Era el '92, pleno menemismo, cuando empecé a cursar en la facultad de Filosofía y Letras. Tenía 21 años y unas ganas tremendas de todo.
Pero no tenía un mango. Literalmente.
Cuando empecé a estudiar en Filo, lo conté muchas veces, la situación económica de mi familia era desastrosa.
Yo venía de un hogar de clase media. Y en este punto quiero remarcar que si alguna vez mi familia pudo vivir bien fue gracias a la educación y a la salud pública a las que mucho antes mis cuatro abuelos, inmigrantes pobres, pudieron acceder y ofrecer a sus hijos.
Como dije, venía de un hogar de clase media, pero en los últimos años, un poco por la realidad política y otro poco por la salud de mi viejo, con mi familia quedamos en una situación complicada.
Si quería estudiar, tenía que trabajar sí o sí.
Esto lo remarco porque realmente fue un esfuerzo importante. En esos años tuve trabajos absolutamente explotadores y precarizados que al menos me sirvieron para seguir estudiando.
Sinceramente, hoy miro para atrás y no creo que trabajar y estudiar haya sido un ejemplo de nada. Digo, en estos tiempos en los que un montón de gente elogia el esfuerzo ajeno y les dice a los otros cuánto sacrificio deben valer los sueños, en estos tiempos, es bueno aclarar que estudiar una carrera universitaria trabajando y sin un peso no es bueno.
Cuántas veces llegué a las clases sin los apuntes que había que leer porque aún no había cobrado, durante cuántas clases me perdí la explicación haciendo cuentas mentales o garabateando números para ver si llegaba con los gastos hasta fin de mes.
Tenía, por suerte, una super biblioteca en casa, orgullo de mi viejo, y eso muchísimas veces resolvió una parte del problema. Pero no alcanzaba, porque tenía un montón de bibliografía para comprar, además tomaba dos colectivos de ida y dos de vuelta y pasaba todo el día afuera de casa.
Siempre pienso cómo hubiera sido si hubiese tenido la posibilidad de no trabajar.
Costó.
Pero quise estudiar y pude.
Y fue gracias a la educación pública.
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Para mí la militancia universitaria y el estudio siempre estuvieron entrelazados.
Durante muchos años participé, igual que otros, en las decisiones políticas universitarias.
Estuve en el centro de estudiantes y especialmente fui representante de mis compañeros en la Junta Departamental de la carrera de Letras.
Algo hermoso que ocurre en la UBA es el cogobierno.
Nada más horizontal, democrático y a la vez educativo que construir con toda la comunidad.
Recuerdo discusiones terribles, acuerdos, desacuerdos, militar el voto, presentar propuestas, defender ideas.
Nadie puede decirme, jamás, que la universidad adoctrina.
Derecha, izquierda, un partido político, una agrupación.
Si hay un espacio para aprender civismo es la universidad pública.
Si hay un espacio para discutir ideas, es la universidad pública.
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Recuerdo todos esos años con mucha felicidad.
Estudiar literatura me hacía feliz.
Me recibí de Licenciada en Letras y de Profesora de Literatura, así, con mayúsculas.
Me recibí porque estudié mucho, porque tuve profesores que dieron todo y especialmente, porque pude acceder a la universidad pública.
Podría decir que fue un privilegio, pero prefiero pensar que fue mi derecho.
Un privilegio es una suerte excepcional para pocos, pero un derecho es, de manera incuestionable, una posibilidad para todos.
Por supuesto que no fue ni es gratis. La educación de los ciudadanos y las ciudadanas es una inversión, de eso se trata. Y qué bien que un país invierta en la educación de su gente. Eso siempre es un beneficio.
Y ojalá cada día sean más los que puedan acceder a la universidad pública.
Porque no sólo es necesario sino que aún no es suficiente. Muchos chicos y muchas chicas no pueden estudiar en la universidad ni en otras instituciones porque no pueden pagar el boleto, o los apuntes; porque viven en casas donde no hay espacio y tiempo para el estudio; o porque simplemente el sistema les enseñó que ese lugar no es para ellos.
Hay que seguir exigiendo igualdad de oportunidades.
Para que la universidad pública sea verdaderamente para todos.
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Igualdad de oportunidades.
Parece que eso jode.
Y no repitan cono loros que es un tema de esfuerzo o valoración.
Creo que a nadie le importa demasiado si el que va a la universidad privada se esforzó o no, si hizo sacrificios o dejó algún pedazo de felicidad por el camino.
Parece ser que el que pagó no necesita demostrar nada.
Quieren cobrarnos peaje para alcanzar los sueños. Quieren arancelar nuestros deseos.
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A mi hijo lo eduqué en el amor y el respeto a la educación pública.
¿Qué es la educación pública? Pregunté tantas veces en el aula.
"Que no es de nadie", "que es gratis", eran algunas de las respuestas.
Quizás deberíamos haber educado más y mejor a los chicos, quizás deberíamos haberlos "adoctrinado" para que supiesen que, en definitiva, la respuesta es otra.
La verdadera respuesta es que la educación pública nos pertenece a todos.
Nuestro derecho incuestionable.
Incuestionable.
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Si no nos importa el bien ajeno.
¿Qué nos une como nación?
Digo, si el otro es absolutamente ajeno, qué nos identifica para ser un mismo pueblo.
Hace unos días Juan tuvo que estudiar el concepto de Nación en ciudadanía.
En el texto que leyeron, el autor planteaba la duda:
¿Qué tiene que ver el tipo que trabaja el azúcar en Jujuy con un empresario de Buenos Aires, por ejemplo?
¿Por qué los dos son y se sienten argentinos?
No intento responder sino problematizar.
Hay algo que debería importar incluso en esta sociedad mezquina y egoísta.
El bien del otro, no como una demostración vacía de bondad o de caridad, sino como un interés real, necesario.
Es necesario que al otro le vaya bien. Es necesario que sea feliz.
No es lo mismo que un niño crezca enojado y sin oportunidades a que crezca con la posibilidad de construir sus propios deseos.
Por eso las orquestas juveniles, los coros, los talleres, los deportes.
La escuela.
¿Tiene sentido explicar todo esto?
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¿Por qué marcho?
Por la joven que fui, por todo el camino, porque pude devolver todo ese amor en la docencia durante treinta años.
Por mi hijo, por sus sueños y deseos, por todo lo que quiera ser algún día, por todo lo que pueda aprender.
Por mis alumnos, por los que proyectan y necesitan las herramientas; por los que no pudieron, por una educación que ayude a reparar sus sueños rotos.
Por mis profes, por el orgullo que me da nombrarlos, por todo lo que dieron y dan por la educación pública.
Por lo que significa la educación pública, por una educación para todos, científica, artística y de calidad, por el pensamiento emancipador que sólo la educación puede garantizar.
Por el deseo de un mundo nuevo, donde todos podamos realizar nuestros sueños, donde estudiar sea para todos un derecho garantizado.
Hoy marchamos por la educación pública.
Brillante, Clau!!!
ResponderBorrarGracias!!!
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BorrarBuenísimo! Un placer leerte.
ResponderBorrarGracias!!!
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