El infierno o el abismo

Bajo del colectivo y camino unas cuadras. Entro al negocio y María Elena me recibe con una sonrisa. Nos saludamos con un breve pero cálido abrazo.

La verdad es que no nos habíamos visto antes pero nos hablamos desde el 2020  cuando empecé a comprarle algunas cosas. En varias ocasiones me demostró su confianza y eso en aquellos días era un montón. 

Empezamos a conversar, esto, lo otro, la situación. La crisis económica los afectó mucho, me cuenta. Con tono cómplice, de pronto me arroja la pregunta: "¿Vos qué pensás de lo que puede pasar?". Contesto neutral, no tengo tanta confianza: "Gane quién gane está difícil" le digo.

Me dice que se lo está preguntando a todos los clientes que entran. Algunas palabras más, y al final la sentencia: "Estamos muy mal" me dice "Y a mí me parece injusto que algunos reciban del Estado tanta ayuda sin haber hecho nada para ganárselo".

"¿Te parece?" le pregunto y le cuento de mis alumnos de sexto. "Es la primera vez en años que pueden irse de viaje de egresados por el plan del gobierno" le digo. Por supuesto me gustaría pensar un país en el que nadie necesite esa ayuda, le aclaro, pero hoy me parece necesario que el Estado esté ahí.

¿Y no sería mejor que ellos se lo ganaran?" replica.

Ya está, la línea quedó trazada. De pronto ella está de un lado y yo de otro. El abrazo que nos dimos hace un rato parece un recuerdo de un tiempo lejano. La conversación termina bruscamente, saludo y me voy.

Ahora, mientras escribo, me acuerdo de mi viaje de egresados y me pregunto si yo hice algo para ganarlo. Y no, la verdad es que no. Solo tuve suerte de nacer en un hogar en el que mis viejos podían pagarlo. No como mi amiga que trabajó durante varios meses para pagárselo. Ella se lo ganó entonces. Yo no. 

A María Elena mi amiga le hubiese parecido un verdadero ejemplo, una demostración de esfuerzo y mérito. Mi amiga es como las hormigas de la fábula, en tanto que los otros, mis alumnos por ejemplo, son cigarras esperando que la ayuda llegue de algún lado.

¿Y yo, que no hice nada, también fui cigarra?

¿Y todos los chicos cuyas familias pueden pagarles el bendito viaje, también son cigarras?

¿De quienes se espera el esfuerzo?

Para María Elena el problema no es la falta de esfuerzo del que tiene sino la falta de esfuerzo del que carece de todo. 

Cuestión de clase, o de conciencia de clase.

Qué difícil todo.

Vuelvo a pensar en mi amiga. Y sí, es un ejemplo, lo fue y lo es aún hoy, para mí y para muchos otros. 

Mi amiga sabe, lo supo siempre, que ningún chico debería pasar por ninguna prueba de mérito ni de sacrificio personal para obtener aquello que otros ya tienen por haber nacido en otras condiciones económicas. 

Mi amiga sabe que la felicidad no debe ser un privilegio.

Mi amiga sabe, y lo supo siempre, que la felicidad debe ser un derecho.

Por eso es mi amiga y por eso estamos del mismo lado de la línea.

_______

Hace unas semanas, lo conté en otro posteo, asistí a la presentación de una antología de cuentos escrita por chicos de distintas escuelas de San Martín. 

Muchos de los cuentos seleccionados pertenecían a chicos de escuelas privadas. Pero allí, entre todos ellos, estaba el cuento de Male, alumna de una escuela muy humilde de un barrio marginado.  

Un tiempo atrás el equipo de orientación de la escuela les propuso a los chicos participar de aquella actividad y el cuento de Male quedó seleccionado.  Un triunfo. "Este es el comienzo de un largo camino" había escrito Male en las redes. 

¿Qué hubiese pasado si allí no hubiese estado la escuela pública?

¿Qué hubiese pasado con todos y cada uno de mis ex alumnos si la escuela pública no los hubiera acompañado?

Tengo el privilegio,  redes mediante, de estar en contacto con muchos de ellos.

Algunos estudian, otros formaron familia y trabajan mucho. Otros andan perdidos...

A todos la vida les cuesta un montón. 

Pero para muchísimos la escuela fue un lugar decisivo. No sólo a la hora de alfabetizar o de enseñar a sumar, a restar. 

La escuela, muchísimas veces, fue el espacio que posibilitó el encuentro con los sueños y con los deseos. 

La escuela fue la que dio el abrazo necesario, la que denunció el abuso, la que ofreció el consejo a tiempo. 

Y por eso lo que pasa adentro de las escuelas públicas destruye cualquier argumento meritócrata y derechista.

Las redes que se tejen, los puentes que se construyen.

Un pibe se anota en la universidad pública, o en un profesorado.

Una piba se recibe de enfermera.

Sueños. Deseos.

A veces no alcanza, porque el techo se llueve, o no hay agua, porque nos faltan herramientas y necesitamos nuevas construcciones pedagógicas.

A veces no alcanza y los pibes se frustran y nosotros también.

A veces la rabia transita por nuestros pasillos, entra a nuestras aulas y se sienta junto a los chicos.

A veces los pibes están desesperanzados. 

Y tienen razón, claro. Porque merecen, merecemos, condiciones de enseñanza y aprendizaje mejores, de excelencia.

Pero no es por ahí chicos, no es por ahí, quisiéramos decirles.

La rabia sin deseos colectivos no construye nada.

La rabia sin deseo es simplemente vacío, un agujero enorme.

Hoy más que nunca necesitamos que la escuela pública sea nuestro bastión de resistencia. Es desde allí que podemos exigir.

Sin enojos, cuando todo esté dicho, tendremos que estar para acompañar y empezar a juntar los pedazos para volver, una vez más, a dar la batalla. 

__________

Y esta vez se metió adentro. Está en la sangre, en los pulmones, en la panza.

Ahí está, en los ojos de los otros, en un tono de voz, en las respiraciones que nos rodean.

El miedo.

Palabras que son topadoras, como aquellas que una vez se llevaron las casillas de Guernica.

Palabras que apagan, desgranan, borran.

¿En qué momento empezó a ser un tema de discusión el derecho a la educación y a la salud?

¿Cuando fue que el número de desparecidos pasó a ser un debate?

¿Cómo fue que los derechos de las mujeres volvieron a ser cuestionados?

¿Y por qué este miedo?

¿Por dónde y con quién? Esa es la pregunta. 

Dame la mano y así estamos menos solos.

Dame tu mano.

Nos espera un tiempo de lucha.

Nos vemos del otro lado del miedo.






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