Hablemos de libros

Con los primeros libros comenzó la aventura.

María Elena Walsh me obsequió un viaje junto a Dailan Kifki y el mundo cambió para siempre. Allí conocí el bosque de Gulubú y aquella casa del enano Carozo con sus ventanas movedizas, y también al sindicato de remontadores de barriletes, al señor bombero y tanto más y así se abrió la puerta a un nuevo mundo, pleno de magia y de disparates maravillosos.

Casi al mismo tiempo llegó Elsa Bornemann con El niño envuelto. Las historias de Andy entraron a mi vida y supe encender una ventana, encontré decenas de gatos bajó mi cama y hasta aprendí a escribir en código "astoy anemorede", por ejemplo.

Tenía diez años cuando leí la primera novela de José Murillo, Rubio como la miel. La historia del Doradillo se apoderó de todo mi tiempo. Literalmente, me llevaba el libro a la escuela para leer en los recreos, y cuando volvía a casa me apuraba a comer para seguir leyendo. Así que a ese le siguieron El tigre de Santa Bárbara, Mi amigo el pespir y todos los demás.

Con cada libro descubierto se abrían las puertas a toda la obra de ese autor. La curiosidad por descubrir todo lo que me faltaba leer, era enorme.

A partir de ahí vinieron los libros de José Mauro Vasconcelos. Me emocioné con la historia de Zezé, primero en Mi planta de naranja lima junto a Adán, después en Vamos a calentar el sol y mucho más tarde en Doidao. Así también llegó mi fascinación con Roshima mi canoa, y como lloré con Edu en El velero de cristal y con el Palacio japonés. Para todos aquellos personajes la imaginación, la fantasía eran puertas para escapar del dolor, y creo que leyendo, aprendí a abrir alguna de esas puertas.

La adolescencia me encontró de frente con lo que durante un tiempo fue casi una biblia para mí, Richard Bach con Juan Salvador Gaviota y esa maravillosa sensación de descubrir que no hay límites para expandir el vuelo; o Ilusiones y abrirlo en cualquier hoja como decía el protagonista y dejarme sorprender por la sabiduría de las palabras.

Para esa misma época llegó el Inventario de Mario Benedetti, inmenso. Leer poesías fue tan cotidiano y parecía que todas o casi todas estaban escritas para mí, "tengo miedo de verte, necesidad de verte, esperanzas de verte", y siempre algún compañero que me pedía el libro para regalar una poesía a una novia.

La literatura fantástica empezó con aquel libro de Ray Bradbury, Las doradas manzanas del sol, que una amiga de mi mamá nos regaló amorosamente. Siguió Farenhein 451, La feria de las tinieblas, El país de octubre. Universos oscuros, monstruos acechando, un futuro incierto.

Seguí con la literatura fantástica y con Cortázar.


Fue amor absoluto. De verdad fue amor. En la pared junto s mi cama, tenía pegada aquella foto suya en blanco y negro, con  el cigarro entre los labios y esos ojos inmensos. No puedo explicar lo que significó para mí leer La isla al mediodía, Continuidad de los parques, Axolotl.

Después seguí explorando esos territorios de América y conocí el realismo Mágico. Cien años de soledad y Mauricio Babilonia rodeado de mariposas amarillas o el hilo de sangre que llegó hasta Úrsula para avisarle que su hijo José Arcadio acababa de morir; Pedro Páramo y el secreto de los muertos; El reino de este mundo, la rebelión de los esclavos y Mackandal convertido en pájaro.

Entre unos y otros apareció Daniel Moyano y fue un momento bisagra. Ese hombre construía poesía en medio de la narración más cruda y dolorosa. El vuelo del tigre, Tres golpes de timbal, El trino del diablo. En ese bello cuento llamado María Violín, el protagonista recitaba unos versos. "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos", decía y así conocí a Cesar Pavese y sus maravillas novelas, El diablo en las colinas, Entre mujeres solas. Cada libro me abrió la puerta a otros autores también. Era como una recomendación encubierta.

