La Zarina del tiempo (un cuento de un amigo)
Hola a todos!
Quiero compartir un cuento que escribió hace tiempo un amigo muy querido. Se los comparto porque me gusta la idea de ofrecer este espacio a otras personas y porque me da mucho placer.
Si quieren dejen sus comentarios y sus opiniones!!!
“… nada se dice de la intrincada concatenación de causas y efectos, que es tan vasta y tan íntima que acaso no cabría anular un solo hecho remoto, por insignificante que fuera, sin invalidar el presente. Modificar el pasado no es modificar un solo hecho; es anular sus consecuencias, que tienden a ser infinitas. Dicho sea con otras palabras; es crear dos historias universales.” J. L. Borges
I
Uno de ellos me confirmó que los viajes en el tiempo solo pueden hacerse hacia el futuro, y también que las máquinas y las paradojas del tiempo no existen. Aquella noche en el trabajo todo hizo que me demorase en la salida, por lo que él insistió en acompañarme hasta casa. Trataré ahora de reordenar sus palabras, aunque deba prescindir ya de la dicción particular con que él, Jaromir Yarik, las articulaba en su relato.
Salimos y caminamos hasta la esquina, donde retomó la conversación que manteníamos desde la tarde. “Te decía -interrumpió así aquel breve silencio- que el objeto nuestros viajes en el tiempo son las distintas instancias del futuro, y que comúnmente solemos ser mal interpretados, como si poseyéramos rasgos de soberbia o de exclusivismo. Sin embargo -agregó - somos como cualquier mortal, dado que también nosotros somos simples mortales. Me preguntabas por los viajes; éstos no son una experiencia corporal, no se teletransporta el cuerpo del viajante, sino que éste permanece en reposo. Y nadie se encuentra visitado por si mismo ni por otro ser desde otro tiempo. Un viaje al futuro se realiza mediante un desdoblamiento de la conciencia y la inteligencia del ser humano en un plano inmaterial; la sustancia mediante la cual viajamos y permanecemos en el futuro es etérea, de manera que solo atisbamos en él, con un carácter meramente contemplativo o especulativo. Igualmente -continuó- en el futuro cualquier acto carecería de efecto, porque la relación causa-efecto de una cosa solo se realiza en el presente. En el futuro la esfera del movimiento jamás coincide con la esfera del espacio.” Caminábamos una cuadra tras otra, y mientras hablaba con su voz grave retenía el aire para no fatigarse: “El paso del tiempo tiene que ver con el movimiento, pero en el futuro las mediciones de un reloj serían inexactas porque allí el movimiento no se realiza en el espacio como el movimiento actual, que sucede en el presente. Y en cuanto a la simultaneidad de hechos que componen el presente, debes saber que éstos son como una música del universo, y la alteración de cualquiera de ellos equivale a la alteración del equilibrio cósmico. Por eso cualquier acción, aunque resulte insignificante o inverosímil, modificaría el presente en lo inmediato y el futuro sucesivamente. El presente, el eterno ahora, cuando termine de decir esto -e hizo un ademán hacia atrás con su mano derecha- ya será parte del pasado, y es el alma del movimiento mismo.” Aunque yo no comprendía del todo la relación entre una y otra de sus afirmaciones, y probablemente con el fin de justificarse, continuó “En torno a la comunidad de viajantes gravita una contradicción aparente, dado que su razón de ser no es el poder temporal, el dominio del presente, sino que su propósito se encuentra en el futuro, que aunque móvil, es igualmente inapelable.” Y prosiguió enigmático: “Hay una comunidad global de viajantes; son clanes que solidariamente digitan la instrumentación de los viajes. En diversos foros éstos confluyen y allí conciben sus designios, ejecutados posteriormente por cada clan o hermandad y extensivamente por toda la comunidad.” Hizo una breve pausa y con un gesto grave en su rostro dijo “Tsaritsa Vremeni es la hermandad más antigua y más extendida”. Guardó silencio por un instante, aunque enseguida se repuso de sus pensamientos y prosiguió: “Particularmente, debes saber que el trabajo de los viajantes comunes, nosotros los mujiks, consiste en labrar en el presente, en el movimiento del permanente ahora, aquel futuro al que retornamos invariablemente, sin más propósito que realizar nuestra primera y última voluntad.”
