La magia de los confines

Hace cuatro años se fue Liliana Bodoc y nos sigue haciendo falta.

Nos hace falta su voz, su palabra, su mirada.

Nos hace falta su escritura para contar la historia, para reinventarla.

A la Bodoc la conocí en 2004. Por entonces compraba la revista La mano y fue en la sección de críticas literarias que me llamó la atención una nota sobre La saga de los confines. No me acuerdo qué decía pero me cautivó, tanto que en cuanto pude me compré el primer libro de la trilogía, Los días del venado.

Esta mujer se había abocado durante varios años a un trabajo de estudio, de investigación y de escritura para crear aquel libro, se había trasladado desde Mendoza a Buenos Aires y había recorrido con su manuscrito varias editoriales, hasta que al fin alguien leyó y entendió, y fue entonces que llegó a nosotros su primera novela.

Y era una novela maravillosa.

Empecé a leer y así entré al universo de Las tierras fértiles en Los Confines. Conocí a Vieja Kush, a Tunghur, a Dulkancellin. 

Había en cada palabra una sabiduría antigua, algo de bruja nueva contando historias de tiempos lejanos. En su escritura aquellos seres despertaban del olvido para contar quiénes fueron y por qué ya no estaban.
Todo lo que contaba, todo lo que describía, era nuevo y a la vez tan cercano y tan familiar.

La historia se reescribía.

Liliana tomaba las estructuras de algunos relatos épicos del viejo mundo y los transformaba. Y la magia de estas tierras nuestras se sentía, latía en los personajes, en sus historias.

Uno a uno, leí con desesperación los tres libros. Con desesperación sí, porque había algo de tragedia anunciada, presentida y a la vez sorpresiva, en aquel relato. Leí cada uno de los libros con las emociones apretadas en un puño y a la vez deseando recordar todo, como si cada palabra dicha fuese un mensaje encriptado.

Mientras leía, me fascinaba esa combinación extraña entre la belleza del lenguaje poético y las descripciones cruentas. 

Si tuviera que definir la literatura de Liliana Bodoc, hablaría de esa serie de opuestos que en su prosa conviven de forma tan armoniosa.

La historia y la magia.
La realidad y la ficción.
La ternura y la crueldad.
La poesía y la crudeza.

Con Los días de la Sombra por primera vez lloré mientras leía una novela. Literalmente, línea tras línea sentía la tibieza de mis lágrimas bajando por mis mejillas. 

¿Qué otra cosa podía hacer si los sideresios se abalanzaban ya codiciosos sobre La Inocente?
¿Si allí estaba Wilkilén, la destrenzada, ante la muerte? 
¿Cómo no llorar si la mismísima Sombra aulló de rabia ante su ausencia?

Creo que La saga de los confines es, en su conjunto, una de las mejores obras literarias de las últimas décadas.
La saga fue para mí una suerte de literatura fundacional.

Después vinieron las Memorias Impuras, y sentí furia y compasión por Junia y admiré la resilencia de Cusi, y conocí a Zope Zopahua y la Logia Bagual.

Sucedió en colores fue un regalo para mi hijo, tan bellas las historias.
Y El espejo africano, esa fascinante historia acerca de la libertad de las personas, de los pueblos.
Con Presagios de carnaval no pude con la tristeza. Lo di a mis alumnos como lectura un año y no pude volver a darlo más. No pude. Es un libro que duele.

Más tarde fue Tiempo de Dragones con esa tapa increíble de la dragona blanca de Ciruelo. Volé con ella en esa historia que era una profecía y a la vez una invención, una mentira. La escritura inventando la realidad.

Tan Bodoc. 

Y fue justamente cuando terminaba de leer el segundo tomo, que la noticia de su muerte sacudió la realidad.

Aquella mujer que a los cuarenta años publicaba su primera novela, cambiando su vida y las nuestras, se iba demasiado pronto.

Como si la vida fuese una gran novela épica, la muerte, aquella de sus novelas, la misma que tendió la mamo a Vieja Kush, la vieja Sombra, decidió llevársela consigo antes de tiempo. 

Y por eso nos hace tanta falta.

Porque siempre van a quedar historias que necesitan ser contadas por ella.

Contar fantasía.
Desenredar la historia.
Descontar para contar de nuevo.
Contar la historia que no es historia.

Contar al fin de cuentas, la magia de la épica americana.


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