Acerca del retorno a las clases presenciales

 Escribo como mamá y no como docente:

Ante todo quiero decir que yo no creo, ni por un momento, que mi hijo haya perdido un año de clase. 

Muy por el contrario, si hay algo que me preocupaba es que su maestra fuera tan a fondo con los contenidos.

Quizás yo hubiese deseado que en lugar del conocimiento priorizara el contacto y el juego, pero entiendo que mi mirada es una entre muchas otras muy distintas.

Durante el año que pasamos encerrados en casa, la maestra de Juan dio clases por zoom, explicó matemáticas, leyó cuentos y hasta realizó actividades prácticas con ellos. 

Un pequeño dato: cada vez que tuvo que suspender una clase porque había jornada, por alguna cuestión personal, por el motivo que fuera, se ocupó de reponer esa clase otro día.  Es más, alguna vez me alegré al suponer que esa semana no iba a tener que prender el bendito zoom, pero no, eso nunca pasó.

Lo cuento sabiendo claramente que no era su obligación, porque ningún docente debería renunciar a sus licencias ni reponer el día de jornada docente. Pero sí quiero que se entienda el grado de compromiso de la seño y de la escuela.

La maestra de Juan corregía la tarea de los chicos el fin de semana, y respondía a cada uno contándole cómo estuvo el trabajo y qué debía mejorar.

También se comunicaba por wassap para saber si teníamos la información necesaria y si el tema se había entendido y, de no ser así, ofrecía hacer una videollamada individual con cada chico para explicar el tema.

Por otra parte, las seños especiales de inglés, de educación física, de danza, de teatro, de plástica, de vida en la naturaleza y la bibliotecaria mantuvieron todo el año encuentros por zoom, propusieron actividades por el Facebook de la escuela y jugaron con ellos a través de la virtualidad.

Cada acto escolar fue plasmado en el Facebook de la escuela, con un despliegue de creatividad y de amorosidad que va mucho más allá del cumplimiento del deber.

Obviamente todo esto ocurrió dentro de casa, involucrando el ritmo de la familia.

Muchas veces me enojé, me cansé, me angustié.

Sé que todo lo que la escuela hizo no alcanza ni siquiera a parecerse a lo que debería ser la escuela.

Sé que a mi hijo le faltaron muchas cosas.

Le faltó la risa compartida, le faltó el encuentro, el abrazo con los amigos, le faltó la mirada atenta de la seño, su mano acariciándole los rulos.

Le faltó correr por el patio y hacer enojar a las maestras, le faltó el almuerzo compartido, el intercambio de bolitas, le faltaron los retos y las felicitaciones, le faltó la vuelta a casa juntando palitos y contándome cómo estuvo su día.

Pero no existe ninguna presencialidad que hoy le pueda devolver todo eso.

No ahora.

Y no todavía.

Porque estamos en medio de una tragedia mundial, así de simple.

La muerte está ahí rondando.

Hay muchas ausencias y muchas carencias que estamos enfrentando.

Pero por suerte, en medio del desastre, durante todo el año, estuvo la escuela. 

Como pudo. 

La escuela acompañó, construyó lazos, generó ideas, emociones.

La escuela, sin inversión del Estado, sin herramientas tecnológicas.

Con sus enormes limitaciones y sus atrasos.

Sola con su increíble valor humano.

Estuvo la maestra de Juan, y las maestras especiales y todo el equipo directivo.

Estuvieron y están.

Los chicos no necesitan volver a la escuela, porque la escuela siempre estuvo.

(Los dibujos fueron autorizados por el autor)





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