Epifanía en el día de San Valentín

Epifanía

Como si mi mente se preparara para lo que será un largo día de romanticismos extremos, frases cursis y deseos empalagosos, desde temprano que estoy pensando mucho en lo que significaron las historias de amor a lo largo de mi vida.

La verdad es que nunca me interesó el festejo de San Valentín, esta fecha que  en nuestros pagos empezó a popularizarse no hace tanto y que a muchos nos produce cierto rechazo.

Quizás porque es un día comercial, aunque en realidad no sería el primero ni el único.
Quizás porque es una celebración traída de otras latitudes, pero otra vez ¿cuántas fiestas y conmemoraciones foráneas adoptamos a lo largo de los siglos?

Quizás porque suena a imposición, pero ¿qué celebración no tiene algo de imposición?

No sé, pero lo cierto es que hoy somos muchos los que cuestionamos su trasfondo, el concepto de amor romántico.

En fin, por el motivo que sea, hoy muy temprano, caminaba rumbo a la escuela y empecé a recordar mis historias de amor pasadas.

Ya le dediqué un lindo y catártico posteo a los desengaños, a las traiciones, así que no me detendré en ese punto. Te dejo el link por si querés leerlo o reeleerlo:


Pero hoy, mientras caminaba, empecé a pensar e esas historias en relación a lo qué pasaba con mi vida en esos tiempos.

Una epifanía. Esos descubrimientos que se hacen de golpe, de pronto. Una idea que invade el cerebro y ya no puede irse más. 

De pronto me di cuenta de que esas malas historias surgieron en situaciones de extrema fragilidad, con la promesa de mejorar mi entorno y mi propia vida.

Esto, que quizás para muchos sea una tontería, para mí le da sentido a todo.
Siempre creí que las malas relaciones que tuve eran parte de una situación, una mancha más. 

Pero recién ahora, empiezo a pensar en cómo se originaron esas relaciones y entonces lo entiendo. No fueron parte de una situación desastrosa sino la conclusión.

¿Y por qué me resulta tan interesante descubrir esto?

Sencillamente porque rompe con una premisa aterradora en la que alguna vez supe creer: el amor nos salva.



¿Amor salvador?


Como un ángel bello, el amor sobrevuela nuestras miserias y nos ofrece su mano inmaculada para escapar de ese mal lugar, para elevarnos junto a él en un vuelo triunfal.

El amor, o aquel otro que representa el amor, está por encima de nosotros y ofrece su generoso amor, así que estaremos para siempre en deuda con él, profundamente agradecidos.

Porque el amor cura, salva, nos redime.

Eso nos dijeron.

Algo así.


No se trata de cualquier amor. Solo el amor de pareja, la media naranja, la que le da sentido a nuestras vidas.

El amor de pareja que es el único amor que en esta sociedad tiene una finalidad contractual y cumple una función específica: la creación de la familia, es decir, de la empresa familiar. Bienes, herencias, tareas de cuidado, trabajo fuera del hogar, todo está en el mismo concepto.

Aprendimos a aceptar toda esa carga envuelta en un lindo paquete forrado con dibujos de corazones y flechitas.


Amor 

Pero entonces, estoy caminando rumbo a la escuela y de pronto comprendo que en los peores momentos de mi vida el amor no me elevó ni me salvó ni nada.

Más bien todo lo contrario.
En los peores momentos de mi vida tomé las peores decisiones sentimentales. Decisiones desesperadas, compulsivas, cargadas de angustia.

Quiero decir que en aquellos momentos de enorme vulnerabilidad creí que al aferrarme a una relación sentimental mi vida encontraría su cause y todo encontraría su rumbo.

En vez de salvarme, sostuve relaciones asimétricas en las que aprendí a naturalizar una forma de maltrato casi invisible. Ese maltrato que de a poco, sin que lo notemos, comienza a constituir nuestra percepción de quiénes somos en el mundo que nos rodea.

Empezamos a creer que no somos nada sin amor, que la vida no tiene sentido sin amor. 
Lo necesito como al aire que respiro, decimos.

Todas estas ideas, vale la aclaración, no fueron simplemente creadas por mi cabecita loca y romántica. Esto es lo que aprendí acerca del amor a lo largo de mi educación sentimental. También hay un posteo sobre esto y te lo dejo por acá: 


Lo que aprendí de mis padres, de mis amigas, lo que absorbí de las publicidades, de las telenovelas. Porque para sostener la estructura familiar es necesario educar a las personas, especialmente a las mujeres.

Y todo va quedando por ahí, en alguna parte de nuestras mentes.

Sigo pensando y descubro que las relaciones más sinceras y sanas que tuve a lo largo de mi vida, fueron aquellas que no nacieron de la necesidad de salvación sino más bien todo lo contrario. 

Me refiero a esas historias que no se construyen en el gesto desesperado ni en la idea de una naranja que nos completa. 

Esas historias que, con sus idas y venidas, nacen del juego y la pura alegría del encuentro. 


Otras ideas

Ah, pero afortunadamente el mundo, al menos el mundo de las ideas, está en pleno proceso de ebullición, de transformación. Los paradigmas se cuestionan, se desarman. 

Entender, a los cincuenta y pico, que el amor no es una tabla en el mar, ni una mano que se ofrece desde el cielo, que el amor no es redención ni elevación.

Y que el amor de pareja no es el único amor, porque todas las formas de amor son valiosas. Nuestras personas queridas, cada una, es parte de nuestra historia. Y por eso ningún amor debe pedirnos que sacrifiquemos otro amor. 

Ese es el punto. El amor no puede pedir nada que nos duela, aunque detrás esté la promesa de sanación y redención. 

No es el amor el que nos salva. Es uno, una, une el que se salva. Sos vos, soy yo, nos salvamos cuando nos elegimos.

Porque el amor es otra cosa. Elijo el amor no para salvarme, sino para que acompañarnos mutuamente en alguna parte de nuestro recorrido.







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