Temores maternales


Cuando nació mi hijo y durante larguísimos meses, que a decir verdad fueron años, me sentí muy atemorizada. 

"Atemorizada" era una palabra que en ese momento no hubiese podido pronunciar, porque entonces todos mis miedos hubiesen tomado una forma concreta.

Además, necesitaba que ningún sentimiento negativo empañase mi felicidad de madre. 

Yo era una buena madre, una madre feliz, y no podía, bajo ningún punto de vista, ser una madre atemorizada.

Pero como no podía controlar las emociones, aunque no lo dijese, los miedos estaban igual.

El primer temor, al menos el que identifico, había estado sobrevolando todo mi embarazo, pero siempre a una distancia prudencial. Sin embargo a los pocos días de haber parido, el temor comenzó a merodear más cerca, sentía su presencia a mi lado, respiraba en mi oído. Finalmente fue una conversación con mi hermana la que terminó de darle forma. Ella también lo había sentido, temor heredado.

Me atrevo a decir que fue gracias a esa conversación que pude aceptar lo que me estaba pasando y empezar a accionar.

Es fascinante el poder de la palabra. Hay un sentimiento que anda dando vueltas y que oscurece todo, pero hacemos como si no estuviera, y seguimos caminando con esa oscuridad. Hasta que un día, por algún motivo le ponemos nombre. Ya está, no hay vuelta atrás. Identificado. Quizás no fue buena idea sacar ese sentimiento de la oscuridad en la que estaba, ahora lloramos mucho. Pero resulta que un rato después estamos más livianos, seguimos sintiendo lo mismo pero el nudo que nos oprimía se desató. Llorar es bueno; apoyarse en los amigos es bueno; buscar soluciones, si las hay, es bueno. Y sino buscar consuelo, también es bueno. 

Haber nombrado a ese sentimiento fue definitivamente bueno.

Eso pasó cuando las palabras se ordenaron y mi temor de madre surgió con toda su forma.

Ahí estaba la enfermedad de mi mamá, enorme y amenazante ¿Podía Juan heredarla? 

No sé cómo pero ese mismo día, en un par de horas busqué, recorrí sitios de internet y finalmente conseguí el correo del neurólogo que trataba a mi mamá, Juan Azcoaga.

Le escribí con esa inmediatez de madre desesperada. En un par de renglones le conté las noticias: el fallecimiento de mi mamá, el nacimiento de mi hijo, mis temores y cerré aquel mensaje recordando el cariño con el que mi mamá hablaba de él.

La respuesta no tardó en llegar. Aún conservo el correo. Él también había querido mucho a mi mamá, decía, y me felicitaba por la llegada de Juan, su tocayo, "que será un gran ciudadano del siglo que comenzó". En el mensaje terminaba  asegurándome que mi hijo no corría ningún peligro, que podía quedarme tranquila y que ante cualquier duda, no dudara en consultarlo.

Así fue como vencí aquel primer miedo. Cierto es que nunca se fue completamente, pero sí perdió su poder. Yo creo que poner en palabras y buscar ayuda fue lo más sensato que hice en aquel tiempo. 

_________

Pero vinieron otros miedos, nuevos. Juan no dormía, dormía poco. Aunque con el paso del tiempo empiezo a desconfiar de mi recuerdo. Quizás era yo la que no dormía, la que no quería dormir, no lo sé.

Porque cuando Juan se despertaba, ahí estaba yo, también despierta y lista para alzarlo, para abrazarlo y para pasar larguísimas horas sentada con él, cantándole una canción, o acariciando sus párpados, sus cejas, su frente, para ver cómo despacito se quedaba nuevamente dormido.

En esos días no tenía cable así que durante largas horas me contentaba con la trasnoche de los canales de aire. Una película en blanco y negro, alguna repetición. 

Quizás es el tiempo que suaviza todo, pero creo que muy en el fondo necesitaba esos momentos. Yo tenía todo mi mundo dado vuelta. Nada estaba en orden, al menos en el orden que conocía. Acababa de nacer mi hijo y acababa de perder a mi mamá,  todo en un breve instante del universo.

Estaba demasiado excitada, como se suele decir, "pasada de rosca". Todos me aconsejaban "dormir cuando el bebé duerme", pero resultaba ser que cuando el bebé dormía yo necesitaba ese rato de soledad y escribía  en las redes, hablaba con amigas, pensaba. 

Hacía lo que podía para reconocerme.

