Peras al olmo

Ocho años pasaron desde el femicidio de Chiara Páez, la adolescente que fue asesinada por su novio. 

Hoy Chiara debería tener 22 años.

Ocho años es mucho tiempo, es demasiado tiempo para que todo siga más o menos igual. 

¿Qué pasó en estos ocho años? 

¿Qué cambió?

La verdad, los números, decepcionan y enfurecen. 

Nos siguen matando.

Los debates siguen girando en torno a las víctimas, cuán culpables o inocentes son y qué hicieron o dejaron de hacer para ser asesinadas.

Todo recae en la víctima. Cuidarse, no cuidarse, exponerse, no exponerse, decir, callar.

Denunciar es someterse al cuestionamiento, a la burla, al maltrato. 

Pero no denunciar genera sospechas y suspicacias.

Los hombres, los que ostentan poder, los que opinan en los medios, los que conocemos, parecen no haber reflexionado acerca de todo esto.

Somos feminazis, no nos bancamos los chistes, exageramos.

Mientras tanto, un jugador de fútbol procesado por violencia de género se saca una foto, junto a los otros jugadores, con el cartel de Ni una menos.

¿A ninguno de sus compañeros, o algún directivo del club, o al menos a quienes vieron la foto, a nadie se le ocurrió decir "esto no da"?

El mensaje es claro. 

Apropiarse de la cáscara y ocultar la sustancia, lo importante. 

Discursos vacíos.

Se burlan de nuestros reclamos. 

No les importamos.

No le importamos a la justicia que sigue protegiendo a los violadores y a los asesinos. 

No les importamos a los gobernantes que poco y nada hacen en materia de políticas de género. 

Sí, claro que en estos ocho años hubo avances. Que se reconozca la figura de femicidio, que haya registros, números,  estadísticas. 

Pero los cambios quedan en la superficie.

Faltan políticas que intenten modificar esta realidad.

No se trata de organizar festivales, usar remeras violetas y llenar todos los espacios de carteles que digan Ni una menos.

Todo eso es para la foto.

Todo eso es cáscara si no hay políticas para desarmar las estructuras violentas.

El Estado es responsable de todas y cada una de estas muertes, háganse cargo.

Por acción, por omisión. Por reírse, por no tomar en serio, por no construir verdaderos dispositivos que impidan que todo esto siga pasando.

No se trata de "tomar conciencia", se trata de desarmar siglos de construcciones machistas.

¿Cómo se enseña a no matar, a no violar?

¿Qué tiene que cambiar?


La clave está en la ESI.


Desde hace años escuchamos que la ESI (Educación sexual integral) es la gran herramienta para trabajar estos cambios, para educar en la igualdad, en todas sus formas.

¿Pero que pasó con la ESI en todos estos años?

¿Cómo se implementa hoy en las escuelas?

¿Qué ajustes, qué mejoras, qué novedades surgieron en estos ocho años?

Cáscaras vacías. 

Una escuela secundaria cualquiera, un cartel en la puerta de un aula de sexto: "Después de la docena no hay condena" se lee. La frase hace alusión a la edad de las posibles conquistas. Es un chiste, dicen los chicos. Se ríen. No es en serio.

"¿Y cuál sería el chiste?" pregunta la docente "¿En dónde reside lo gracioso?".

"Usted no tiene sentido del humor", se quejan los chicos, "ya no se puede decir nada" dicen.

Las mismas frases que se escuchan en la calle se repiten adentro del aula.

Los chicos reproducen formas de relacionarse que aprenden en sus hogares, en la sociedad,  y también en la escuela. 

¿Si los docentes no estamos capacitados, de qué depende nuestro accionar? ¿De nuestra voluntad, de nuestra formación particular, de nuestra supuesta sensatez? ¿No estamos acaso nosotros también atravesados por la cultura patriarcal y machista? ¿No es necesario, imprescindible diría, capacitar a todos los docentes en temas de género para detectar e intervenir ante estas situaciones? 

Sólo un cartel, supuestamente gracioso, pegado en la puerta de un aula. Para que un docente no subestime estas prácticas cotidianas que reproducen violencias latentes, para que las detecte y pueda trabajarlas con los estudiantes, es necesaria la capacitación.

La ESI debería funcionar como un gran dispositivo de transformación y para eso todos los miembros de la institución, cada docente, cada auxiliar, los directivos, todos, deberíamos estar cacapacitados.

Y creo, es fundamental que se trabaje con muchísima atención en los niveles iniciales.

Sino todo resulta absurdo.

Cáscaras vacías. 

Ustedes, los que gobiernan, sus festivales, las remeritas violetas, los cartelitos para la foto.


Ocho años, un recorrido 

¿Dónde estaba yo hace ocho años?

¿Cómo era mi vida hace ocho años?

Hace ocho años empezaba a andar un nuevo camino.

Apenitas, despacito.

Era una entre las demás que estaban despertando.

Hace ocho años no sabía qué era el patriarcado, sí sabía lo que era el machismo, pero de manera superficial, y nunca había reflexionado acerca de cómo había influido en mi vida y en la de los demás.

Hace ocho años creía que las personas se dividían en hombres y mujeres y que la homosexualidad se trataba de personas que nacieron en un cuerpo equivocado o tuvieron una infancia difícil. 

Hace ocho años no me resultaba extraña la ausencia de mujeres en la pintura, en la historia o en la literatura.

Es más, hace ocho años seguramente elegía para leer en el aula cuentos mayormente de autores masculinos.

Hace ocho años decía que no era machista ni feminista.

Hace ocho años creía que los besos se robaban.

Hace ocho años pensaba que los hombres ocultaban sus emociones porque esa era su naturaleza.

Hace ocho años ni siquiera pensaba que el aborto podía ser una bandera de lucha.

Hace ocho años no cuestionaba por qué las tareas domésticas me correspondían a mí.

Hace ocho años creía que todas las violencias que había vivido eran situaciones que me había tocado vivir sólo a mí, por mi historia particular.

Porque hace ocho años no sabía, realmente no sabía, que pertenecía a una manada; que lo que me pasaba a mí le pasaba a todas, que estábamos atravesadas por el mismo dolor; que éramos herederas de las brujas que la inquisición quemó, de las sufragistas, de las obreras asesinadas, de las Alfonsinas, las Lola Mora, las Simone de Beauvoir y que si lo dejaba crecer, en mi interior habitaba el mismo fuego que sentía en ellas.

Ocho años de esta historia. 

Creo que para muchas de nosotras fue y es aún un recorrido inmenso. 

En los últimos años los feminismos y las diversidades crecimos, cambiamos, desechamos, cuestionamos, incorporamos mucho.

Y el contraste con el mundo que nos rodea es enorme.

Por decisión política o por desidia, por negarse a perder privilegios o por desinterés.

Y porque el patriarcado se lleva de mil amores con el capitalismo. 

Cáscaras vacías.

Como dice el viejo refrán: "No le pidas peras al olmo".

A lo mejor va siendo hora de plantar un árbol nuevo.





Comentarios

  1. Comparto totalmente lo que planteas , creo que nos va a llevar mucha educación y varias generaciones para ver el cambio.

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    1. Sí, y también tenemos que tener la lucidez para no permitir que nuestra lucha se la apropien las instituciones.

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    2. Abraxo y gracias por escribir!!!💜

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  2. Gran reflexión, Clau!! Por una ESI en serio!! 👏👏👏

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