El cuento de la criada y el control de los cuerpos.

Territorios fecundos

Ayer finalmente pude ver el último capítulo de la cuarta temporada de El cuento de la criada. Me atrapó, me conmovió y aquí estoy ahora, a la espera de la quinta y última temporada.

Mientras tanto, estas son algunas impresiones que quiero dejar por aquí para compartir.

Antes quiero aclarar que me debo la lectura de la novela homónima de Margaret Atwood
en la que se basa la serie.  

Ahora sí, empecemos por la trama, una supuesta distopía muy cercana. La historia está tan pero tan bien contada que la atención se sostiene sin dificultad. La opresión se siente en cada escena y por momentos es desesperante.

En ese ámbito hostil, impregnado de muerte y represión, hay un recorrido de la protagonista y de los otros personajes. Un camino que se desarrolla, no tanto a través de las acciones, que por momentos se vuelven circulares y repetitivas, sino en  el interior de los propios personajes, cuyas vidas en otro tiempo fueron tan diferentes.

Especialmente las mujeres, o mejor dicho, las personas gestantes. Gilead, la nueva nación, las ha despojado de todo. De todo. Familias, profesiones, amigos, placeres, proyectos. 

Para el sistema son solo cuerpos. Cuerpos que producen. Envases para procrear. Vaginas, úteros y pechos. Lo demás no cuenta.

Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia.

Las criadas deben procrear. Esa y no otra cosa, es lo razón que importa en esa sociedad. Tener el control de esos territorios fecundos.


En tanto, las otras mujeres, las que no procrean, tendrán funciones menores. Las marthas, mujeres maduras sin capacidad reproductiva, se ocuparán de atender las necesidades del hogar en tanto que aquellas que no sirvan al sistema, las rebeldes, serán desterradas al trabajo en las colonias, donde morirán de alguna peste terrible. 

Y están las tías, mujeres mayores que abrazan la causa de Gilead y que funcionan como autoridades para las criadas. Tienen a su cargo la tarea de disciplinar a estas mujeres, reprimiendo en ellas todo lo que no le sirve al sistema. 

Finalmente las esposas, quienes también deben dejar de lado sus historias pasadas y vivir para sus maridos. Sin embargo, mejor posicionadas en la escala social y menos oprimidas, estas mujeres ejercen su poder, de manera perversa y cruel, sobre las criadas y las marthas.

En Gilead hay castas sociales. Y las clases sociales definen el poder. Son los varones de la clase dominante los que controlan la vida (y la muerte) de la sociedad. Son las mujeres de clases medias y bajas las que sirven a estos varones.

Mujeres en distintos roles, todas funcionales al sistema, todas sumisas, todas mansas.

O la muerte.


Expropiación de los cuerpos.

A lo largo de la serie hay numerosos flashbacks que nos cuentan acerca del pasado de estas mujeres. Doctoras, empleadas, esposas, madres, amigas. Mujeres en distintos roles.

En cuanto a June, la protagonista, la vemos en esas escenas de un pasado reciente, enamorada, felizmente casada, madre, trabajadora. Su cuerpo corre, abraza, baila, se menea. A veces se agota, no logra cumplir con todo.

Es un cuerpo en permanente conflicto con todo lo que el mundo exige, pero es suyo.

Ese mismo cuerpo, a veces sensual, a veces distendido, y otras veces sumamente activo, en el presente de la historia, deja de pertenecerle.

Literalmente. No puede tener control de lo que le ocurre a su cuerpo y tampoco tiene posibilidades de hacer con él otra cosa.

Los cuerpos son arrebatados junto a sus nombres. Ahora sus nombres indican a quién pertenecen sus cuerpos. Ahora June es De Fred.

En Gilead, si una mujer se rebela, es inmediatamente sancionada a través de su cuerpo. Según la gravedad del hecho, puede pagar con la vida y morir apedreada o ahorcada. Pero también, si su cuerpo es aún necesario, puede ser corregida con la mutilación del mismo. En los primeros capítulos a Janine le quitan un ojo por responder mal y más adelante, a otras mujeres les arrebatan otras partes del cuerpo: el clitoris a quien tiene deseo, o un dedo de la mano a quien osa leer y escribir. 

Los cuerpos se transforman en máquinas ajenas y cuando una parte de esa máquina no sirve, se elimina.

En este proceso, la corporalidad de la protagonista va mutando, su cuerpo está cada vez más roto, más golpeado. Menos articulado.

En este sentido, el trabajo de Elisabeth Moss, la protagonista, es tremendo. Sentimos lo que ella siente. Lo vivimos junto a ella.

Su cuerpo pierde expresividad, y a medida que eso ocurre, los gestos, las muecas, las miradas se vuelven más intensas. Los ojos se encienden, la boca está apretada, tiembla, el entrecejo se frunce. Gestos compulsivos, contracciones del rostro que reflejan un espiritú cada vez más iracundo.

El rostro de June es puro movimiento. Dice todo lo que su cuerpo ya no puede expresar.

Es por eso, probablemente, que cuando June se revela, en los últimos capítulos de la tercera temporada, su cuerpo se ve tan distinto de aquel que conocimos en la primera temporada.  

Atrás quedó ese cuerpo culturalmente femenino, que al comienzo de la serie portó un sensual vestido con lentejuelas doradas; y también quedó atrás aquel cuerpo disciplinado que vistió el uniforme rojo de las criadas.

El cuerpo de June ahora es un cuerpo cansado, golpeado. Sus pasos se sienten pesados. Parece mucho más ancha, más árida y más primitiva.

Su cuerpo se vuelve rebelión.


Habitarnos

Gilead no existe, claro.
No al menos como en la serie. No como una nueva nación.
Pero tampoco es un lugar ficticio.

Gilead está latente en el corazón mismo del sistema que habitamos.

En los mensajes que propagan los medios de comunicación, que nos cuentan cómo deberíamos vernos.
En ciertos condicionamientos sociales con los que hemos sido educadas, que nos "sugieren" qué nos corresponde hacer y que no, para qué hemos sido educadas y qué se espera de nosotras.
En los sistemas de salud tan desiguales, que definen cuáles son los cuerpos que pueden acceder a todos los cuidados.
En las políticas económicas del sistema, que designan los cuerpos que serán explotados y los que se beneficiarán con esta explotación.
En los abortos clandestinos, en las violaciones, en la violencia obstétrica, en las violencias domésticas y en tantas otras formas de violencia.

¿Cuando, con absoluta sinceridad, hemos sentido que nuestros cuerpos nos pertenecen, tal y como son, en su totalidad?

¿Cuándo pudimos habitarnos amablemente, sin miedos ni represiones, sin culpas y sin temores?

Habitarnos.
Sin hostilidades.
Cuerpos libres, heterogéneos, expresivos.
Amados como son, como están y no por lo que podrían ser, no por lo que se espera de ellos.

Allí está Gilead, acechando siempre.

Nolite te bastardes carborundorum.
No dejes que los bastardos te destruyan.

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