Crónica de emociones compartidas

_Volvemos el viernes a las cinco de la tarde_ me avisó mi hermana hace unos días con tono de catástrofe.

Y claro, cuando sacó los pasajes para irse de viaje con Juan no sabía que justamente el día de regreso, a las cuatro de la tarde, iba a darse comienzo al partido de Argentina con los Países Bajos.

Llegar a Constitución en medio del partido, con mochila y sobrino y emprender el duro camino de combinaciones subterráneas y trenes metropolitanos me pareció una carga demasiado pesada para que ella la llevara en soledad.

_ Los voy a esperar_ le dije.

Y ahí comienza mi aventura.


Salgo de casa cuando falta una hora para el partido. El calor es insoportable, pero cuando subo al tren compruebo con alivio que por suerte tiene aire. Muchos chicos y chicas con remeras celeste y blancas que seguramente van a reunirse con otros en ese ritual compartido. 

Me acuerdo entonces de otra vez que no vi un partido de Argentina en un mundial porque estaba viajando y fue en el mundial '90. Ese día tuve clase en el cbc y seguí el primer tiempo del partido contra Italia en el tren, parada junto al guarda. Siempre solía escaparme de él, porque viajaba colada para poder comprar un paquete de cigarrillos de diez, pero ese día había un alto el fuego, no gatos ni ratones. El "Chancho" tenía la radio prendida y compartíamos opiniones. 

Vuelvo al presente. Un muchacho sube al vagón con su guitarra y arranca con la canción de Rodrigo para Maradona. Tiene linda voz, pero no creo que sea por eso sino más bien por esa emoción que hay en el aire, que empieza a cantar y todos los pasajeros lo acompañan coreando "Marado Marado!". Yo miro y sonrío como tonta, porque aunque lo lloré cuando murió, al Diego lo dejé de querer cuando se supo lo de la pibita cubana y hasta ahí llegué, no lo pude querer más. Pero esta vez los pasajeros cantan y yo sonrío, no tanto por el Diego sino más bien por ese encuentro colectivo, esa comunión, esa alegría popular y compartida. Cuando el músico termina de cantar todo el vagón aplaude.

Estoy viajando cómoda, pensando que en el subte podré ponerme los auriculares pero cuando falta una estación el guarda nos avisa que el tren llega hasta ahí nomás.

Bajo del tren, pregunto, "tomate el diez acá en frente" ¡un calor! La espera con los auriculares, empieza el partido. Media hora después subo al colectivo. Puedo sentarme y voy escuchando. La mayoría de los pasajeros están con auriculares. De pronto el primer gol de Argentina y todos nos miramos "¡Gol!" nos decimos unos a otros.

El primer tiempo termina justo cuando llego a Constitución. Los bares, los quioscos, todos con sus televisores prendidos, muchísimas remeras de Argentina por todas partes.

Ahí llega el tren y mientras veo acercarse a Juan y a mi hermana y los saludo, empieza el segundo tiempo. En el camino Juan me cuenta cómo la pasó y me aclara que en el tren pusieron el partido por los parlantes.

En el subte la cosa está más encendida que en el colectivo de ida. Estamos tan cerca de lograrlo. Saco mi celular y vemos el juego en pantalla pequeña. "¡Goooool!" gritamos de pronto todos y el vagón es una fiesta. Juan se para y festeja. Ya está, ahora sí.

Tenemos que bajar para hacer conexión con el otro subte. Si bien es feriado hay bastante gente. Caminamos entre un montón de personas que están felices y se les nota. Por el parlante una voz femenina anuncia: "Señores pasajeros, el partido de Argentina contra Países Bajos va dos a cero ¡Vamos Argentina!". Piel de gallina. 

Subimos al otro subte y nos sentamos. Pero entonces llega el primer gol naranja y la angustia se asoma. "¿Siempre tenemos que sufrir?" Me dice mi hermana y sí, así parece. Igual todavía vamos ganando. 

La señora que viaja en el asiento de enfrente nos pregunta y se siente el temor de todos.

