Querida Sofía

       "Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
no fuera más que aquello que nunca pudo ser 
        no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debía hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...

A veces en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero, se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.

Y todo esto mordiente, vencido, mutilado,
todo esto que se hallaba en su alma encerrado, 
pienso que sin quererlo lo he libertado yo."                              
                                         Pudiera ser (Alfonsina Storni)


Cuento esta historia con la colaboración de mi hermana que bastante me prestó su memoria. 

Hace poco terminé de ver una miniserie de ciencia-ficción, de esas que plantean la posibilidad de que los personajes puedan cambiar su pasado y así modificar el presente.

Ya había visto no hace mucho Las siete vidas de Lea y quedé fascinada, angustiada y con varios pensamientos dando vueltas en mi cabeza. 

¿Si tuvieras la posibilidad de cambiar el pasado, el tuyo, el de gente querida, el de la humanidad, lo harías, aún a costa de perder momentos valiosos de tu vida o la vida misma?

Si todos mis antepasados hubiesen podido vivir la vida que soñaban, estoy segura de que yo no estaría aquí.

Mujeres y hombres acorraladas por mandatos sociales.

Dicen que cuando era joven, a mi bobe paterna le gustaba un muchacho, pero la casaron con mi zeide. Creo que a su manera y con los años lo quiso, por costumbre al menos. Pero el rictus de amargura nunca la abandonó.

Shifre se llamaba, Sofía en versión castellanizada. Durante muchos años la miré con antipatía, no podía entender por qué siempre parecía enojada o triste. 

¿Y mi mamá? Por aquellos años, después de cierta edad, ser soltera era una maldición. Mujer perdida, irrecuperable, ya no servía. 

Mi mamá ya era grande para seguir soltera, y a la edad se sumaba, además, una renguera cada vez más pronunciada.

Pero finalmente se casó. A los treinta y tres, bastante grande para la época. Supongo que fue un alivio en ese momento.

¿Se hubiese casado si no hubiese estado presionada?

¿Y mi papá? ¿Habría estudiado historia quizás? ¿Hubiese sido profesor o historiador? ¿Cómo habría sido su vida si hubiese aprendido a pedir ayuda?

Aunque claro, tejiendo versiones hacia atrás, si mi bobe se hubiera casado con su amado probablemente mi papá no existiría ¿no?

El pasado ideal está plagado de hubieras y hubieses. Pura hipótesis, incomprobables.

Supongo que esa es la vida. Todo lo que fuimos y también todo lo que no pudo ser.

La vida. Las decisiones, las obligaciones. Nuestro humilde andar por el mundo. Casi insignificante. 

A veces, últimamente, me enoja pensar que nuestro tiempo de vida es tan breve en relación al paso del tiempo. 
 
¿Qué va a quedar de mi bobe y de su paso por este mundo cuando ya no quede nadie que la recuerde? ¿A dónde quedará su amarga ternura, su abnegada tristeza, su dolor?

¿Qué sentido habrá tenido su vida? 

Me parece injusto. Tanto sacrificio, tanta obediencia y resignación ¿para qué?

Ahí sí, unas ganas de viajar en el tiempo para decirle que rompa todo, que se revele. 
Porque, bobe, querida Sofía, la vida humana es tan corta.


_______

Me han estremecido un montón de mujeres


Mi bobe paterna nos contaba la historia de las mujeres de su familia. Mi hermana las recuerda mejor que yo, así que pido prestada su memoria. 

Cuenta la historia que la abuela de mi bobe fue casada a la fuerza con un hombre mayor y que la noche de bodas, después del festejo,  se encerró en el baño y no salió hasta que le dieron el divorcio. Entonces sí pudo casarse con su enamorado, un joven carpintero.

La historia sigue, y como en la culpa se educa, con el paso del tiempo la mujer sintió su falta y para enmendar su error decidió casar a su hija Golde con un rabino. 

Pero a veces la rebeldía se hereda. Después de quedar viuda, Golde envió a sus hijos a América y cuando tenía que viajar ella, se enamoró de un muchacho y se volvió a casar en Europa. 

Nunca viajó. Después llegó la guerra y la sangre comenzó a correr por las alcantarillas. Mi bobe, lógicamente, recordaba aquellas rebeldías como historias de abandono materno.

Por otra parte, la mamá de mi zeide, Nejameleie (intento una escritura fonética) de la que hay anécdotas que la pintan como una mujer de gran carácter, después de quedar viuda decidió viajar a América con sus nueve hijos, entre ellos mi zeide claro. Viajes larguísimos, en barco, fue mandando primero a los mayores y luego viajó ella con los más pequeños, decisiones difíciles.  

También hay de esas historias. 

Y mi bobe, mi bobe Shifre, creo que fue fuerte a su manera. En un país con un idioma tan diferente, crió a sus dos hijos varones, les dio lo mejor que en aquellos años se podía dar, salud y estudios. 

Muy sola mi bobe Shifre, al menos en mi memoria ¿con quién hablaría? Recuerda mi hermana que mi bobe siempre guardó una foto de ella en el barco que la trajo a América con sus amigas, todas tan jóvenes.  Nunca más volvieron a verse.

Distinta fue la historias de mi bobe materna. Ella tenía a su hermana Rojel. En el recuerdo familiar la imagen de las dos encerradas en una habitación charlando. Podían conversar por horas ¿De qué hablarían tanto?

Creo que eso de las conversaciones entre mujeres es herencia materna. No había un día que mi mamá no hablara con sus hermanas, especialmente con Matilde, la más joven y no hay un día que yo no hable con mi hermana. No sé de dónde salen tantos temas.

