Lo que se dice

¿Qué hubiese pasado si Romeo hubiese recibido el mensaje que explicaba el plan de Fray Lorenzo?

Ya sé, es ficción. Pero cada vez que leo Romeo y Julieta me da unas ganas locas de reescribir la historia. 

Todo por un mensaje que no llega. 

Siempre creí que la información era la gran herramienta para salvarnos de cualquier desastre.

Saber, pensaba, nos permite entender, resolver, planificar y en el peor de los casos, aceptar lo que ocurre.

Demasiada fe en la comunicación. Por eso, seguramente, estudié periodismo. 

Por aquellos años los medios eran pocos. La radio, la televisión y los medios gráficos, diarios y revistas.

Casi todos privados. 

Aparecían, allá por los '90, algunas radios barriales y también revistas alternativas. Pero salvo excepciones,  costaba sostenerlos, y no siempre lograban tener un gran alcance.

Medios como la radio La Tribu, o la revista Hecho en Buenos Aires eran estandartes de resistencia para contar otra parte de la historia. Pero no eran la mayoría.

Hoy, por el contrario, abundan los medios alternativos. Gracias a las redes se convirtieron en nuevos canales informativos. YouTube,  Spotify, instagram, el ya veterano Facebook e incluso wassap. Todo sirve para que la información circule.

Mucha información que va de un lado a otro todo el tiempo, especialmente aquella que no circula por los medios tradicionales.

De aquí y de allá; de izquierda y dederecha; de deportes, de política o de espectáculos; de lo que sea.

Sin embargo todo este caudal de medios no parece contribuir a que entendamos más, ni a que podamos resolver o planificar nada.

Es cierto, cada quién sigue (así se dice ahora) lo que le interesa. Y esa elección, que nos resulta liberadora, es sólo nuestra parte de la historia. 

No está mal, pero por lo general seguimos a aquellos medios que contribuyen a confirmar nuestras creencias y nuestros pensamientos. 

Así elegimos los medios que nos informan.

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La información es hoy una catarata de sentidos y contrasentido, una catarata que cae de forma desmesurada, que inunda todo sin que lleguemos a desmenuzar nada.

Información, desinformación, sobreinformación. 

Todo junto y al mismo tiempo. 

Fotos trucadas, citas falsas, informaciones erróneas se entremezclan y es lo mismo porque la sensación es que a nadie le importa si es cierto o es mentira, si está bien o está mal.

Digo, ¿Qué hubiese pasado si Romeo finalmente hubiese recibido el mensaje de Fray Lorenzo pero junto a otros veinte o treinta mensajes en los que se le informaba de otras cuestiones, algunas verdaderas y otras falsas? "Julieta se casará con París" o "Julieta ha muerto" por ejemplo.

¿Cuál hubiese sido el resultado?

Si es que eso hubiese importado, claro.

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Un recuerdo.

La tele de mi infancia. 

Hace cuarenta años, en aquel histórico retorno a la democracia, las imágenes de un ataúd prendiéndose fuego. Esas imágenes que definieron el destino de una elección. El precio por la brutalidad de la metáfora.

Pero resulta que hoy, una candidata a vicepresidenta de la nación dice, sin que le tiemble la voz y sin metáforas, que con la ley de interrupción voluntaria del embarazo muchas mujeres se realizan abortos teniendo un embarazo a término. Y a nadie se le ocurre sancionar un disparate tal, porque da igual. 

Dice también, a viva voz, que los derechos de los genocidas (ella los llama de otra manera) no son respetados. Su afirmación es contraria a todas las conquistas en materia de derechos humanos. Sin embargo lo dice. No hay obstáculos para afirmación tan horrorosa. No hay ningún tipo de interpelación a las barbaridades que pueda decir.

Parece ser que en esta selva mediática no es importante que la información sea real. Tampoco importa el grado de responsabilidad de quién la comunica. Lo único que vale es el poder que tiene esa voz que comunica, el poder real en este sistema, el poder que excede todo lo que sabemos y damos por válido.

Entonces, da igual. La desinformación circula y se instala entre quienes eligen aceptarla como tal.

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Hace poco un querido profesor de la escuela secundaria decía que lo más importante para entender la historia no es buscar las respuesta sino construir las preguntas. 

Agrego humildemente que si esas preguntas son construidas desde espacios de intercambio colectivo, tienen más valor aún. 

Desarmar, dudar, cuestionar.

Mientras ellos imponen sus mecanismos de valoración sujetos al poder, nosotros seguiremos preguntándonos.

Construir desde la pregunta y nunca desde la respuesta prederminada.

Si no podemos analizar la información que consumimos, si no nos atrevemos a elaborar las preguntas, corremos el riesgo de aceptar únicamente aquello que confirma nuestros sesgos autoritarios.

Preguntar es romper cadenas.


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