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De las cicatrices en el aula y de cómo regresamos

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Secuelas Hace unos días Juan aprendió a atarse los cordones, otra vez. Sí, otra vez. Ya había aprendido hace unos años. Hubo aplausos, videito y todo lo demás. Pero después vino la pandemia. Un año sin salir de casa, pantuflas y ojotas, y cuando volvió a salir al mundo, medio a los ponchazos, no hubo ni tiempo ni ganas de volver a aprender aquella práctica olvidada. Recién este verano pudimos practicar y recordar. Me sé una afortunada, una suertuda. Porque en esta realidad tan difícil para tantas personas pude tener un tiempo precioso para dedicarle a mi hijo y a sus cordones. Se necesita tiempo y cierta calma para recomponer algunas prácticas que se rompieron durante el desastre. Eso fue lo que pensé aquel año encerrada con Juan en casa. En medio de la pandemia  yo pude estar y acompañar a mi hijo en sus tareas escolares, en sus juegos, dibujando, leyendo. Muchos familias no tuvieron esa posibilidad y hoy en las aulas de las escuelas lo que se ve es la consecuencia de toda

Parte del arte

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"Ayúdame a mirar" había dicho el niño, en aquel cuento de Galeano, ante la inmensidad del mar. Esa frase me vino a la mente cuando entré con Juan a "Imagine", la muestra inmersiva de Van Gogh en la Rural. En cuanto atravesamos la entrada, la melodía de los violines nos envolvió y de pronto las imágenes  estallaron por todas partes. Un sacudón en todo el cuerpo, piel erizada. Ahí estaban los girasoles, aquí, allá, inmensos. Y también las ramas delgadas de los almendros con sus flores y por supuesto los lirios. Otro sacudón. Los ojos se humedecen. Todo es emoción. La música nos envuelve. Con Juan empezamos a caminar. Hay gente charlando, gente sentada, acostada. Nos sentamos por ahí y dejamos que los colores y las imágenes nos sorprendan. Ahora es de noche, por todas partes es de noche. Noche estrellada. Amo ese cuadro. Sé que no soy original, pero por qué debería serlo? La noche estrellada siempre me produjo una increíble fascinación. Mi vista se pierde ávida entre l

Nosotras, las dueñas de las tareas mentales

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Abrís los ojos y recordás que es domingo. Un bello domingo lleno de posibilidades. Planificás mentalmente todo lo que querés hacer: escribir un poco, avanzar con esa lectura que en la semana postergaste, terminar de ver la serie que habías empezado. De pronto una punzada justo en el centro del estómago y todos los pensamientos domingueros son barridos, espantados, arrasados por un listado de obligaciones que ahora ocupan todo tu pensamiento. Y como si tu mente fuese la gran pantalla de una computadora, el listado empieza a correr, a correr, a correr, y no para. Parece interminable. El cuidado de la casa, de la familia y de la mascota, por supuesto. Toda la información está allí.  Todavía no saliste de la cama y ya estás agotada. La carga mental La primera vez que escuché el nombre de ese cansancio sentí alivio, ese alivio que llega cuando algo por fin se empieza a entender. El problema seguía allí, por supuesto, pero ahora tenía nombre y tenía una causa, una razón. No era mi conducta o

San Valentín y el amor romántico

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Estoy conversando con mis colegas docentes. No sé cómo comento algo acerca de una amiga, que es como una tía para mi hijo. Una compañera me pregunta si mi amiga tiene hijos grandes.  "No, mi amiga no tiene hijos. Nono, tampoco está casada".  Mi compañera pone cara de decepción:  _ ¡Qué pena! _me dice, o algo parecido.  Le digo que no, que no hay pena, porque mi amiga es una persona muy feliz y la pasa muy bien así como está, solterísima. No hay forma, la cara de pésame no se va.  Es difícil creerlo, pero aún hoy, con todas las conquistas y con todo lo que aprendimos, ser una mujer adulta y estar soltera es motivo, al menos, de desconcierto. Ya le dediqué varios posteos a esta cuestión de cómo recuerdo que se percibía la soltería de la mujer cuando era chica, pero increíblemente aún hoy pesa un cuestionamiento sobre esas mujeres.  Yo misma, que me casé casi a los cuarenta, escuché varias veces la advertencia: "Mirá que se te va el tren". La advertencia es clara: apur

Regreso a la escuela

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Llega febrero. A partir del primero es y no es descanso. Todavía no nos toca volver pero no se habla de otra cosa. No son vacaciones, estamos en disponibilidad. Los grupos de watsap despiertan del letargo y entonces he aquí la pregunta. Esa pregunta. Siempre la misma. ¿Cuándo tenemos que volver? Los que tienen menos de veinte años este día y el resto este otro. Ahí aparece la otra pregunta, igual de inevitable: ¿Hay que cumplir horario? Las respuestas son variados: sí, según la escuela, no, no se debe cumplir horario. Cumplir horario. Si algún experto lingüista me explica cómo interpretar esa frase se lo agradeceré enormemente. "Cumplir horario" es una frase extraña: se pueden cumplir metas, proyectos, objetivos; se puede cumplir un cronograma de trabajo, se cumple con actividades pautadas; se podría cumplir un deseo y una función.   Cumplir con algo para obtener un beneficio, un resultado. Pero cumplir horario, es definitivamente extraño. Así arrancamos. Todos