La poesía siguió con Alejandra Pizarnik. Hojas escritas, marcadas, frases subrayadas. La jovencita que fui supo hacer suyas las palabras de la poeta: "Explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome".

Crecí y vino la facultad y ahí conocí otra literatura, esa que quizás no hubiese leído por mi cuenta. Me acuerdo especialmente de Adán Buenosayres y de la multiplicidad de caminos que se desprendieron de allí. El lirismo de Elbiamor en el cuaderno de tapas azules, el hueco bajo el ombú y el viaje a la oscura ciudad de Cacodelfia,  y el astrólogo Shultze y el filosofo Samuel Tesler; "Y Adán le había dicho que sus ojos eran iguales a dos mañanas juntas, o tal vez la besó: estaban en primavera, y el fuerte olor de los paraísos quizá les había encabritado la sangre".

Por esos años, en literatura francesa descubrí a Stendhal, con Rojo y negro, triste y bella historia de amor la de Julián Sorel y Madame Renal. 

Después terminé la facultad y llegó a mis manos el primer libro de Harry Potter. La facultad me había disciplinado bastante y no quería saber nada con una saga de libros Best sellers, pero por suerte la insistencia de mi hermana me ganó, "Leé el primero y después hablamos" me había dicho, y no paré hasta leer el último. 

Seguí con las sagas, y un día descubrí Los días del venado, Los días de la sombra, Los días del fuego. Liliana me partió la cabeza y el alma, lloré la muerte de la inocente como si fuese alguien cercano, sufrí, amé. Después Memorias impuras, Tiempo de dragones. Te extrañamos tanto, Liliana.

Por suerte continué "desacademizándome" un poco y entonces, sin darme cuenta, empecé a descubrir más autoras, mas escritoras, más mujeres de la literatura. Laura Restrepo y su Dulce Compañía, inmenso. Sofia de los presagios, de Gioconda Belli, o Lágrimas en la lluvia, de Rosa Montero.


****

En los últimos años me cuesta leer por placer. Quiero y no puedo. Mi cabeza vuela, y no para. A veces estoy tan cansada que al final del día no puedo concentrarme y sólo deseo ver una película o una serie, algo que ya esté resuelto para mí.

Me olvido que aun hoy, cada día,  sigo rodeada de libros, consultando, trabajando con ellos.

No sabría qué hacer si los libros no existieran. Los libros son mi vida, son mi historia y a riesgo de sonar cursi, diría que cada uno de los libros que leí, cada libro que me marcó, es un pedacito de mi alma.

De chica, en ocasiones recibí burlas por mi afición a la lectura. Ratón de biblioteca, así me decían en broma. Era la rara, la loca.

Después, cuando entré a la facultad, empecé a estudiar la carrera de Letras y sentí que había encontrado mi lugar. Ya no era un bicho raro.

Pero entonces allí los prejuicios eran otros. Para ser intelectual, había que parecerlo. Hay cierta pose académica con la que nunca pude estar cómoda.

Me cuesta entender cuando se asocia la lectura al mundo de la gente culta, seria.

Me cuesta entender ese estereotipo en el que el intelectual es un tipo rígido, acartonado, alejado del mundo real, de la calle.

Me cuesta entender esa división entre "lo que está en los libros" y "la vida".

Pétalos de flores, comentarios emotivos, frases subrayadas, envoltorios de chocolates, cartas, confesiones, hojas dobladas en una esquina, papelitos que señalan, boletos de colectivo viejísimos.

Los libros tienen vida.

El arte siempre se nutre de la vida. La real, la soñada, la imaginaria, la deseada, la temida. 

Intento transmitirle eso a mi hijo. Aunque claramente sus pasiones van por otros lados, para él leer es una acción habitual y grata. 

Leer es divertido. Aunque a veces es abrumador, a veces puede angustiar.

Leer emociona. 

Leer cautiva.

Puertas y más puertas hacia mundos desconocidos nos esperan aquí y allá.

¿No tenés curiosidad?


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