La biblio Murillo cumple veinte: El arte en la vereda

El número redondo anuncia la fiesta que se viene.


Hace exactamente veinte años, un 6 de abril de 2003, entraba por primera vez al salón de la biblioteca Popular José Murillo, en la cooperativa en la que funcionó durante los primeros años.

Hace veinte años que, con distintas intensidades y en distintos momentos, la biblio se convirtió en parte necesaria de mi propia historia.

No sé por dónde empezar a contar lo que significa la biblio en mi vida.


Mi historia 

Casualidad, causalidad.

A la biblio llegué por Olga, la compañera de José Murillo. 

Tenía diez años cuando descubrí la obra de José Murillo. Sus novelas fueron mi iniciación literaria. Mas aún, fueron fundacionales. Allí empezó todo.

Cinco Patas, Aña, el Doradillo, cada uno de estos personajes fue mi amigo y mi compañero de aventuras en esa época en la que el mundo es todo lo que aún falta vivir.

Tenía catorce cuando empecé a ir al taller literario que coordinaba el mismísimo Pepe Murillo, como le decían las personas más cercanas. En aquel espacio todos eran adultos y yo era la pequeña del grupo, razón por la que fui bastante mimada. Allí, durante esas noches de invierno, aprendí a tomar mate con café y azúcar y también aprendí a tomarme muy en serio lo que escribía, al punto de enojarme cuando algún compañero insinuaba que escribía "bastante bien para la edad que tiene".

Después, la vida. 

El tiempo pasó.

Pepe Murillo falleció un 23 de febrero de 1997 pero en mi vida se quedaron Olga, su compañera de vida, y Vivi, su sobrina.

Con Vivi nos cruzamos muchas veces, estudiando Letras. Nos hicimos amigas y tuve el privilegio de participar de su festejo cuando se recibió. Hoy es escritora y una estudiosa de la obra de José Murillo.

En cuanto a Olga, ya lo dije en muchas ocasiones, fue como un hada madrina para mí. Cada vez que pudo me recomendó para algún trabajo relacionado con la literatura. Así fueron mis comienzos en este mundo de la palabra. Ella creyó en mí cuando aún yo misma no me creía.

Y un día de marzo, hace veinte años, sonó el teléfono y era otra vez Olga, invitándome a la inauguración de la biblioteca José Murillo, que comenzaría a funcionar cerca de mi casa.

Aquella biblioteca había sido soñada y creada por la Asamblea de San Andrés, una de las muchas organizaciones populares nacidas al calor de aquel diciembre de 2001. 

Yo no había participado nunca de los encuentros de la asamblea ni del proceso de creación de aquel nuevo espacio, pero una vez más era Olga quién me abría las puertas.

La biblioteca quedaba en Villa Zagala, y una tarde de abril llegamos con mi hermana a aquel encuentro.

Ese día Olga me había pedido que participara de una mesa de homenaje a Pepe. La verdad es que me moría de nervios, hablar en público no era lo mío. Hablé como pude, pero cuando terminó el encuentro me acerqué a los miembros de la biblioteca y pregunté si podía dar un taller literario allí.

Me dijeron que sí, que presentara un proyecto.

Allí comenzó la aventura.


Lo que di, lo que recibí


Fue la primera vez que di un taller literario y fue el primer taller literario que se dio en la biblioteca.

Durante seis años coordiné el taller literario de adultos, unos años después llegó el taller infantil, y finalmente el taller de adolescentes.

Al poco tiempo de haber empezado a participar me invitaron a una de las reuniones de la comisión directiva y cuando me quise dar cuenta era una más y ese lugar se había convertido en mi segundo hogar.

La biblioteca era parte fundamental de mi vida. Prácticamente todos mis proyectos empezaban y terminaban entre esas cuatro paredes repletas de libros.

Hubo un tiempo en el que toda mi energía se concentraba allí.

No había nada más.

Podría reconstruir mi vida durante estos últimos veinte años armando un álbum sobre la historia de la biblio.