Pero resulta que el arbitro agrega diez minutos más, una locura, así que seguimos sufriendo. Cada vez que miro la pantalla hay un tiro libre del equipo naranja sobre el arco argentino. Mi hermana intenta contarme cómo la pasaron para distraernos, pero cuando estamos por bajar y el partido debería haber terminado viene el segundo gol de los países bajos. Juan mira a nuestro alrededor. "Ya no queda nadie en el vagón" nos dice. Hace un rato apenas todo era alegría compartida, miradas cómplices, pura felicidad, pero ahora, como en un mal presagio, estamos solos con nuestro dolor.

Otra vez me viene a la cabeza el partido contra Italia en el mundial '90. Aquella vez terminados empatados y fuimos a penales ¿Será que otra vez?...

Cuando bajamos del subte la sensación de angustia y soledad empeora. "Mirá" me dice mi hermana y señala la avenida. La imagen de esta Villa Urquiza parece sacada de una escena del Eternauta, solo que en vez de nieve hace un calor asfixiante. Caminamos por una ciudad vacía. No hay nadie, no hay sonidos ni movimientos, y no sabemos cuándo el cielo dejó de estar soleado y se puso tan gris como el ánimo que tenemos.

En la estación de tren hay algunas pocas personas pero están en silencio. Nos sentamos a esperar. Cada tanto miro la pantalla del celular, con miedo. Ya empezaron los quince minutos del primer tiempo agregado. La señora que está sentada a mi lado me pregunta si seguimos dos a cero y tengo que darle la mala noticia. "Uy" dice.

Para cuando llegamos a destino está empezando el segundo tiempo de quince. Antes de bajar un hombre comenta indignado que nunca vio en ningún partido que un arbitro agregue diez minutos a un tiempo. Todos asentimos. La culpa es del árbitro, obvio.

En la esquina de casa mi hermana me saluda rápido. Está cansada y molesta. Yo también. Al lado de casa el negocio de ropa está abierto. No dejan de abrir nunca. Hay una tele prendida y cinco o seis personas sentadas siguen atentas el partido. Saludo y nos miramos sabiendo lo que sentimos.

Entro a casa. Juan saluda a su papá, hablamos algunas cosas del viaje recién culminado, un par de preguntas y comentarios con los ojos en la pantalla.

Ya está, vamos a penales. Yo camino por toda la casa. Quiero y no quiero ver. En segundos el ánimo de la familia cambia. "Atajo el Dibu" dice mi marido. "Gooool" gritamos después. La cosa sigue un rato más. "Si el Dibu ataja este ya ganamos" decimos. Pero no lo ataja, estamos condenados a seguir sufriendo un rato más hasta que sí, sísí, ahora sí. Ganamos. 

Los jugadores se abrazan, nosotros nos abrazamos, la gente en la calle grita y festeja. Juan pide salir y nos vamos a la calle ¿Dónde estaba toda está gente? En el negocio de la esquina ponen música y se escucha a todo volumen "Brasil decime qué se siente", el himno del mundial '78 y la musiquita de Italia '90. "¡Ganamos!" le dice Juan a una señora, "¡Siiii!" le contesta la señora y se abrazan.

Hay bocinazos y muchas banderas. La gente en la calle festeja, todos nos miramos y sonreímos. 

"Necesitábamos esta alegría" me dice un señor al pasar. Es cierto. Necesitábamos esto. Qué mal que necesitemos tanto y tan desesperadamente una alegría.

No quiero pensar, no quiero reflexionar. Hoy no.

Yo miro todo y no sé en qué momento empecé a llorar, pero no puedo parar. Está lloviznando y seguimos de fiesta.


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Comentarios

  1. Es asi claudia "Necesitábamos esta alegría"

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  2. Yo conozco sólo Uruguay y sé que sienten apasionadamente el fútbol pero no sé si como nosotros. Lo que sé es que para nosotros es eso que nos hace compartir una identidad y por lo tanto encontrarnos en las emociones. Eso que no nos pasa hace mucho y es eso lo que necesitamos me parece. Sentirnos parte de algo colectivo.
    Muy buena crónica, Clau!

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