Pero de verdad sentía temor. Sentía que no tenía control sobre el sueño de mi hijo y sentía también que nunca más iba a poder dormir.

La sensación de pérdida, ahora lo entiendo, era angustiante. Yo necesitaba pequeños espacios para reencontrarme, y era agotador.

Entonces buscaba información en las redes, leía, probaba distintos métodos.

Pero dormía tan poco. 

y nadie piensa bien si duerme poco.

Cuando empecé a trabajar nuevamente, mi cuerpo comenzó a pagar ese costo. El primer año de vuelta al trabajo me enfermé como nunca. Faringitis, bronquitis, gastritis, y todos los "itis" que se les vengan a la cabeza.

El mundo era hostil, me pedía que corriese y yo me movía con pies de plomo.

Las sentencias alrededor no ayudaban "Preparate porque esto es así y no termina más" me decían.

Quizás, si alguien me hubiera dicho que me quedara tranquila, que todo tiene su tiempo,  que todo pasa, seguramente hubiese disfrutado con más calma de todo ese vértigo. 

Creo que fue por esa época que empecé a contar historias sobre Juan en mis redes. Historias sobre sueños que no llegaban, sobre berrinches y sobre mamás angustiadas.

Las palabras, siempre liberando.

Mucha gente amiga pedía que algún día publicara un libro con todas esas historias, mientras que otros se burlaban porque decían que no podía hablar de otra cosa.

Yo tenía la certeza de que en ese momento necesitaba escribir sobre mi maternidad y sabía que necesitaba hacerme caso.

Cuando Juan empezó el maternal todo empezó a acomodarse muy lentamente. Las rutinas, los ritmos nuevos y el enorme calor de todas esas mujeres docentes. 

Mis espacios empezaron a reordenarse.

Es verdad que el mundo no volvió a ser igual, y yo tampoco, pero volví a reconocerme, a encontrarme.

Pasaron un par de años, dos quizás, y de a poco el sueño de ambos se fue acomodando. 

_____________

Pero los temores esperaban en hilera, salían de a uno. Aparecían como hongos después de una tormenta. 

Cómo debía comer, cuándo tenía que gatear,  cuándo dejarlo solo, cuándo acompañarlo. 

Todo era una nebulosa.

Y entonces uno de los temores silenciados era cometer algún accidente que pusiera en riesgo la vida o el desarrollo de mi hijo. Me parecía el ser más frágil del universo y yo me sentía tan torpe.

No me acuerdo cuando desapareció ese miedo.

No me acuerdo si desapareció.

Seguramente se fue apaciguando hasta hacerse pequeño. 

De a poco, y más allá de las quichicientas teorías, con el tiempo empecé a intuir que las madres hacemos lo que podemos, y que eso es un montón. 

Somos parte de un mundo que nos deja bastante aisladas.

Hace poco, en una conversación sobre todas estas cuestiones,  alguien me llamó la atención: ¿Por qué hablás sólo de las mujeres? ¿Y los padres?

Me quedé pensando en eso, en que quizás era un error depositar todo lo que siento en la "maternidad", tal vez fuera una reacción propia de mi educación machista.

Pero creo que, en definitiva, escribo, o hablo, desde la experiencia propia y la que reconozco en quienes me rodean. Y lo cierto es que, salvo excepciones, el sistema social, cultural, político en el que vivimos, está estructurado, organizado, adaptado para que seamos las mujeres las que "nos ocupemos".

El turno con el médico, la ropa que hay que arreglar, los útiles, los horarios. 

Lo que sea.

Maternamos bastante solas. 

Los mensajes sobrevuelan, junto a los temores. Los medios, los amigos, las redes. Todos nos dicen lo mismo. 

Esto es tu responsabilidad. 

¿A dónde estaba la madre?

¿Por qué no se ocupa la madre?

Siempre. 

Podemos leer, discutir, analizar diferentes teorías, pero la verdad es que cuando comencé a transitar este camino, descubrí las soledades más profundas, y no fueron las de Góngora precisamente.

________

Porque en medio de los temores internos, y para aumentar la sensación de soledad, me encontré también con la mirada inquisidora de otras mujeres.  

Cuestionamientos, descréditos, burlas.

La desaprobación o el rechazo de otras mujeres se convirtió en el espejo en el que mirar todos mis temores. 

Podría, querría decir que no importa. Pero no sería cierto. Estaría mintiendo.

De eso quiero hablar también, de cómo nos han enseñado a competir, a despedazarnos; de cómo aprendemos a aislar a las otras.