Finalmente llegamos a casa y prioricé la despedida. Busqué las llaves en mis bolsillos y no las tenía con migo; llamé a la puerta aunque sabía que no había nadie. Entonces dije en voz alta “… me las habré olvidado en el depósito, antes de salir”. En ese momento comprendí que la noche se extendía; ahí me esperaba Jaromir para continuar su relato. Tendríamos que volver.
II
Pensé que callados tardaríamos menos en desandar el camino, pero nada cercenaba su propósito. Mientras se acomodaba la visera de su vieja boina, Jaromir hizo una pausa meditada antes de retomar el tópico de la conversación: “Imagina un futuro nítido, determinado, con sus límites precisos y definidos, no ya probable o como posibilidad…” Pero de pronto me sentí mareado y un silbido que me zumbaba en los oídos me impidió escucharlo; repentinamente tuve un fuerte escalofrío y me transpiraban las manos y la cara. Necesité detenerme, entonces me dijo serenamente: “Estás pálido, no te asustes, es normal. No pienses en nada, solo respira pausadamente, como un chamán.” Hubiera querido preguntarle ¿Qué es normal? Pero no lo hice, solamente aspiré y exhalé lentamente el aire, a la vez que retenía la idea de no pensar nada fuera de ese único mandato. Me repuse y caminamos ya sin decir una palabra, aunque conscientemente quería preguntarle por qué me contaba todo esto. Llegamos al trabajo, entré y enseguida vi las llaves de casa colgadas en el perchero en que colgábamos nuestros abrigos; alguien, probablemente Anya, las habría encontrado y puesto allí. Al salir escuché a mi estómago crujir de hambre y recordé la poca comida congelada que había en casa; decidí que no podría acostarme a dormir directamente, sin comer aunque sea algo. A la vez que lo mantenía en el campo de la visión periférica, presentía que Jaromir conocía mis pensamientos. De pronto me dijo “Acá cerca hay una fonda que es de una gente amiga, donde podemos cenar.” Acepté el convite de inmediato, caminamos unas pocas cuadras por la avenida y llegamos a una vieja y sobria casa cuya entrada constaba de dos altas hojas de madera, grandes y notoriamente pesadas. Nada dejaba entrever qué había o qué funcionaba allí adentro. A pesar de que yo conocía muy bien esas cuadras de la avenida, nunca había reparado particularmente en ese edificio bajo, opaco y de gruesas paredes. Jaromir golpeó suavemente la aldaba de bronce de la hoja derecha de la puerta, y ésta fue abierta por alguien que saludó con un acento compatible al de mi compañero. Intercambiaron unas palabras en la jerga que los vinculaba y el recepcionista, gesticulando quizá algo exageradamente, nos condujo hacia adentro. De la entrada pasamos al salón comedor y nos sentamos a la mesa más próxima. El mismo tipo de la recepción hacía de mozo y al anunciar el menú nombró dos o tres comidas de una enrevesada pronunciación. Un reflejo del malestar que tuve en el camino me obligó a mantenerme en estado de alerta y repetí allí sentado la respiración pausada y el intento de ejercitar la mente en blanco, aunque no lograba concentrarme. En ese momento comencé a mirar alrededor y a reconocer el lugar. Había unas cuantas mesas, de las cuales más de la mitad estaban desocupadas; alrededor de las restantes varios comensales permanecían sentados y conversando, algunos animadamente. En la mesa más apartada de nosotros había un veterano cuyo perfil se destacaba del conjunto; ya había cenado y parecía mirar fijamente el plato que aún tenía adelante. En el murmullo general del ambiente creí reconocer la voz de Anya, nuestra compañera del trabajo. Entonces la vi cruzar el salón mientras hablaba con el mozo al pasar. Jaromir notó mi asombro de ver que ella también trabajaba ahí. Entonces me dijo “Sí, de hecho fue ella quien me habló de ti, ella te vio.” Sentí que se me aceleraba el pulso, como un pronunciado vértigo, al comprender que ella era también una viajante. En eso regresó Anya, ahora con el cabello sujeto y envuelto en una pañoleta que parecía acentuarle sus rasgos, sus facciones, y que de alguna manera que le enmarcaba el rostro. Nos saludó amablemente e hizo un guiño de complicidad, y nos sirvió en sendos platos una sopa espesa, de