Sigo con mis zeides maternos, Clara y León. 
Sus familias eran amigas allá en Europa, y según la historia, se casaron enamorados. Allí nació mi tía Raquel, así que vinieron a Argentina con su niña en brazos, fue en diciembre de 1926. Mi bobe unos años mayor que mi zeide. Decía mi mamá que siempre estuvo acomplejada por eso.

Historias de mujeres. 


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¿Y yo?

Me pregunto cuál será la verdadera libertad de la que disponemos cuando elegimos estar con alguien?

¿Existe la verdadera libertad?

Seres sociales, condicionados.

¿Siempre?

¿Las pulsiones sexuales, también están condicionadas? 

¿No somos libres en el deseo?

¿Qué o quienes nos resultan atractivos?

Libertad condicionada.

Buscamos lo que aprendimos.

"Era muy chica y ya sabía que de grande iba a sufrir por amor" decía una amiga.

Mandatos.

El amor duele.

El amor es abnegación, sacrificio, dolor. 

Ya lo habíamos aprendido, aún cuando todo estaba lejos.

Yo también lo aprendí.

Muchas veces salí con malos hombres. No digo que yo haya sido una mujer ejemplar, pero en todo caso este es mi posteo y cuento lo que a mí me pasó. Allá ellos, que escriban los suyos propios.

Desde chica empecé a "gustar" de chicos malos, chicos que me trataban mal y cuánto peor me trataban más me gustaban. 

En la adolescencia la cosa empeoró. La fascinación por los chicos malos se acrecentó viendo películas, escuchando canciones y conversando con mis amigas. Toda mi educación iba en la misma dirección. 

Así que obviamente crecí y tuve novios malos. 
Hombres malos, abusivos, egoístas.

Sí, ya sé, ustedes estarán pensando que exagero. Pero no. Pensé en contar algunas situaciones, pero no puedo, no todavía. 

Hoy lamento mucho haber transitado esos caminos.

Yo sé que hubo momentos en los que vi, en los que supe lo que pasaba. Supe de aquel que despreciaba lo que le ofrecía, del que demandaba y no brindaba nada, supe del que engañó.

Y me callé. No pude decir lo que me pasaba, a nadie, y ese es un problema. 

Entre los miles de mandatos yo había aprendido que cuidar la pareja era lo primero. 

La voz de mi mamá, incrustada en algún rincón de la conciencia, su ejemplo. 

Así que eso hice, construí un muro a nuestro alrededor todas las veces, un muro bien alto que dejaba afuera a los amigos y a la familia. Un muro que era cárcel.

¿Te pasó? Terminar una relación,  separarte, y sentir que tenés que volver a reconstruir tu historia,  tus lazos, tus deseos?

Lo increíble es que yo sabía de estas situaciones, y creía que a mí nunca me pasaría algo así, mientras me estaba pasando. 

¿Y si hoy pudiera volver el tiempo atrás, cambiaría esas historias?

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¿Podría?

Quiero decir, como todos y todas, ya lo dije, estaba empapada de mandatos. Si en ese momento hubiese evitado una relación dañina, seguramente hubiese habido otra, parecida.

No elegimos tanto como creemos. 

Elegimos, sí, según los patrones que nos construyeron.

Estudiar, trabajar, casarse.

Son tantos los condicionamientos que cuando rompemos uno posiblemente sea para caer en otro.

Son hermosas las historias de ficción que ofrecen la fantasía de cambiar el pasado. Tener una segunda oportunidad. 

Pero claro, en el mundo real la posibilidad de modificar el pasado nos está vedada. Lo hecho hecho está y en ese caso, que sirva para algo, quizás para construir otra historia hacia adelante. 

Creo que las historias de viajes al pasado me gustan porque invitan a pensar en lo que hicimos, y eso es algo que me fascina.

Hay personas que no soportan hablar de lo que hicieron o dejaron de hacer, de lo que les pasó.
A mí me apasiona.

Sin culpa, quizá con cierto morbo.

Es como recordar una caminata bajo una lluvia helada y disfrutar del calor que ahora sentimos  mientras recordamos.

Es como eso.

Y más.

Es como empezar a entender.

Siento que soy algo así como una detective de mi propia historia. 

Lo que estaba oculto, lo que pasó inadvertido. Volver atrás, revisar, descubrir, atar cabos y comprender la propia historia. 

El camino recorrido. 

Entender no sólo mi historia sino también las historias de aquellas mujeres que estuvieron antes. Las que tuvieron que obedecer, las que pudieron romper.

Guardarlas en mi memoria para que también permanezcan un ratito más en la memoria del mundo.

Esta es mi forma de pensarte de nuevo, querida Sofía, reinventarte en mi memoria, pedirte perdón por no haber entendido antes. 

Y junto a vos, pensar en todas ellas, las mujeres de mi historia. 

Entonces sí.

Cambiar nuestras historias para adelante. Acá mismo, donde estamos, donde la realidad reina junto a la vida.

En conjunto, porque los grandes cambios nunca son sólo personales.

Lo que me pasa a mi le pasa a otras.

Cambiar la historia y romper.

Romper y cambiar. 

Romper mandatos.

Romper patrones culturales, romper nuestra educación sentimental. 

Necesitamos construir nuevas formas de pensarnos junto al otro. 

Necesitamos construir nuevas formas de pensar el amor, el encuentro. 

Necesitamos prender fuego todo de una buena vez, y sobre los campos ardientes, volver a sembrar la semilla nueva.


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