Romper los muros

A veces el mundo es tan patriarcal que duele caminar en él.

Andar el mundo y tropezar a cada instante con enormes muros que nos cierran el paso.

Muros que intentan marcar cuál es el límite de nuestras libertades.

Hasta acá, nos dicen.

Tontas nosotras que creemos (y queremos) manejar nuestros tiempos y construir nuestros espacios de acción.

Tontas.

Hasta acá.

Tu tiempo es nuestro, nos dicen; tus espacios, los que te permitimos.

De todas formas no se la hacemos fácil a nadie, y ahí estamos, intentando quedarnos con una parte de eso que nos pertenece.

No es una novedad, seguro. Solo que a veces nos olvidamos, o quisiéramos olvidarnos, o necesitamos olvidarnos.

Si olvidamos los muros que nos cierran el paso a veces podemos escapar. 

Si olvidamos el límite trazado podemos  continuar andando.

En ocasiones, ocurre que esos muros  estan allí desde tiempos tan antiguos, que ni siquiera las reconocemos, son parte del paisaje, de lo cotidiano.

No los vemos.

Pero están. En todas partes y todo el tiempo.

Cada vez que estamos dispuestas a hacer algo que sale de la estructura familiar o laboral, suena el sermón, el reproche,  o la culpa. La culpa, es el reproche interior, cuando el muro ya echo raíces profundas en nuestro ser.

Por eso, precisamente, y por tanto más, necesitamos transformar el mundo. Necesitamos dejar a nuestro paso algo que les sirva a las que vienen detrás, algo que las ayude a vivir sin muros.

Y por eso buscamos la militancia, política, social, cultural, a través de construcciones partidarias, de espacios barriales, de colectivos o de organizaciones sociales. Espacios que nos representen, espacios donde podamos pensar colectivamente cómo  construir nuevas formas de habitar el mundo. 

En esos espacios de militancia nos reunimos, conversamos, organizamos acciones. En esos espacios hablamos del mundo que queremos construir, anticapitalista, antipatriarcal. Hablamos de justicia, de igualdad, de diversidad y de empatía. 

Pero de pronto, en un momento cualquiera, en una conversación, una discusión, aparece el reclamo, la exigencia, o el menosprecio y en esa acción chiquitita, casi olvidable, otra vez alguien traza un límite y nos dice hasta acá.

No, no es cierto. 

No se nos impide avanzar. Al contrario. Se nos exige avanzar, mayor presencia, mayor participación, mayor dedicación.

Y no es que no querramos ocupar esos tiempos y espacios. Es que a veces no podemos.

Medir el compromiso con el espacio según el tiempo dedicado se convierte en un enfrentamiento.

Finalmente, el reclamo es otro muro, uno más.

Mi compañero de militancia apoya la lucha feminista y usa el lenguaje inclusivo, pero aún no puede entender que mi tiempo se reparte entre la maternidad y el resto del mundo.

Entonces, de qué sirve querer ir a las marchas feministas si no puede entender y apoyar a la compañera que está a su lado y materna?

Y no se trata de hacer menos sino de hacer distinto. Sin medir ni calcular. Cada quién da lo mejor de sí.

Lo más difícil no es la construcción del pensamiento. Lo más difícil es reflejar ese pensamiento en las acciones cotidianas.

No sirve de nada declamar sueños de un mundo igualitario si puertas adentro, reproducimos todas las acciones del patriarcado.

Hace poco el dirigente de una importante organización por los derechos humanos fue visto en un video insultando y agrediendo físicamente a una joven trabajadora porque su omnibus estaba demorado. Este dirigente, estuvo detenido entre 1975 y 1977 y fue tortutado, y sin embargo le gritó a la joven empleada que la iba a meter presa. 

Estas prácticas tristemente no son excepciones. Están enquistadas en la forma de hacer política.

El discurso puede estar lleno de verdades pero si las acciones no se corresponden todo termina siendo una farsa.

Si queremos construir un mundo nuevo deberíamos empezar a revisar las prácticas patriarcales que sostenemos en las estructuras de militancia. Si la lógica del funcionamiento de estos espacios replica las lógicas del sistema, estamos fritos.

Si el que tiene más poder se impone por sobre la construcción colectiva, si no hay empatía, solidaridad, escucha, entonces no hay posibilidades de pensar nada nuevo.

Porque necesitamos construir formas nuevas de pensar la militancia, formas en las que nadie se tenga que ir de un espacio porque no puede dar lo que se le pide y porque siente que lo que tiene para ofrecer no sirve. Que nadie se tenga que ir.

Tenemos que construir un mundo nuevo, algo que aún no se creo.

De chica y durante mi adolescencia creía que el modelo a seguir era el de la entonces Unión Soviética. Después todo se rompió en mil pedazos y finalmente hoy, décadas y décadas después, pienso qué tan nuevo puede ser un modelo político, social y económico que profundiza el racismo, la discriminación, qué tan nuevo puede ser si nos deja un desastre como Chernobyl tras años de competir en una carrera monstruosa para ver quién puede hacer la bomba más grande y más letal. 

Esa lógica que se replica en la política actual. El poroteo, el dame y te doy, la ostentación de poder, el beneficio del espacio propio por sobre la construcción colectiva.

Y no es que haya dejado de creer en el socialismo. No. Al contrario. Cada dia estoy más convencida de que el socialismo es el único camino posible.

Solo que este socialismo debe ser fundador. Necesitamos crear un sistema nuevo, que rompa con las lógicas actuales, que destruya todas las estructuras fosilizadas, que se construya con una mirada puesta en las diversidades, en la ecología, en la perspectiva de género, en el arte. 

Como dijo Rosa Luxemburgo (de quien me debo una profunda lectura) "Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres". 

¡Salud!


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