un color morado o púrpura, entonces fue que le pregunté cómo trabajaba tanto. Solo me miró con una leve sonrisa y se dirigió al mostrador, donde se apoyó a conversar con el mozo recepcionista. Al cabo de un rato Anya volvió y se paró junto a la mesa, y de pronto, Jaromir comenzó a decirnos: “Miren ese de allá, el que está solo en aquella mesa; es Yuri, un viajante de los que ya quedan pocos. Hace muchos años, en un viaje que hizo en el estrecho tardó muchísimo en volver, y por lo que pudimos saber después, se debió a que se precipitó en el futuro, no encontró nada y se perdió. Otros viajantes tuvieron que buscarlo y traerlo forzosamente, cundo su cuerpo ya estaba débil y deshidratado.” Anya asentía en silencio a cuánto el veterano decía, y de repente todo me pareció absurdo: cuanto había sucedido para que yo llegara hasta ahí, y ese tipo allá afectado por un viaje en el tiempo. De pronto no quería creerlo, no podía soportarlo; en un impulso me levanté de la silla y pregunté por el sanitario, adonde me dirigí a lavarme la cara; necesitaba agua fresca. Luego de varios segundos en los que permanecí mirándome fijamente en el espejo que allí había, aún perplejo y a pesar de la desconfianza que en mí persistía, regresé a la mesa, y aunque trataba de mostrarme impasible, le dije a Jaromir que quería comprender la dimensión y el sentido de cuanto se me presentaba. El se acomodó en su silla y con los antebrazos apoyados en el borde de la mesa me dijo risueño “Paciencia, ahora viene el plato principal.” Anya volvió y nos dejó una cena equitativa y abundantemente servida al decir algo en el idioma de la casa. Ya no hablamos, solo comimos en silencio aquel pescado traído de no sé qué lejanos mares. Por primera vez en la noche sentí que hasta mis propios pensamientos me daban un descanso. Por último pagamos la cuenta al mozo que nos había recibido y ya nos levantábamos de la mesa cuando observé que también se movió el otro viajante, el de la mesa más apartada, aunque permanecía sentado. El mozo se le acercó y hablaban notoriamente bajo, a corta distancia el uno del otro. Enseguida nos dirigimos hacia la puerta. Miré en todas las direcciones para saludar a Anya, pero ella no estaba ahí. Salimos, me despedí de Jaromir y caminamos en direcciones opuestas. Una vez en casa, solo y taciturno, sumaba mentalmente hipotéticas horas de trabajo, y pensaba aún en que no era posible que ella trabajara tanto.
Finalmente apagué la luz y me acosté. Me abstraía al observar los juegos de luces y sombras que las ópticas del tránsito de la calle proyectaban en el interior de la habitación. Esas luces se filtraban a través de la persiana que permanecía entre abierta y recorrían con desigual intensidad y velocidad casi siempre el mismo trayecto: puertas del placard, pared, escritorio. Yo pensaba en Anya, pero no imaginaba aún el cariz ni el relieve de cuanto me esperaba. Pensaba también en los hechos que se habían sucedido desde el momento en que ella ingresó a la empresa y me fue presentada. Recordaba la reunión de personal entre Jaromir, que era el chofer de cargas de la empresa, ella, de ahí en más a cargo de la expedición y el despacho, y yo, que me ocupaba del depósito de materiales y mercadería. Desde ese día en adelante, Jaromir y yo estrechamos una cierta amistad, un diálogo, y él me contaba sus viajes y la historia de su familia en la lejana Siberia. Luego, en la medida en que yo intuía el hilo de sus narraciones, me contó de su pertenencia a una hermandad compuesta en su mayoría por paisanos suyos, y me reveló la posibilidad de viajar en el tiempo. En las primeras charlas me contó que descendía de una comunidad denominada inorodtsi, confinada allí a las estepas en tiempos anteriores a la guerra con el Japón, entre quienes algunos murieron de frío y de hambre, y muchos sobrevivieron gracias al amparo de los habitantes de la taigá. También me contó que la generación de los hijos de aquellos deportados fueron los primeros viajantes en el tiempo, quienes aprendieron a combinar el conocimiento de la esencia humana heredado de sus antepasados con las prácticas chamánicas de los antiguos tártaros, chorses y tunguses.
