Habitar la palabra

"Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
una
        a
            una
en los alambres de la página."


                             Julio Cortázar 


El fin de semana tuve el placer, y el privilegio, de participar de dos momentos en los que la palabra de los chicos fue protagonista. 

El domingo un ex alumno me invitó a la presentación del libro "Mis palabras, mi decisión", una antología de cuentos de chicos de distintas escuelas de San Martín. Su hermanita, Meli, participó con un cuento suyo.

Pienso que no hay casualidades sino causalidades: hace muchos años sus hermanos también participaron de una antología de cuentos, Carcoveando, escrita por chicos de una escuela. 

Estoy segura de que por allí anduvo y anda la palabra, haciendo de las suyas. 

Horas después, Meli publicó en las redes, junto a las fotos del evento, un posteo que decía "Este es el comienzo de un gran camino".

Yo creo que entendió todo.

Por la tarde, el mismo día, estuve en la premiación de un grupo de estudiantes con los que, junto a una colega, participamos de un concurso literario. Nuestros alumnos ganaron y allí estaban todos, preciosos y preciosas, con sus familias, listos para el diploma, la foto y el regalito.

Estoy convencida de que, además, se llevaron algo mucho más poderoso.

Se quedaron con todas las palabras. 


Palabras para entrar

Dar la palabra, ceder la palabra, apalabrar, hacer uso de la palabra, crear un palabrerío, enredar con palabras, seducir con palabras, malas palabras, decir unas palabras, ser de pocas palabras. 

No es la primera vez que escribo sobre esto, y creo que estoy lejos de que sea la última. 

Leer, decir o escribir.

Poder contar.

Crecí jugando con las palabras, desde muy chica, las primeras palabras me parece que fueron las de mi mamá cuando me contaba cuentos. El cuento de La tacita azul por ejemplo, o la del bollo de masa. Después empecé a hacer uso propio. Escribía redacciones en la escuela, leía mucho y más tarde empecé a escribir mis propios cuentos. 

Tenía diez u once años, una imaginación desbordante y muchas historias que quería contar.

Crecí jugando con las palabras, intuyendo que algo más había ahí, un secreto, una verdad.

Tardé muchos años en ponerle nombre a la intuición. 

Las palabras son puertas y no me refiero al cliché de la palabra literaria que abre las puertas a universos imaginarios.

No. Me refiero a la palabra en sí misma, más allá del sentido con el que tratemos de usarla.

Escribir, decir, contar, hablar, expresar.

Puertas.

Pienso que muchas veces, en mi historia, la palabra fue una puerta para escapar.

 Cuando el miedo o la soledad se tornaban amenazantes, leer y escribir fueron mis armas secretas. 

Aprendí a escapar sin que nadie lo notara.

Otros mundos, secretos, íntimos, siempre me esperaban.

La palabra es una puerta que nos conecta con toda nuestra humanidad. Somos quienes somos porque un día, alguna vez, empezamos a contarnos, a decirnos, a construirnos desde la palabra.


Dar la palabra 

Desde aquellos días y hasta hoy me sigue preocupando todo lo que ocurre en torno a la apropiación de la palabra como una forma de construirnos. 

Entendí finalmente que más allá de la ortografía y la sintáxis, más allá de la lectura "de corrido" o del "vocabulario fluido" la escuela tiene la enorme responsabilidad de generar un vínculo cercano entre los chicos y la palabra.

Muchos de nuestros estudiantes crecen en hogares donde la palabra no habita, hogares olvidados. Hogares en los que comer todos los días es tan difícil que la palabra parece un bien exótico, casi un objeto de lujo, innecesario. 

Muchos chicos llegan a la escuela desprovistos de palabras. "No me gusta escribir " dicen. 

Las palabras son de otros, son ajenas. No se nombra el dolor, no se nombra el deseo.

Y cuando no podemos contarnos, cuando no podemos decirnos quienes somos, qué queremos, cuando no podemos abrir esas puertas, encontrarnos es muy difícil y la identidad se vuelve borrosa.

Cuando no podemos contarnos, otros cuentan por nosotros. 


El poder de la palabra.

Hace quince años coordiné ese proyecto maravilloso que fue Carcoveando, un libro de cuentos escrito por chicos y chicas del barrio La Carcova. Lo dije muchas veces, fue una de las experiencias más maravillosas que me regaló la docencia.

Y cuando escribí la introducción elegí como título: "El poder de la palabra".

Decía, en ese breve texto, que cuando las palabras están en manos de unos pocos son muros pero si todos podemos apropiarnos de ellas se transforman en puentes.

Todavía faltaba pero me iba acercando.

La palabra en disputa. 

De un lado la palabra para unos pocos. Palabra que cierra puertas y marca límites. Palabra atrapada por el poder. Palabra encarcelada, encorsetada. Palabra que juega sólo de un lado de la cancha. Palabra rehén. Palabra elitista, palabra para entendidos.

Del otro lado, la palabra para todos, palabra de vuelo libre, palabra curiosa que despliega sus alas y busca quién la nombre, palabra traviesa, palabra de todos los colores y formas y tamaños, palabra que recorre montañas y grandes ciudades y barrios humildes.

Palabra que entra en la villa y que juega con los niños y las niñas de una escuela humilde. 

Palabra que acaricia y suaviza los golpes de la vida. 

Palabra que denuncia, que grita, que vocifera.

Palabra que da poder.


En estos días la palabra 

Pasaron muchos años desde aquel proyecto. Los autores de Carcoveando hoy son personas adultas.

Algunos siguen escribiendo, poesías, historias,  canciones. Otros no, no se dedican a escribir, pero cuentan. Recuerdan esos años, esa historia. Para muchos, lo siguen diciendo, esa experiencia les cambió la vida.

No sé si fue así. Digo, no sé cuánto hubo de aprendizaje y cuánto ya venía con ellos.

Pero me gusta pensar que la palabra tuvo un poder formativo en sus historias. 

Cuando Gustavo lleva a su hija a la feria del libro y le cuenta que una vez, allí, él presentó un libro; cuando Natalia escribe sobre su dolor y es tan contundente; cuando Rubén crea un rap de amor o de crítica social y emociona; cuando Cesar estudia para ser profesor de Lengua y se prepara para enseñar a otros; cuando Estela cuenta, cuando Carlitos, cuando Cintia, cuando...

Me gusta pensar que la palabra cumplió su función, para que puedan contar y decir lo que fue y lo que es. Para que puedan contarse.

Me gusta imaginar que allí anda dando vueltas la palabra.

Me gusta sentir que la palabra habita en ellos, en cada uno, definitivamente, y que será, seguramente, un buen legado para los otros, los que siguen.

Pero es necesario que esto cambie.

Es necesario, especialmente ahora, cuando la existencia de la educación pública está en crisis y es debate en la escena política. 

Si el estado interviene con dádivas generosas para los que menos tienen, dicen algunos, se promueve la falta de valores, la holgazanería, la vagancia.

Dicen eso.

Lo dicen con sus palabras heredadas, con sus palabras caras, palabras aranceladas.

Lo dicen ellos, que nunca tuvieron que pelear por la palabra.

Lo dicen ellos que usan la palabra para cerrar puertas. 

Seguiremos entonces tironeado de las sogas que amarran las palabras, seguiremos rompiendo los candados y abriendo las jaulas.

Abriendo puertas.

Porque la palabra es nuestra. 

Palabras liberadas.

Nuestro derecho.


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