Escucharte por primera vez

"_ ¿Cómo le va señora Tamara?

Bien bien. Lo único que me hace pensar toda la semana ¿vio?

_ Ajá ¿Y en qué estuvo pensando se puede saber?

No por ahí tengo que volver a mi infancia (se ríe con un dejo de nostalgia)

_ ¿Cómo es eso? ¿Qué significa volver a su infancia?

¿Usted nunca quiso volver a su infancia?

_ ¿Pero es posible volver a la infancia? ¿Se puede?

Sabe que es molesto eso eh! Es... eh… es duro.

_ ¿Lo que estamos haciendo?

Sí sí… a mí me resulta así. Porque recapacito, rebobino."

La voz de mi mamá.

 Y mi voz, mis preguntas. Y su risa. 

  Audios de otros días, de hace tiempo. 

 De alguna forma, ella y yo nos reencontramos en esas voces.

"... usted y yo somos este encuentro desde tiempos y espacios distintos" dice Cortázar "una anulación de esos tiempos y espacios" agrega, y su voz es pasado pero al mismo tiempo es presente en ese disco en el que cuenta algunas de sus historias. 

 Mi mamá y yo, también somos presente en esas conversaciones. 

 Esos registros son, finalmente, pequeñas paradojas que no vencen al tiempo, pero al menos le hacen alguna que otra zancadilla. 

_____________________

 Escucho estas grabaciones por primera vez.

 Es raro si lo pienso. Porque desde entonces yo ya no soy la misma. Tuve un hijo, viví la pandemia, me jubilé, estoy atravesando la menopausia, y entre todo eso, el feminismo me atraviesa a cada paso.

 Pero no lo pienso demasiado, esa es la verdad. Su voz me resulta tan natural, y su risa, y sus entonaciones. Y cada tanto el ruido del mate que va y viene.

Fue durante el 2011. Con mi mamá tuvimos la bella idea de hacer estas entrevistas. "Un día no voy a estar y quiero que todo esto quede en algún lado" me dijo.

Unos meses más tarde mi vieja falleció. Presagio, casualidad, destino. Vaya uno a saber.

_____________________

Fueron varios meses, una hora por semana. Treinta audios en total. 

Habíamos establecido una serie de pautas. Durante las entrevistas jugábamos a que yo no era su hija sino una desconocida periodista. Una excusa para poder preguntar lo que se da por sabido, lo que no contaría a una hija, y para recordarnos que no era una conversación cualquiera de madre e hija.

 El campo, la militancia, el amor. De todo eso y otras cosas hablamos. 

En presente. 

 Ella habla. Y yo a veces la interrumpo. Hay momentos en los que quisiera decir, decirme "¡Callate Claudia!" Porque yo, la de ahora, quiero saber cosas que la de ayer, la de las entrevistas, ni pensaba. 

 De todas formas, en varios momentos me sorprendo pensando una repregunta y escuchándola después. Qué bueno que se me ocurrió, pienso.

 También hay silencios, pequeñas pausas que permiten que surja la respuesta poderosa, sobre todo cuando habla del amor, de las fantasías, del deseo.

 Son palabras de hace años, palabras que ya fueron dichas, pero por momentos siento que desde algún lugar fuera de este mundo, esas palabras guardadas están respondiendo a mis  preguntas nuevas.

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 Desde hace varios meses, me entregué a la titánica tarea de desgrabar estas entrevistas. Intento una transcripción lo mas fiel posible. Las respiraciones, los titubeos, las risas. Así que cada audio son horas y horas de trabajo. Es un proyecto largo y muy atractivo para mí.

 Creo que algo interesante está germinando en el reencuentro con esas historias.

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 Mi mamá, la que fue niña hace muchos años me habla de sus miedos infantiles. 

 Me cuenta de las noches, de la casa en silencio.

 De algunos misterios en la soledad del campo

 De las peleas de sus padres.

  Mi mamá me habla de su mamá.

 Me cuenta de sus complicidades, de sus silencios, de las mermeladas caseras, de la administración de las cuentas. Me dice que era tan inteligente que en otro mundo podría haber sido economista. 

 Mi bobe y mi zeide maternos se me aparecen siempre un poco borrosos. Fallecieron cuando yo era muy chica. Así que recojo cada historia y la memorizo como parte de mi propia historia. 

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 Cuando discutían mucho, León no cenaba y se iba a acostar enojado. Tamara tenía nueve años tal vez, se sentaba al lado de la cama y trataba de convencerlo para que regresara a la mesa. La pasaba mal.

 Muchísimos años después vi escenas muy parecidas no con su papá sino con su esposo, mi papá. Y sin entrar en detalles, creo formar parte de esa cadena que tarde o temprano debemos romper.

 Me pregunto por qué, en distintos tiempos, algunos hombres hacen estos berrinches a sus parejas. Si hubieran sido ellos los que cocinaron, los que dedicaron su tiempo ¿también habrían dejado la mesa?

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 Son tres tiempos.

 El tiempo evocado en las palabras de mi madre, las imágenes que sus palabras traen. Un campo, un pueblo, un barrio, amigos, familia. 

 El tiempo de esas mismas palabras. En mi recuerdo es esta misma casa pero distinta; el mate, la mesa, nosotras dos.

 El tiempo de hoy. Recojo las palabras como piedritas atrapadas en una red. Las reúno, les doy brillo, las acomodo, las contemplo.

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 Hubo un amor, un gran amor.

 Y hubo un beso.

 Y nada más. Eso fue todo.

 A veces así es el primer amor.

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 Finalmente, me encuentro un poco y mucho.

 Finalmente, la encuentro a ella, a Tamara, enmarañada entre los hilos del tiempo, como en un gran telar.

 Finalmente, compruebo que pese al paso del tiempo, o quizás por esa misma razón, las distancias se achican y hoy estoy más cerca de mi madre y de su historia de lo que alguna vez estuve.

 Seguramente el paso de los años me dio algunas pistas, posiblemente la maternidad me puso en otro lugar más empático y sin dudas el feminismo me abrió perspectivas mucho más amorosas.

 Hoy entiendo más de ella y también más de mí.

 Se vienen tiempos interesantes.

  

   

Comentarios

  1. Lindo relato.Yo creo q aparte de la maternidad lo que nos hace comprender a nuestras madres es crecer ser adultas pasar los 50 ( yo tengo muchos mas) y estar más cerca .Comprender sus vidas beso

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