III
Por la mañana me desperté con el tiempo justo y llegué al trabajo antes de las ocho. Anya ya estaba ahí esperándome, cuando pasé cerró la puerta tras de sí y directamente me espetó “Vas a viajar conmigo.” Sus gestos definitivos no dejaban margen para la vacilación. Desayunamos casi en silencio, y de nuevo sentí la adrenalina que lentamente comenzaba a acelerarme el pulso. De pronto y con un gesto casi enigmático, como si concluyera un pensamiento en voz alta, Anya me dijo “la visión del futuro es una sucesión infinita de imágenes, las cuales poseen continuidad en cada una de sus direcciones” y me advirtió “los horizontes, las múltiples direcciones del futuro, en adelante, van a serte progresivamente conocidos, pero debes saber que el tiempo real que transcurre entre el inicio y el regreso de cada viaje es en realidad un tiempo no vivido, por lo cual el tiempo que pasamos en la dimensión del presente debe ser vivido intensamente.” En seguida me dijo que Jaromir se ausentaría, quizá definitivamente, y agregó: “Me pidió que te prepare y que te provea de todo lo que necesites; la incorporación de ciertos alimentos y el reemplazo de otros es fundamental. Ahora -me dijo- vas a aprender a respirar de distintas maneras, son formas que en un aprendizaje gradual vas a memorizar y a practicar. Además, se debe repetir una especie mantra para cada serie. Lo fundamental es que no te asustes, y que te mantengas apto para sostener, al menos en apariencia, una vida normal. Luego aprenderás el método de verificación de las correspondencias entre el futuro y el presente” Así fue como ella me inició.
La primera vez que realicé un ejercicio completo, debí abstraerme conscientemente del hecho material y objetivo de mi permanencia en el mundo físico. Alcancé un cierto estado de meditación, hasta que mi percepción se desplazó hacia sus límites, y desde allí divisé un plano de existencia clara y definidamente exterior a la materialidad del presente; por mí mismo comprendí que contemplaba el futuro. Pensé en la idea de un holograma, o en el paralelismo entre un holograma y cuanto tenía por delante, y luego comprobé que el futuro es semejante a infinitas cortinas de imágenes, en todas las direcciones que posee el espacio; una múltiple sucesión de cortinas de realidad, como si fueran infinitas capas, en cuyo centro, irremediablemente, se encontraría uno mismo. De pronto me invadió el temor y necesité cerciorarme de que continuaba vivo, entonces consideré incontrastable el hecho de que mientras pensara en las cosas que veía, ello acreditaba mi existencia, aún prescindiendo de toda corroboración. Sin embargo tuve conciencia de que debía retornar, y paulatinamente percibí un leve zumbido en los oídos, también sentí que mi respiración se normalizaba; luego escuché el silencio de la casa y los sonidos que proveían del tránsito de la calle. Finalmente sentí mi propio cuerpo, su masa, su dimensión física. Estaba asustado, no podía explicarme lo que acababa de experimentar, llamé a Anya pero no respondió el teléfono. Entonces recordé su insistencia en la importancia de practicar cada serie repetidamente en la misma postura. Repasé las indicaciones que ella me escribió con su particular letra manuscrita, y con la hoja de papel en las manos volví a la misma ubicación en la que había hecho el ejercicio. En breve alcancé cuanto había visualizado antes, pero esta vez vi algo o alguien delante mío, a la izquierda de mi campo visual. Quise retirarme del lugar, sentía pánico, me concentré en recobrar el dominio de la acción y me incorporé bruscamente. Al ponerme de pie caí al suelo descompuesto, con un fuerte mareo por el que veía girar, repetida y monótonamente, las paredes y el techo de la habitación. Quería vomitar, quise pararme nuevamente pero no podía moverme, tomé asiento como pude y permanecí quieto hasta que el equilibrio se restableció dentro de mi cabeza. En cuanto pude me levanté de la silla, me dirigí a la cama y me acosté a dormir dolorido de la cabeza a los pies, con la certeza de que aquello pudo matarme.
