Los mandatos de los hombres

Me encuentro un texto en las redes, uno de esos textos que circulan por todos lados y que Facebook sugiere que "me puede interesar". Malditos algoritmos.

El texto está escrito por un hombre muy afligido y habla en nombre de todos los hombres. Dice que se sienten atacados por el feminismo, que no todos son violentos y que no todos son violadores. Finalmente pide que el feminismo deje de ponerlos a todos en una misma bolsa y perseguirlos.

La culpa de todo, como siempre, la tiene el feminismo.

Converso con mi amiga sobre el tema. Las dos, al unísono, decimos algo parecido. Basta che, háganse cargo y dejen de decirle al feminismo lo que tiene que hacer, ocúpense de ustedes muchachos. Mi amiga me lee un texto muy interesante que de alguna manera responde al texto del señor y a todos los que circulan por las redes. El artículo propone a todos esos hombres que empiecen a construir su propia agenda junto a otros pares. Eso, que se junten a discutir, a conversar, acerca de sus necesidades y de sus problemáticas, acerca de qué masculinidades quieren ser, acerca de cómo debería ser el mundo para ellos. El planteo es, en definitiva, que dejen de cuestionar lo que hace o deja de hacer el feminismo y que empiecen a resolver.

Porque ellos también están atravesados por el patriarcado y durante siglos han construido sus masculinidades según mandatos en los que la violencia, el ejercicio del poder y la dureza son los pilares.

Sería bueno que empiecen a reflexionar sobre sus propias prácticas, sobre sus deseos y sus necesidades. 

Hace tiempo vengo pensando en todo esto.

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Pienso en los hombres que conozco, en mis alumnos, en mi pareja, en mi hijo.

Y otra vez, aunque me resista, aparece, fantasmal, el mandato que recae sobre nosotras, mamás de varones: qué clase de enseñanza quiero dejarle a mi hijo.

¿Yo?

Si apenas estoy entendiendo cómo quiero construir mi propia historia.

¿Cómo se educa a un niño en este mundo patriarcal?

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Hace un par de meses empecé a escribir sobre este tema y todo quedó en un borrador con algunos pensamientos y varias preguntas.

Pasa eso cuando no sé por dónde seguir, cuando sé que tengo algo que decir pero necesito tiempo para entender y construir las ideas.

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¿Qué pasa cuando los hombres son niños?

¿Cuál es la responsabilidad de la familia?

¿No es acaso esa familia la reproducción de todos los mandatos aprendidos por siglos?

¿No fue ese padre también un niño educado en una estructura patriarcal?

¿Cómo se corta ese círculo de siglos de mandatos?

Ahí es donde pienso en la educación sexual integral como una herramienta de necesidad profunda.

Pero otra vez ¿Quienes transmiten los conocimientos de la ESI? ¿Cómo instruir a educadores y educadoras que puedan abordar estos temas sin que influyan sus propias historias?

Sigo.

Aún suponiendo que en el hogar se activen todas las posibilidades para ayudar a ese niño a construir una masculinidad más saludable, aún pensando que la escuela pueda ser un espacio de reflexión para desarmar viejas prácticas violentas.

¿Cuanto influyen el mundo que lo rodea, las presiones, los mandatos sociales?

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Tres niños de primer año de una escuela secundaria participan en un hecho de violencia.

La profesora cita a las familias y explica con preocupación que estos niños lastimaron a un compañero.

Cuando regresan a sus casas, en cada familia se conversa sobre lo ocurrido.

Aparecen las explicaciones, las justificaciones, las razones.

Un niño cuenta lo que el otro le hizo, el otro explica lo que le dijo.

El honor en juego.

No quedar como...

No parecer...

El caso de Fernando y los rugbiers sobrevuela y se enrieda entre las palabras. Una mamá le habla a au hijo sobre la fragilidad de los cuerpos y la desgraciada posibilidad de arruinar la vida de otro o de arruinarse su propia vida.

Estos niños puieron a alguien en peligro, y en esa acción, también se expusieron ellos mismos.

Fue sólo una patada, dice un niño.

Sólo lo sostuve, dice otro.

Quizás exageramos, piensa una mamá.

Prefiero exagerar, piensa un papá.

¿Cómo lo castigamos? Se preguntan en la otra casa.

Hablar, retar, poner límites.

Explicar.

Pedir perdón.

Estoy más tranquila, dice una mamá, aunque intuye que esto recién empieza.

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¿Por qué la mayoría de las veces las situaciones de violencia ocurren entre varones?

¿Por qué, en general, estas situaciones no ocurren entre las niñas?

¿Acaso las niñas no se ofenden, no se enojan?

