El fin de este mundo

 Esas cosas que una dice y no piensa. Esas cosas que salen de la boca así, sin medir consecuencias.

_ y sí, es así, la humanidad va a destruir el planeta antes de pensar una nueva forma de habitarlo _digo esto mientras hablo por teléfono con alguien_. Tuvimos la oportunidad de ser mejores y lo estropeamos otra vez _la remato.

La conversación sigue un rato. En cuánto cortó voy a retomar mis tareas cotidianas, pero tropiezo con la mirada inquisidora de Juan.

_ ¿De verdad los seres humanos van a destruir el planeta má?

Me lo pregunta y se nota que está preocupado. No pensé que podía escuchar y tomarlo tan en serio. Quisiera borrar todo lo que dije pero ya es tarde.

Le digo que no, que nada que ver, que lo dije por decir nomás, que se quede tranquilo porque el ser humano no es tan tonto. Mientras digo todo esto pienso que en el fondo me gustaría tanto creerlo.

La tarde sigue y Juan vuelve a su mundo de jueguitos virtuales y de videos por Internet.

Pero la cabeza le sigue funcionando, y a la noche vuelve al tema. Sentado en su cama Juan me dice que aunque le aseguré que los seres humanos no van a destruir el planeta, él igual se quedó angustiado.

Me siento a su lado. La culpa que siento es enorme. Arrojé al aire y con tanto descuido esas frases que Juan atrapó y ahora no sé qué hacer para que las suelte.

Trato de relativizar el impacto de mi sentencia atroz: el planeta no se va a destruir, le digo. La humanidad es medio bruta pero no va a ser tan tonta de reventar el lugar que habita.

El problema es que, mientras hablo, me doy cuenta de dos cosas: de que me siento mal por lo que dije pero también me siento mal porque un poco creo lo que dije.

Y sí. La esperanza no siempre es un recurso renovable. O sí, pero a veces cuesta volver a encontrarla.

Y sin embargo, en algún momento sentí mucha esperanza en la humanidad.

Durante el 2020 con Juan pasamos mucho tiempo sin salir, igual que tantos otros. Sin pretender romantizar la cuarentena, pero tampoco queriendo victimizarnos, creo que esos meses de encierro tuvieron mucho de introspección, de reflexión, de búsqueda y por qué no, de crecimiento.

Cosas que me quedaron de esos días: El cielo nocturno brillando potente, Juan y yo saliendo al patio a mirar las estrellas brillantes, de todas partes del mundo noticias de animales recuperando el espacio apropiado por los humanos, el aire más sano. 

La naturaleza, en fin, que agradecía nuestro ocultamiento.

No sé, estuvo bueno, un poco, en medio del horror y del miedo, descubrir que todo eso que uno siempre dijo, todo eso por lo que siempre luchó, eso de de patear el tablero, de cambiar el mundo, todo eso, no es una locura romántica y utópica como siempre nos dijeron los supuestos dueños de la realidad realista.

Y bueno, de toda esa experiencia aprendimos un montón. No sé ustedes, pero para mí hubo aprendizajes que no se van a borrar más, que no quiero que se borren. Formas de alimentarnos, formas de reciclar residuos, formar de crear lazos solidarios, formas de distribuir.
Claro, son gestos pequeños, acciones mínimas. Porque la transformación real pasa por otro lado.

Pero el sistema se auto protege y tiene una lógica propia para resolver las adversidades. El mundo no se puede detener, que muera el que tenga que morir y que sobreviva el que se lo gane. 
En síntesis, una vez más, volvieron a ganar los dueños de la realidad realista. 
Por ahora.

Entonces el mundo tiene que seguir produciendo, explican, no se puede parar. El capital necesita producir. La gente necesita comer. El rico necesita ganar y la humanidad necesita comprar y vender. Es así.

Sí, es así.
Este sistema es así.

Este sistema depredador e individualista en el que vivimos, este sistema que decide sacrificar vidas antes que parar de acumular.

Agrotóxicos, incendios, megaminería, contaminación.

¿Qué pasaría si alguna vez cambiamos la forma de producir?

Sin dueños de la tierra, sin depredación, sin consumo innecesario.
Con vinculos cooperativos, solidarios,  saludables.

¿Cómo sería el mundo? ¿Cómo viviríamos?

Y entonces vuelvo a Juan y a su angustia.

Juan que me cuenta lo que él cree acerca de la humanidad y del planeta.

Para Juan, igual que para la mayoría de los niños, no tiene sentido que haya personas con hambre si en el mundo se produce comida para todos. Para él es inexplicable dejar que un niño pase hambre y frío y le parece totalmente absurdo que se sigan fabricando cosas que le hacen daño a la naturaleza.

Su lógica es impecable y me marca el camino por si me pierdo.

_ Porque má _me explica_ son muchas las personas que quieren cuidar el planeta, aunque no las conocemos a todas, ¡y están por todas partes! Y nosotros, con esas personas no vamos a dejar que el planeta se destruya.

Juan tiene razón.
Porque aunque no nos conocemos, somos muchos.
Y estamos por todas partes.



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