Al día siguiente fui al trabajo con la expectativa de encontrar a Anya para contarle todo, pero no nos vimos sino hasta el mediodía, para la hora del almuerzo. Fue entonces que me saludó y me dijo “¿Me acompañas hasta la casona y almorzamos ahí?” En el camino le conté cuánto me sucedió la noche anterior y ella me dijo “Eso fue porque saliste mal. Forzaste los sentidos, que se encontraban desvinculados de su única experiencia, que es corporal; no vuelvas a hacerlo así. Y eso que viste probablemente fue una persona, la primera que alcanzas a ver. Te asustaste y ni siquiera viste si eras vos mismo; es muy extraño verse a uno mismo como un desconocido. Cuando domines la técnica vas a retornar a la normalidad con soltura, pero cada vez deberás practicarlo hasta donde puedas. Y en cuanto a quien viste frente tuyo, si realizas el ejercicio en el mismo lugar y en la misma posición, probablemente se repita aun con mayor nitidez; y si los haces en otro sitio o en otras posiciones, probablemente veas otras figuras.” Llegamos a la casona e ingresamos por una puerta lateral, de la que Anya tenía llaves. No había nadie esperándonos, aunque del interior del edificio provenía el sonido singular de una radio apenas mal sintonizada, con la audición de un locutor que recitaba los resultados de las loterías de las 11.30 de la mañana. Tomamos asiento en unos taburetes y me contó cosas sobre su trabajo allí en el negocio familiar y sobre la gente de la hermandad, del tipo de la recepción, del tal Yuri y de Jaromir, de quien me aseguró “En estos días viaja a Siberia, a un puerto en el estrecho, frente a Alaska. Allá es adonde él viaja casi todos los años. Tiene un pasaporte increíblemente sellado.” Y me explicó “Una cosa es viajar en el espacio y otra es viajar en el tiempo. Cada viaje al futuro se realiza en el sitio en que se opera; por ejemplo si viajáramos ahora no veríamos más que cuanto haya de suceder acá mismo, o a lo sumo en los alrededores si se fueran a caer las paredes. El futuro de las tierras de ambos lados del estrecho es terreno de grandes viajantes como Jaromir, Yuri y otros de la hermandad. Allá en un puerto frente a Alaska, él verificará las correspondencias entre el futuro y las acciones de la comunidad, para readecuarlas luego.” Almorzamos unos cuantos bocadillos de pescado enharinado y después de comer Anya me enseñó el fragmento de un caparazón de caracola, pero sin la superficie de corteza que recubre al animal en vida, sino que se conservaba solo lo que sería su eje de crecimiento y señaló sus extremos, desde el lado anterior hasta el posterior. Ella me dijo entonces que el paso del tiempo posee, a escala universal, una forma análoga o similar a esa forma particular, limitada, imperfecta y finalmente finita que muchas especies de moluscos reproducen. La misma, vista de frente, presenta en su lado anterior una forma espiralada, centrífuga, con un punto como su origen, y un extremo posterior donde concluye, y en su desarrollo endógeno ambos lados se distancian entre sí al girar en el mismo sentido aunque aparentemente en sentidos opuestos. Ello ocurre hasta que el animal que encarna la vida se retira de su seno, y esa cosa, esa caparazón, acaba su representación del paso del tiempo, y cristaliza su trascendencia del presente.” Yo, por mi parte, le pedí que me devele el porqué de mi incorporación a la organización, a lo cual me respondió “Bueno, parte de la respuesta es el hecho de que todavía estás acá.” Y continuó sin importarle mis inquietudes “Jaromir debió condensar todo lo que te transmitió en las últimas semanas, lo hizo porque sabía que debía irse. Esta noche vas a viajar conmigo y vamos a ver qué fue lo que viste y te asustó.” Volvimos al trabajo y retomamos nuestras tareas, hasta que finalmente, antes de despedirnos hasta la noche, me dijo “Luego vas a ver también que hay una correspondencia entre el método de interpretación del futuro por un lado, y la historia por otro, que hace lo propio respecto del pasado, y por tu cuenta entenderás por qué debías saber todo aquello”.
A las diez de la noche Anya llegó puntual, y no pude esperar para preguntarle qué significa Tsaritsa Vremeni, y cuál era la razón de que la hermandad tenga su fin, su propósito, en Alaska, y me dijo “Es una hermenéutica complicada para el sentido común, y de alguna manera es un juego de palabras. Tsaritsa Vremeni, literalmente La zarina del tiempo, ama a Alaska. Según la tradición, la princesa Vavara, hija del príncipe Dimitri, de la corte de Catalina, destinada a la gloria cesárea, murió en su amor por Alaska.” La miré y encontré sus ojos intencionalmente fijos en los míos. Anya continuó poética “Vavara amó sin medida a Alaska, aunque hubo de perderlo como consecuencia de sus actos apóstatas y de toda su idolatría, y esto ella misma no lo comprendió y feneció dolorida en su alma. Su historia solo es conocida parcialmente, pero sabemos que había un grado de correspondencia entre su trágico destino, el de ambos, ella y Alaska, y las suertes de las antiguas tierras de Bering, a ambos lados del estrecho. Tsaritsa Vremeni reunificará las tierras” Me costaba seguirla y le pregunté si se trataba de metáforas o alegorías, pero ya no me contestó con palabras.
Donato Amenta
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