Los desposeídos, de Úrsula Le Guin.

Durante la cuarentena dos queridas amigas me regalaron la novela Los desposeídos, de Úrsula Le Guin. Tiempo después me contaron, con cierta complicidad, que al saber que la historia giraba en torno a la creación de un mundo utópico, ideal, pensaron en mí. "Pensamos en vos", me dijeron, y yo estoy agradecida de que hayan hecho esa relación.

Me gusta que mis amigas me sepan así, que me piensen como alguien que quiere y necesita que juntas cambiemos el mundo. Me gusta, incluso aunque entre en la categoría de la ilusa, la necia, la idealista.

Otra cosa importante es que el regalo del libro coincidió también, y esto no deja de sorprenderme, con el momento exacto en que empecé a averiguar sobre la obra de Le Guin. Justamente en esos días había retirado de la biblioteca el mismo título. 

Y fue por esos días raros que empecé a leerla, y desde entonces hasta ahora estuve entrando y saliendo de esa historia. De a poco.

Me costó leerla. Ya conté en otras oportunidades que desde hace años me cuesta mucho leer por mi propia cuenta. No es que no lea, al contrario. Trabajo con lecturas permanentemente en el aula y sinceramente, al final del día me cuesta llevar adelante una lectura por motu propio. 

Sin embargo, en este caso, no se trató de eso, o no solamente. Cuando digo que me costó leerla me refiero a las dificultades que la propia novela me presentó. Los desposeídos es un texto arduo, de ritmos lentos. 

En realidad, todo comienza con un movimiento inmenso y único, nada más y nada menos que un viaje espacial de un mundo a otro. Ese es el gran movimiento.

Los dos mundos opuestos, Anarres y Urras.

Anarres es la materialización de un mundo nuevo, creado por anarquistas exiliados. Un mundo igualitario y solidario. 

Urras, por el contrario, es el mundo que conocemos. El mundo del propietariado, el mundo del capital.

En Anarres todo cuesta, todo es escaso. Y además, con el paso del tiempo, empiezan a verse los agujeros del sistema, las falencias, lo que no. Urras es, por el contrario, la desmesura, la acumulación, el consumo permanente.

Los capítulos alternan entre un mundo y otro. Y así, de a poco, iremos recomponiendo la historia de nuestro protagonista, Shevek, desde su infancia en Anarres y en su recorrido tanto externo como interno en Urras.

Shevek es un científico Anarresti que entra en conflicto con su mundo, ese mundo que cada vez se aleja más del sueño de sus antepasados.

Cuando comienza la novela, Shevek emprende el viaje a Urras. Hay demasiado para cuestonar en su mundo, nada de lo conocido alcanza. Necesita ver, entender.

¿Cómo es Urras? ¿Cómo funciona el mundo del consumo? ¿Qué ocurre en ese viaje externo e interno? ¿Qué preguntas, qué respuestas?

Las discusiones, los diálogos entre los personajes son vitales y ponen en juego emociones y deseos: de qué forma queremos vivir, cuáles son los deseos que queremos construir.

¿Cómo viven las mujeres en Anarres? ¿Cómo son educados los niños? ¿Cómo se dividen los trabajos? ¿Qué hacen con los desperdicios? Temas tan debatidos y compartidos en estos días tienen su respuesta en Anarres.

Durante la mayor parte de la novela la acción es mínima. Desaparece. Y es que en Anarres no hay a dónde ir y en Urras los límites de su cárcel de cristal empiezan a hacerse visibles.

Las acciones del protagonista ocurren en espacios que están limitados a drede.

Su recorrido es también interior. En su mente, Shevek busca por dónde seguir, cómo y con quiénes.

La elección de un mundo. 

Los mundos posibles en conflicto.

"La vida en Anarres no es rica como aquí" dice Shevek "Aquí, ustedes piensan que el incentivo del trabajo es la economía, la necesidad del dinero o el deseo de acumular riqueza, pero donde no existe el dinero los motivos reales son más claros, tal vez. A la gente le gusta hacer cosas. Le gusta hacerlas bien."

Nada es simple en esta novela. No hay idealismo endulzados ni divisiones facilistas. Las críticas y los cuestionamientos abundan. 

A medida que avanza la trama, el ritmo comienza a aumentar. Las compuertas finalmente se abren, las paredes de cristal se resquebrajan, y lo que estaba estancado entra en movimiento, cobra relevancia y finalmente todo estalla en mil pedazos. 

En este recorrido, yo también hice mi viaje interior. Empecé la lectura casi obligándome y caminé de a poco, a los tumbos. Al final no podía dejar de leer. Los últimos capítulos son magnéticos.

Anduve junto a Shevek, tratando de pensar cómo seguir.

Luchando.

Luchar por cambiar el mundo no puede ser un mero idealismo.

No hay nada más realista que saber, a ciencia cierta, que este mundo destruye y aniquila.

No hay nada más realista que ver la injusticia sin bajar la vista, sin evadirnos.

No hay nada más realista que hacernos cargo de que este mundo así no sirve.

No hay nada más realista que querer cambiar el mundo, para que todos vivamos en paz. 

Y libres.

Libres y desposeídos.

Desposeídos de todo lo que nos ata y nos hace esclavos.

Les dejo un fragmento de Los desposeídos de regalo.

"Somos hermanos. Somos hermanos en aquello que compartimos. En el dolor, en ese dolor que todos nosotros hemos de sufrir a solas, en la pobreza y en la esperanza reconocemos nuestra hermandad. La reconocemos porque hemos tenido que vivir sin ella. Sabemos que para nosotros no hay otra salida que ayudarnos los unos a los otros,  que ninguna mano nos salvará si nosotros mismos no tendemos la mano. Y la mano que vosotros tendéis está vacía,  como lo está la mía. No tenéis nada. No poséis nada. No sois dueño de nada. Sois libres. Todo cuanto tenéis es lo que sois, y lo que dais."


Comentarios

  1. Fue elegido para vos e increíblemente por vos ( este dato no lo sabía o no lo retuve) porque sabes de deseos de cambios, cambios profundos, con tensión y revelación como vislumbro en tus palabras y en estas que nos compartis de la mano de Úrsula

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  2. La salida es colectiva o no será!!! Hoy no tengo optimismo....quizás,mañana si.....

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