuimos aprendiendo a ubicarnos en determinados lugares.

"Las mujeres somos de esta manera y los hombres de esta otra" en lugar de "Las mujeres fuimos educadas para ser esta manera y los varones fueron educados para ser de esta otra."

Durante siglos nos endulzaron los oídos con palabras bonitas acerca de nuestras capacidades emocionales. Elogios traicioneros que pretendían distanciarnos de toda capacidad de razonar, cuestionar, y hacernos cargo de situaciones complejas.

Aprendamos algo entonces, cuando nos hablen de vocación, de dones, de habilidades naturales, desconfiemos. No hay nada natural en nuestros intercambios. Cuando nos hablan de vocación o de dones naturales, lo que en verdad nos quieren decir, es que no nos movamos de ahí, y que además, no nos quejemos.


El delicado espíritu femenino 

Me viene a la mente Alfonsina Storni y el estreno de su obra, "El amo del mundo" en 1927.

La obra cuestionaba precisamente las desigualdades de género. Era realmente atrevida para aquellos años.

La crítica de la prensa fue despiadada: "Alfonsina Storni es un delicado espíritu femenino, un exquisito temperamento artístico, que hace lo posible por ocultar con fingidas asperezas la dulce suavidad de su corazón de mujer. Sus versos se empeñan en ahondar pensamientos cuando están diciendo a voces su lírico entusiasmo por las bellezas, pura y sencillamente sentidas".

 Y recalca: "Si el talento que usa para esconder su condición bajo remedos de fuerza viril lo empleara en cantar sinceramente su visión interior, sería, sin duda, una gran poetisa."

La nota elogia su "delicado espíritu femenino" y "la dulce suavidad de su corazón", dones propios de "su condición" femenina, es decir su naturaleza. 

El problema, nos dice la crítica, radica en que Alfonsina intenta ocultar esa condición, para ocupar los espacios "naturalmente" asignados a los hombres.

La obra, por supuesto, duró tan solo tres días en cartel y durante casi un siglo quedó olvidada, invisibilizada en la obra de Alfonsina.

Fue recién hace dos años, en 1921, que el director Francisco Lumerman volvió a ponerla en escena con la actuación de Paula Ransenberg como protagonista.


La culpa de todo la tiene el feminismo.

Durante largas décadas acepté sin cuestionar.

Aprendí que las mujeres sufríamos por amor porque éramos más sensibles.

Aprendí que un varón que descuida, maltrata, o desvaloriza, lo hace sin darse cuenta, simplemente porque es diferente.

Aprendí que jugar a la mamá con mis muñecas era parte de mi naturaleza, cosas que las de mujeres hacíamos desde chicas.

Aprendí que cuidar a los otros era un atributo natural del que debía estar orgullosa.

Creía que la vida de una mujer era así y punto y que las relaciones afectivas de las mujeres se sostenían en una negociación permanente. Si sacrifico esto puedo sostener aquello.

El problema es que ahora empecé a entender.

Quiero el amor y la libertad.

Quiero la sensibilidad y el razonamiento.

Quiero cuidar y ser cuidada.

No reniego de quién soy ni de quién fui.

Y no sé cómo se hace.

Pero ahora lo quiero todo.

Culpa del feminismo.


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