Tras su manto de neblina...

En la tele me encuentro con un documental sobre la guerra de Malvinas. Aparecen imágenes de un viejo noticiero, "60 minutos" y un montón de periodistas complacientes elogian a Galtieri. Las 24 horas por Malvinas y las donaciones que no llegaron nunca. El orgullo patriótico de miles que salieron a la calle a ovacionar al asesino.

Se me cruzan muchísimas emociones.
Asco, rabia, vergüenza.

Juan me pregunta cuándo pasó todo eso. En 1982 le digo.

"Ah, menos mal que yo no había nacido y no tuve que ir a esa guerra", me dice.

"No Juan, si yo era una nena!" le respondo.
 
Su comentario se me mete en la cabeza y se queda ahí un rato largo. Pienso con tristeza en esas mamás que perdieron a sus hijos y en esos hijos que perdieron sus vidas.

Me viene entonces el recuerdo de Julio, un profe de historia con el que trabajé unos meses en una escuela hace varios años. Julio había estado en la isla como soldado durante la guerra. 
Un día, salio el tema y empezó a hablar. De la guerra no me contó casi nada. Pero sí del regreso.
En aquel entonces Julio tenía dieciocho años, un chico como muchos de los chicos de sexto año que conozco. 
Contaba que cuando los trajeron de vuelta, él, y los otros pibes, habían estado esperando que una multitud los recibiera desbordando las calles, que esperaban la ovación, el aplauso; pero que en cambio los recibió el silencio y la desolación de una noche oscura y fría. 
Me contó que los bajaron en silencio de los camiones que los traían y los ingresaron a un edificio militar, no recordaba cuál, dónde tuvo que firmar un montón de papeles de confidencialidad, y que después nunca más se ocuparon de él.
Al igual que muchos otros sobrevivientes, él estaba muy mal. El ruido de las explosiones y todo el frío y el hambre se le habían metido adentro del alma y parecía un fantasma, me decía. 
Estuvo allí encerrado un tiempo hasta que su familia lo sacó y pudo hacer un tratamiento para recuperarse.
Mientras hablaba, puedo asegurar que dejé de ver al adulto que tenía enfrente y vi en sus ojos a un chico de 18 años que me explicaba, que aunque ya habían pasado muchos años, no podía evitar desorientarse y angustiarse cada vez que un viento fuerte le golpeaba en la cara.

Historias como esta hay un montón. Algunas veces me crucé en las escuelas con chicos que me contaban que su papá o que su tío estuvo en la guerra pero que por lo general nunca querían hablar del tema. 

Hablar de Malvinas es incómodo. No se habla o se habla poco. Se dicen algunas palabras, las justas y necesarias, y nada más.

La guerra de Malvinas fue toda la atrocidad que significa una guerra y fue más atrocidad aún.
Malvinas fue todo el cinismo, la hipocresía y la maldad de una dictadura cívico militar que miraba con odio a los chicos que mandó a luchar.
Malvinas fue el desprecio por las vidas de esos chicos, fue el abandono, fue la tortura.
Malvinas fue la complicidad de la sociedad y fue el silencio, la adulación repulsiva hacia un poder asesino.

Qué decir que no se haya dicho?

Nada más triste que el abrazo no dado a tiempo.

Malvinas duele porque es muerte y es ausencia, y duele porque no hay nada que puede remediar la vergüenza, el asco y el dolor de haber hecho todo mal.

Les dejo a continuación el audio de un fragmento de la novela Las Isla, de Carlos Gamerro.













Comentarios

  1. Tenía 15 años, mi novio, mi hermano y mis amigos estaban en el se vicio militar... Solo recuerdo el miedo y los silencios. Pero no quiero olvidar que quienes perdieron la vida fue luchando contra un imperio. Son héroes en un mundo de mierdas

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    1. Sí, el imperialismo estaba del otro lado pero de este lado también estaba el enemigo y sí, sin dudas los veteranos son nuestros heroes.

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