Releyendo El amor en los tiempos del cólera

Territorios

Una vez, hace mucho tiempo, Florentino Ariza pintó sobre el vientre de la palomera una flecha hacia abajo y unas palabras: "Esta cuca es mía".

Esa noche la mujer se desnudó frente a su marido y olvidó que había un mensaje escrito en su cuerpo. El marido no dijo nada pero fue al baño, en silencio tomó una navaja y degolló a su esposa.

Volví a leer este capítulo hace pocos días, después de una de esas conversaciones que tengo con mi hermana.

Volví a leer aquella escena impactante y sentí el escalofrío que ya había tenido antes, pero esta vez con alguna información que le ponía nombre al espanto: femicidio.

"Esta cuca es mía" escribió Florentino y marcó su posesión, delimitó su territorio,  para que nadie osara confundirse. El cuerpo de aquella mujer que tantas veces se le había negado, que lo había rechazado una y otra vez, ahora era suyo.

Hace tiempo que trato de entender qué significa para este sistema que nuestros cuerpos sean territorios a colonizar. Entender eso es entender por qué nos matan, por qué nos violan, por qué deciden sobre nuestra capacidad reproductiva, por qué nos disciplinan.

Florentino escribe sobre la piel el destino final de aquella mujer. Como al ganado, la marca para que no escape.

Hacía mucho que no volvía a esta novela. Hacía mucho que no me encontraba con Florentino. Y la verdad es que esta vez lo descubrí distinto. 

Aquel hombre apasionado y romántico esta vez se me antojó menos apasionado, menos romántico. Un hombre que ni siquiera lamenta la muerte de la pajarera y para quién sus únicas preocupaciones son que el marido de la difunta no lo encuentre y que Fermina no se entere de su supuesta traición.

No hay una sola palabra de dolor, ni siquiera de arrepentimiento.

El horror del femicidio, sí, pero también el frío sobre el olvido de ese cuerpo.

La certeza de que nadie, en aquel universo literario, reclamará por el cuerpo de aquella palomera, por su derecho a estar viva.

Violencias.

La violencia del crimen.

La violencia que se escribe sobre el cuerpo ajeno.

La violencia que naturaliza el crimen y da vuelta la página.

¿Cuántos femicidios hemos leído a lo largo de nuestra historia?

María, aquella mujer de la que Juan Pablo Castel cree descubrir, a la luz de una cerilla, la mueca final de una risa burlona.

Marta Correga, o Rosaura como prefieran, en aquel hotel en el que el cafishio despechado la descubre.

Hay más.

Siempre hay más.

En la vida y en la literatura.

¿Qué mejor que estas historias como ejemplos de una educación cimentada en el poder de poseer o destruir?

Me viene a la mente el femicidio que da comienzo a la bella "Gabriela, clavo y canela" de Jorge Amado; y la salida que Nacib descubre para poder escaparle al destino de buen varón que la sociedad espera de él.

Otra cuestión para pensar es preguntarnos cómo se hubiera escrito esta novela si la protagonista hubiese sido una mujer.

¿Hubiese perseguido con mensajes y encuentros forzados a su amor imposible? ¿Podría haber sido una heroína literaria si hubiera tenido decenas de amantes? 

La verdad es que resulta fascinante este ejercicio de volver a leer con ojos nuevos, me gusta esta reciente costumbre de repensar todo aquello que nos formó.

Me gusta porque siento que, de alguna forma, estamos subvirtiendo un pasado que está mal escrito, que hay que corregir.

No se puede cambiar el pasado, es cierto, pero se puede cambiar lo que entendemos de ese pasado.


Leer y entender. 

Como ya dije otras veces, no me gusta la posibilidad de cancelar. Un libro, un poema, un escritor, una idea, un pensamiento.

No quisiera que nos convirtamos en las patovicas de este boliche literario: "vo' sí, vo' no". 

Y no lo digo en defensa de un espíritu democrático o en favor de la libre expresión.

La verdad que no es por ahí.

Lo digo porque creo que necesitamos leer, ver, escuchar.  Necesitamos saber para poder entender lo que nos pasó.

Si cancelamos, si suprimimos, nos perdemos la posibilidad de repensar de dónde vino todo, de dónde aprendimos.

Porque somos el producto de una construcción que lleva siglos de historia.

Siglos de educación cultural.

Y que quede claro: analizar no significa cancelar. Porque analizar es una de las actividades más fascinantes que podemos hacer sobre nuestra historia, y cancelar, en cambio, es la supresión de toda acción interesante.

Cuando se cuestiona el beso que el príncipe le da a Blancanieves, no se está cancelando nada, lo que sí se está haciendo es repensar para tratar de entender.

Y en verdad, si nos atreviéramos a desmenuzar con cierta minuciosidad todo lo que hasta ahora formó parte de nuestra cultura y de nuestra educación, estoy segura de que sería necesario repensar prácticamente toda la cultura que aprendimos.

Y no es porque de pronto nos volvimos locas y ya no se puede decir o hacer nada, y no es tampoco que acusemos porque sí a todos los que nos rodean. Es que en verdad todo forma parte de la misma construcción.

Por eso, digo, no se trata de cuestionar la literatura de Gabo, a quién admiro profundamente, no se trata de señalar con el dedo acusador. 

Más aún, agradezco a su maravillosa pluma esta escena, porque es la metáfora más perfecta y más dramática que alguien pudo escribir acerca del poder que el patriarcado ejerce sobre nuestros cuerpos.

Leer siempre será un placer.

Analizar y entender, nuestro derecho.


Si te gustó te pido que lo compartas.

Seguime en Instagram: @clauszel


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Una soledad propia

Como sapo de otro pozo

La alegría es un derecho

Yo, docente

Cien años de amor

Hasta siempre Rafa. La voz y el alma.

Araceli

Pedacitos de poesía

El vulgar irreverente

Territorio: donde nombro al recuerdo