¿Cuándo aprendimos que la maternidad ajena es tema de debate o de risa?

Y ahora viene el comentario machiruliano: "Ah pero el problema es de las mujeres con otras mujeres". 

Es verdad. Cuando mi hijo nació y hasta el día de hoy recibí y recibo muchísimos consejos no pedidos, retos, observaciones e incluso burlas, siempre de otras mujeres. Mujeres de la familia, maestras, amigas y hasta de mujeres que recién acabo de conocer.

Raramente escucho críticas de un varón. 

¿Sabés por qué?

Porque todo se aprende. Y nosotras, desde muy chiquitas, aprendimos que la crianza, el cuidado y la educación de los niños es nuestra entera responsabilidad. 

Por eso los hombres no hablan de esas cosas. Cosas de mujeres, dicen.

Pero lo cierto es que cuestionar las maternidades ajenas es seguir perpetuando esos modelos de maternidad que nos aíslan, nos dejan solas.

Yo sé que antes de ser madre también me reí y critiqué ferozmente a otras mujeres, y seguramente, en ocasiones lo sigo haciendo y no me doy cuenta. No lo sé.

Pero cuando comencé a transitar la maternidad empecé a entender que los tiempos de cada vínculo son únicos e íntimos. Esa madre y ese hijo tendrán sus tiempos propios. Cuándo y cómo enseñar, permitir, prohibir, soltar, esperar, observar, acompañar. 

Y tendrán sus propias experiencias. Sus equivocaciones, sus pruebas e intentos.

Qué difícil no aceptar el juego.

En fin, qué difícil romper el espejo.

_____________

Los temores siguen surgiendo, claro que sí.

Nuevos, flamantes.

Y algunos viejos temores permanecen.

Todavía algunas noches necesito saber si Juan respira bien, si duerme bien.

Y cada expansión de su mundo me produce vértigo.

Pero al menos voy entendiendo de qué se trata.

Durante todo este tiempo aprendí algunas cosas.

Aprendí a escucharme y a respetar mis tiempos. 

Aprendí a escuchar a mi hijo y a respetar sus tiempos. 

Aprendí a desechar los cuestionamientos vacíos. 

Aprendí a escuchar cuando sé que la crítica es amorosa.

Aprendí que cada vez que cuestionamos a las otras maternidades porque no son como la nuestra, estamos cumpliendo con todos los mandatos que heredamos.

Por aquellos años, siempre lo recuerdo y lo cuento, me compré varios libros sobre maternidad, entre ellos la "Guía inútil para madres primerizas". Contrariamente a lo que dice su título, su lectura fue muy útil para mí. En sus páginas pude encontrarme cara a cara con algunos de mis miedos, sólo que estas autoras se valían del humor para hablar de ellos. 

Y entonces supe dos cosas: supe que esos sentimientos que me angustiaban también los sentían otras mujeres y supe que reírme de ellos me hacía bien. Otra vez la palabra me sostuvo. No cualquier palabra, la palabra de otras mujeres que alguna vez transitaron esos temores.

Porque en definitiva, fueron siempre otras mujeres las que me sostuvieron cuando no supe por donde seguir.

Para escuchar, para acompañar, pero también para resolver situaciones concretas, esas que nos dan vuelta la vida: quién lo va a buscar, quién cuida, quién ofrece.

Es importante decirlo, nos enseñan que los hijos son cosa nuestra, y a veces, en vez de enfrentarnos a las otras, nos damos las manos, literalmente. 

Y entonces el mandato se da vuelta. 

Contra las soledades impuestas y para enfrentar los miedos, para construir lazos con las otras, para crear nuestras propias redes y tejer nuestras propias alianzas.

Nos encontrarnos.









Comentarios

  1. Realmente es así, porque estamos inmersas en un mundo machista. Bíblico ( te machista la cultura de nuestras iglesias)!!
    Sin embargo, ten fé, que antes, ( y aún ahora en ciertos lugares), era Matriarcado, y los niños se criaban juntos ( como en el Jardín Maternal)
    Ves? Aún hay resabios de nuestra verdadera cultura de mujer. ..por eso, ten fé

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  2. Y sigue apoyándote en la Palabra!! La comunicación con el otro, es nuestro escape del alma, cuando nos encontramos. O sabemos si esa otra mujer, no es de fiar ( ahí salí corriendo, pues ya no cambiará) te amo amiga, tú eres mí hermana de alma.

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  3. Me encantó, reenviado a todas mis comadres. Muy buena reflexión, te seguimos leyendo ;)

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