En medio de esos libros y estanterías conocí el amor, un día me casé y la vida siguió. Las chicas del taller adolescente acompañaron mi emoción de aquellos años cuando entraba a la biblio con una panza inmensa.

Con menos intensidad, la biblio siguió en mi vida. El año que nació mi hijo la única actividad que sostuve, la única que me conectaba con el mundo exterior, fue el taller literario infantil de la biblioteca.

Quiero decir que además de ser parte de mi vida diaria, la biblio fue un espacio que insidió en la forma en la que desde entonces entiendo la cultura.

Durante todos esos años di clases en una escuela del fondo, como solíamos decir. Por diez años enseñé en una secundaria de Carcova. 

Lo cuento porque fue en esos espacios, en la biblio y en la escuela, que comencé a vislumbrar otras formas de construir, otras formas de crear.

Hay poesía, hay música, hay historias que andan por ahí.

Hay literatura.

Hay una literatura que no está en los estantes de las librerías ni es nombrada en la tele.

Hay una literatura que brota entre las grietas del asfalto, o en los huequitos húmedos de paredes gastadas.

"Es por acá", creo que pensé. Y ahí me quedé, creciendo.


Construir juntos 


Sí, claro.

Suena bonito pero no es fácil.

No sólo no es fácil, es increíblemente difícil. 

Muchas veces tuvimos discusiones y peleas acaloradas y si hoy pudiera volver el tiempo atrás seguramente haría todo de manera diferente.

Como dije, no es fácil. Nadie nos guía.

Nos comprometemos cada día en el desafío de construir una organización colectiva, democrática, horizontal, pero eso hace que muchas veces naufraguemos en la incertidumbre. No hay jefes, ni ideas que importen más que otras, no hay dogmas ni doctrinas.

Sí hay ideología, claro que sí, y hay políticas. Hay decisiones que nos comprometen a elegir un camino y desechar los otros. No siempre estamos de acuerdo, no siempre sabemos si una decisión fue mejor que otra.

Construir un espacio de acción comunitaria, de reflexión colectiva que este libre de estructuras fosilizadas es un desafío inmenso.

Es riesgo y es libertad.

Muchas ideas y propuestas que a veces teorizamos se pueden convertir en acciones concretas. 

Y así es que, un día, surgió "Intersticios", un espacio en el que convocamos a artistas de San Martín para que compartan sus obras. Abrimos las puertas para construir un arte de todos.

Así surgió la Peña del Pespir, la Murillo en estudio, el taller literario de adultos, la Feria de la palabra y la memoria, y tantas otras propuestas.

Y seguirán surgiendo, eso es seguro.

Aunque las dificultades y las contradicciones sean muchas.

Clubes de barrio, bibliotecas populares, sociedades de fomento, centros culturales, teatros independientes. Espacios autogestionados, construidos desde la acción voluntaria y el compromiso de sus participantes. Espacios que se resisten a las estructuras burocráticas, al individualismo, a la desmovilización.

Contra el arte de country, de barrio cerrado, de traje y corbata, nosotros insistiremos con nuestras cajas de libros viajeros, con más ferias literarias en la plaza del barrio y con mesas y sillas en las veredas.

Nos vamos con el arte a otra parte, sí, claro que sí.

Nos vamos con el arte a todas partes.

¡Que la el arte y la cultura sean de todos y para todos, siempre!

¡Felices veinte, querida biblio!


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Comentarios

  1. Sos de las privilegiadas que vivió la biblioteca desde los comienzos , la biblio es genial gracias a los esfuerzos de muchos, gracias

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    1. Me siento afortunada, claro. Y quienes se suman en esta bella aventura, comparten esta fortuna.❤️

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  2. Con el arte a todas partes! Gigante labor la de las bibliotecas en los barrios! Felicidades a cada persona que forma parte de la Murillo!

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  3. Gracias enormes en nombre de todos mis compañeros!!!💪

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    1. yo llegue de la mano de Claudia Baldrich. Cuando la Bilbio aun estaba en la cooperativa. Siento que es un lugar donde trascender, poner en acto las ideas.

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    2. Buenísimo!!!❤️❤️❤️

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