Festejos

En mi casa no se festejaba la Navidad, nunca. Para mis viejos, el 24 a la noche era un día como cualquier otro. Ahora que lo pienso, a la distancia, era como si estuviéramos viviendo una realidad paralela. Afuera, cohetes, arbolito, regalos, familia, manjares. Adentro, todos durmiendo. 

Años después, ya más grande, y como buena noctámbula, me gustaba salir a mirar, a curiosear esa fiesta que no era mía. A veces tenía suerte y en la tele encontraba alguna transmisión especial, con música y conductores festivos, que me hacían sentir un poco más acompañada.

Eso sí, como consuelo, los 25 de diciembre eran nuestros. Aprovechando el feriado, mis viejos y mis tíos organizaban el almuerzo familiar, de esos que duraban todo el día. 

Pero el 24, nada, ya lo dije, en casa no pasaba nada. 

Con los años esa fecha empezó a tener para mí la atracción que produce todo aquello que se nos está negado. Por eso, cuando ya fui adulta, disfrutaba tanto cuando una amiga o algún novio me invitaba a pasar con ellos la cena de Navidad. Disfrutaba comprando los regalos, pensando qué y para quién, participando con algún postre, colaborando. 

Así pasaba cada Navidad, tomando prestada la fiesta de otros para celebrar con ellos.

El año nuevo era distinto, ahí sí se festejaba con ganas, con todo. Con mucha comida, con música, con invitados. 

Si pienso en el año nuevo lo primero que se me viene a la cabeza es la casa de mi infancia, en San Andrés. Lo que más recuerdo es que cada año la vecina de enfrente cruzaba junto a su hija, de quien tengo el honor de haber heredado mi nombre, con una copa en la mano para brindar con mi vieja por un año mejor. Era la década del '70 y aunque poco se hablaba de política,  yo creo que en cada choque de copas todas esas mujeres compartían el deseo secreto de que por fin toda la muerte y el dolor se fueran para dar paso a un presente con más esperanzas. Y por eso, seguramente, es que el brindis de aquel diciembre de 1983 fue tan especial, la alegría, los abrazos, las sonrisas. No sé si es mío el recuerdo o si mi mamá, de tanto contarlo durante años, me transmitió la emoción.

Después y con el tiempo, hubo otros años nuevos. 

Hubo años de mucha familia y hubo otros en los que sólo fuimos mi hermana, mis viejos y yo. 

Hubo años de festejo y alegría por todo lo que se había logrado y hubo otros más silenciosos y apagados, en los que la derrota se olía junto a la pólvora se los cohetes.

El dos mil, por ejemplo, fue inolvidable. Ese año circulaban terribles rumores que vaticinaban desastres cibernéticos. Las computadoras, decían, no podrían con el cambio de Milenio y colapsarían irremediablemente. 

Y fue precisamente en ese final de milenio, en noviembre, que se fue mi viejo. Hacía casi dos meses de su ausencia, y aunque yo decía que ya estaba bien, el treinta y uno a la mañana fui al supermercado y me llevé todas las bebidas alcohólicas que pude comprar. Ese año nuevo, después de las doce pensaba salir con mi novio pero en cambio terminé descompuesta y con el estómago revuelto, acostada en mi cama con una botella de agua y un balde a mi lado. Hay festejos que inevitablemente deben terminar así creo, en honor al desastre que los antecede. 

En cambio el año que falleció mi mamá fue distinto. Fue el primer año nuevo sin mi mamá y también fue el primer año nuevo con mi hijo. De pronto nos encontramos siendo los adultos del festejo. Fue raro. Fue triste y fue bello. 

A lo largo de todos estos años hubo tantos y tan variados festejos de fin de año. Festejos con amigos, con familia, con gente querida. 

El ultimo año antes de la pandemia fue especial. Después de muchos años, finalmente pudimos festejar con tíos, primos y sobrinos, todos juntos. Cuando abrazarnos, sentarnos alrededor de una mesa, reírnos fuerte y charlar mucho no traía enfermedades. 

Las fechas de celebración son apasionantes para mí. Tienen una simbología especial. No soy la persona indicada para cuestionar la arbitrariedad de que un año comience en una fecha determinada. Creo que son rituales de iniciación. Otro año, otro ciclo de las estaciones, otra vuelta al sol. 

En los diarios íntimos registramos cada fecha: "Hoy es..." y en las agendas que cada año llenamos, también.

Es fascinante la idea de que todo se repite pero todo cambia. 

El tiempo vuelve a empezar una vez más, y a la vez, el tiempo sigue y sigue. 

Y entonces esta vez, quizás, tengamos otras oportunidades, posibilidades nuevas.

Por todos los comienzos.

Por nosotros y porque nuestros años valgan la pena.

¡¡¡Feliz 2022!!!



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Mi agenda 2022 es de @papelon_cuadernos con dibujos de la artista plástica @Silvia.dominguez.artista


Comentarios

  1. Ohhhhh...
    Me encantó!!!
    Esos brindis callejeros se extrañan!!!
    Abrazote 💜

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  2. Qué lindo!! Me encantan los festejos tradicionales! En mi adolescencia todavía había familias de vecinos que sacaban la mesa afuera y se armaban mesas interminables 🎍🎉🎊

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