El juego y el deseo

Cuando yo era chica, los niños y las niñas querían ser astronautas, docentes, científicos, jugadores de fútbol.

Los tiempos cambiaron, no es novedad, y Juan, igual que muchos otros chicos, dice que quiere ser youtuber. 
Sí, quiere tener su propio canal, hacer sus videos, tener un público que los mire, tener miles de seguidores, todo igual que sus ídolos.

Acerca de los youtuber ya estuve contando en algún otro posteo, son los elegidos de los niños y no dejan de sorprenderme por todo lo que movilizan en torno a sus videos y a ellos mismos.

Cuando esta historia empezó hace un par de años, voy a decir algo, yo los detestaba. Quiero decir, yo detestaba, sin distinción, todo lo que desde la pantalla pudiera tener a Juan demasiado tiempo embelasado.
Y bueno, lo reconozco. Yo suelo ser una madre un tanto jodida. Pero eso sí, soy bastante autocrítica. Soy tan autocrítica que puedo reconocer que sí, que quizá exageré un poco y que no son taaaan desagradables estos pibes los youtubers.
Un día le pregunté a Juan qué le gustaba de estos chicos y chicas. Me dijo que lo que estaba buenísimo es que se la pasaban jugando y encima ganaban plata.
Sin embargo empecé a prestar atención y me di cuenta de que no sólo jugaban, además había muchísimo trabajo de edición. En algunos videos contaban historias, en otros intercalaban memes, primeros planos. Había mucha más dedicación de la que yo creía.
Le dije a Juan que esta gente trabajaba mucho y creo que se dio cuenta de que en mi voz había cierto respeto. Se puso orgulloso.

Porque ya lo dije, Juan hace tiempo dice que quiere ser youtuber. A veces negocia un poco de su fantasía, trata de conformarme y me dice que además va a ser maestro, pero seguro seguro seguro va a ser youtuber.

Hasta hace un tiempo, cada vez que yo lo escuchaba le sonreía, le decía que bueno, que algún día, cuando fuera mayor de edad.
Y él se conformaba.
Pero claro, como todas sabemos, vino una pandemia y nos encerramos en casa. Meses y meses encerradísimos. Y la virtualidad se convirtió en nuestra aliada.
Así que, como muchas mamás, pasé de controlar minuciosamente que no se pasara de las dos horas permitidas de juego virtual, a  que usara la virtualidad a libre demanda.
La escuela, los talleres, los juegos con sus amigos y amigas, todo pasaba por la virtualidad. Lo rígido se hizo flexible y un día nos encontramos diciéndole que bueno, que si tenía tantas ganas podía tener su canal de youtube. Podía jugar a ser un youtuber.

Y Juan empezó a jugar.

Es fascinante observar la dedicación y el cuidado que un niño es capaz de darle a una actividad cuando le interesa de verdad.

Buscar tutoriales para saber cómo empezar, bajar aplicaciones para grabar, bajar aplicaciones para editar, pasar horas armando, probar, descartar, probar otra vez. Aprender más cosas, seguir intentando.

De verdad, lo veo "trabajar" en sus vídeos, concentrado, divertido, y me pregunto si hay algo más poderoso y más movilizador que el deseo.

No importa si mañana se cansa, si un día se aburre. Hoy está el juego que le permite probar, elegir, crear. Desear.

Pienso entonces en algo que me viene rondando hace tiempo: en todos esos pibes y esas pibas a quienes no se les permite desear, porque nadie se los enseñó, porque no hubo personas adultas que les explicaran que desear es un derecho. Quizás porque esas personas tampoco lo supieron, quizás tampoco nadie se los dijo a ellos.

Y entonces, sigo pensando, y aparece la escuela, siempre la escuela con todos sus agujeros. Porque... cuánto le falta a la escuela para enseñar a construir deseos. 
Porque de verdad, no se trata de grandes conocimiento sino de simples deseos.

El deseo, creo, es la fuerza que surge poderosa y que permite que nos proyectemos, que nos descubramos, que podamos elegir, en definitiva, quienes anhelamos ser.



Comentarios

  1. El deseo es el motor de la vida.....insiste,insiste,pero no consiste...,y así se puede seguir deseando.,...Hermoso,Clau!!

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  2. Oh las generaciones. Margaret Atwood cuenta que sus padres les prohibían leer historietas, consideraban que les iban a arruinar el cerebro, algo así. Ella y sus hermanos las leían a escondidas.

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