Quizas en la educación de las niñas no es tan importante defender la femeneidad. Ser mujer, para esta sociedad, es un hecho impuesto por una condición biológica. No importa ni el deseo ni la decisión personal, y ese es otro problema. Somos cuerpos, envases.

En cambio, para los varones la masculinidad es un bien que siempre está en riesgo y que es necesario revalidar permanentemente.

¿Por qué el honor de los varones siempre está en juego cuándo hay bromas y sólo puede repararse con la violencia física?

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Cuando los niños son pequeños nos fascina sentir en ellos esa ternura que fluye casi sin filtros.

Un niño pequeño abraza, expresa su amor y llora cuando se angustia.

Pero a medida que crece, hay un mundo alrededor que le dice que no exagere.

No seas tan expresivo, no muestres debilidades, no expongas tus fragilidades.

Se pueden burlar, te pueden cargar.

Ese es el fantasma.

Hace poco escuché por ahí que en una encuesta preguntaron a hombres y mujeres cuáles eran sus miedos en relación al sexo opuesto. Los hombres, en su mayoría, temían que las mujeres se burlaran de ellos; las mujeres, en cambio, temían ser asesinadas.

Clarísimo.

El honor por un lado, la vida por el otro.

Los varones protegen su honor.

Así están educados.

El honor siempre ha sido protegido por los hombres, históricamente. A través de un duelo, o de un encuentro mano a mano. Gana el que sobrevive, o el que está menos lastimado. Y aprende un par de cosas: que el cuerpo quebrado del otro es su responsabilidad, para bien o para mal; que ahora cuenta con un poder; que ese poder no es permanente y que deberá defenderlo y ratificarlo una y otra vez, todas las veces que sea necesario.

El otro, el que fue golpeado, el que fue derrotado, también aprendió: puede intentar recuperar el honor perdido en una nueva pelea, probablemente con alguien más débil que él; o puede no pelear, ser marginado, cuestionado en su hombría, y correr el riesgo de ser lastimado nuevamente.

No es fácil.

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Hace tiempo sigo una cuenta en Instagram que me produce una profunda curiosidad.

"Por qué los hombres viven menos que las mujeres" se llama.

Por qué.

La pregunta.

La cuenta es solamente una colección de  bluppers, filmaciones de accidentes y catástrofes protagonizadas por hombres.

Pruebas osadas con patinetas.

Demostraciones de fortaleza.

Actos de valentía.

Todas terminan mal por supuesto.

Muchos de mis alumnos también siguen esta cuenta y cuando les pregunto por qué lo hacen me dicen que les da mucha risa.

Se ríen de los accidentes de los otros. En el aula es igual. Un pibe se cae y todos se ríen. El accidentado también se ríe. Creo que es una forma de resguardarse. Si no puede evitar la exposición al menos puede demostrar que no le molesta.

Todo queda expuesto.

En cambio el chico que escribe poesía se acerca sigiloso y en voz muy bajita, para que nadie escuche, me pregunta si puede mostrarme lo que escribe.

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Siempre me pregunto cómo eran los hombres violentos en la infancia.

¿Alguna vez fueron niños tiernos y cariñosos?

Un alumno se burla de otros chicos más pequeños físicamente o más introvertidos, más débiles.

Cuando la maestra cita a la familia va la mamá. Siempre es la mamá, la tía, la hermana mayor o la abuela la que va a hablar.

La mamá parece una mujer muy agradable. Con mucha preocupación le explica a la maestra que su hijo siempre cuenta cómo sufre en la escuela porque los otros niños lo molestan. En la casa, dice la mamá, es muy cariñoso y muy compañero. A veces están horas tomando mate y charlando.

Es una conversación rara. El niño bravucón del que habla la maestra y el niño amoroso que la madre describe parecen dos personas diferentes.

Probablemente con su mamá no necesitó defender su honor masculino y por eso puede expresar sus emociones abiertamente, su ternura. Pero en la escuela es otra cosa. En la escuela se libra otra batalla.

Me pregunto cuánto puede sobrevivir la ternura cuando queda oculta y disfrazada entre mandatos violentos.

Me pregunto cómo podrá sobrevivir la ternura si alguien carga la responsabilidad de que otro sufra, de que otro haya sido herido, o muerto, o destrozado.

Me pregunto quién será este niño en el futuro, ¿El bravucón o el cariñoso? ¿Será ambos o no será ninguno?

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Enseñarle a mi hijo que la ternura no puede ser un gesto pasajero.

Enseñarle a buscarse a sí mismo en esa ternura y no en el espejo de los otros.

Enseñarle a habitarse en su ternura, a expandirla sin limitaciones.

Enseñarle a mi hijo a expresar su ternura, no sin miedos sino a pesar de esos miedos.

Enseñarle sin mentiras.

La ternura hoy es un acto de profunda valentía.



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