La magia de los confines

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Hace cuatro años se fue Liliana Bodoc y  nos sigue haciendo falta. Nos hace falta su voz, su palabra, su mirada. Nos hace falta su escritura para contar la historia, para reinventarla. A la Bodoc la conocí en 2004. Por entonces compraba la revista La mano y fue en la sección de críticas literarias que me llamó la atención una nota sobre La saga de los confines. No me acuerdo qué decía pero me cautivó, tanto que en cuanto pude me compré el primer libro de la trilogía, Los días del venado. Esta mujer se había abocado durante varios años a un trabajo de estudio, de investigación y de escritura para crear aquel libro, se había trasladado desde Mendoza a Buenos Aires y había recorrido con su manuscrito varias editoriales, hasta que al fin alguien leyó y entendió, y fue entonces que llegó a nosotros su primera novela. Y era una novela maravillosa. Empecé a leer y así entré al universo de Las tierras fértiles en Los Confines. Conocí a Vieja Kush, a Tunghur, a Dulkancellin.  Había en cada p

Hablemos de economía

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Hace tiempo y no hace tanto "Veintises de febrero de mil novecientos ochenta y dos. Querido diario: hoy fuimos a comer a un restaurante (no tenían tarjeta) y mi papá dijo que no va a ir más a comer ahí sino solamente a restaurantes que tengan tarjeta. (Va a llegar un momento en el que el mundo se va a manejar con tarjetas de crédito)" Así,  con pocas palabras, la niña que fui a los diez años se expresaba con profunda preocupación acerca de ese rectángulo plástico que acababa de llegar a la vida familiar. Recuerdo los temores. Había algo que no cerraba en e l uso desmesurado que mis padres hacían de aquel novedoso sistema de consumo. Unos días después escribía que mi mamá me tildaba de "amarreta" por no querer gastar, aún con el increíble beneficio de la tarjeta en cuestión. Es cierto, no me gustaba usar la tarjeta. Me costaba comprender ese sistema de consumo con obligaciones a futuro. "Claro, después hay que pagar" expresaba a modo de reflexión.

La escuela, el teatro y yo (acerca de Chau Misterix, de Mauricio Kartun)

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Leer en la escuela En esta crisis que tengo últimamente  con el trabajo docente , y pandemia mediante, estoy pensando mucho cómo voy a trabajar este año en la escuela. Qué lecturas voy a proponer, de qué manera las voy a presentar, cómo las voy a plantear, qué actividades las van a acompañar. Todo eso anda dando vueltas en mi cabeza tan poco enero. La elección de los textos literarios es fundamental. El tema puede ser increíble, pero si lo que proponemos para leer no les gusta a los chicos, si no se enganchan, todo estará perdido. Son los críticos mas filosos. Los más despiadados. Es cierto que a veces logramos lo imposible. Leemos un poco en voz alta, contamos detalles interesantes sobre la vida del autor, comentamos algún fragmento del texto... y con suerte logramos que algunos estudiantes  se entusiasmen más. La mayoría de los textos literarios que damos en la escuela forman parte de un canon escolar, que a veces es visible y oficial, ya que forman parte de las sugerencias en l

Maternidades y temores (algunas reflexiones después de ver "La hija oscura")

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Hace pocos días estuve viendo "La hija oscura", una película de la que se está hablando mucho, y que precisamente pone en la maternidad una mirada bastante desencantada y dura. La trama es interesante y está muy bien contada, aunque al final, el sentimiento que me dejó fue de muchísima angustia. Cuando terminé de verla, la sensación más nítida que tuve fue que cuando las mujeres queremos salirnos de la norma, cuando logramos corrernos de lo que se espera de nosotras, a la larga, tarde o temprano, seremos castigadas. Entonces, pensando pensando, varios recuerdos empiezan a acomodarse en mi mente. Los primeros recuerdos maternales, mi mamá. Me acuerdo que mi mamá contaba que cuando tuvo la menopausia ni siquiera se dio cuenta. Decía que había estado tan ocupada criando a sus hijas pequeñas que no sintió la diferencia. Lo contaba con orgullo, con vanidad. Hoy, que estoy transitando esa misma etapa, no puedo evitar una gran sensación de decepción. La verdad es que yo sí si

La risa y no otra cosa

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El flaco no paraba de reírse mientras se acordaba lo de las gordas sentadas en la escalinata de la pileta; las gordas conversab an mientras remojaban sus enormes tetas en el agua, contaba. Nosotras también nos reíamos con él. "Nosotras" éramos mi hermana y yo; y ciertamente una de esas gordas era mi mamá. Cuando era chica íbamos muy seguido a la quinta del club, que en verano era casi como nuestro segundo hogar. En esos días de calor la pileta era sin lugar a dudas la gran atracción de todos, especialmente de los chicos. C uando por fin las puertas enrejadas se abrían, entrábamos desesperados a ese, nuestro paraíso con olor a cloro. Y ahí precisamente, en la pileta, mientras los chicos jugábamos, las señoras, las gordas, se sentaban en la ancha escalinata de la parte más bajita de la pileta y conversaban durante horas. Haciendo cuentas estoy segura de que por entonces esas mujeres debían tener la misma edad que yo tengo ahora, o quizás un poco menos. La verdad es que ho