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Las mariposas negras

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Dice Juan que algunas veces siente como un vacío en la panza, y no es por hambre. Yo creo que son las mariposas negras. Tenía quince años cuando empecé a leer a Sartre. La verdad es que el origen de mi curiosidad estaba directamente relacionado con el chico que por entonces me gustaba. Él lo amaba, así que yo también quería amarlo. A Sartre digo.  Un día de esos llegué al taller literario y tiré mi propuesta: "Me gustaría leer a Sartre" y como era la más chiquita del taller y la más consentida, así se hizo. Durante varios encuentros leímos varias obras: "A puerta cerrada", "Las manos limpias" entre otras, y sentí que me deslumbraba tanto como me agobiaba. Por entonces discutí bastante con mi papá, que no lo quería ni un poquito. Sartre había estado cerca del partido comunista sin hallar en él las respuestas que buscaba, y eso para mi papá era imperdonable. Mi viejo me repetía que leerlo no valía la pena; "¿Qué leíste de él?" lo increpaba yo enoja

Hablemos de amor

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¿Cómo sería tu vida si pudieras volver a vivirla con los conocimientos y las experiencias de hoy? ¿Quién no se hizo esta pregunta? ¿Qué cosas cambiarías si pudieras volver el tiempo atrás? Y sí, a mí también a veces me gustaría poder viajar en el tiempo para cambiar algunas escenas de mi historia. A veces me gustaría modificar el pasado, no mucho, sólo algunas situaciones. Hay un montón de elecciones personales que seguramente no cambiaría: volvería a participar en los mismos espacios de militancia, estudiaría las mismas carreras.  Haría gran parte del camino tal y como lo recorrí hasta hoy. Todo eso es lo que me trajo hasta acá. Quizás, eso sí, elegiría mejor los trabajos. No soportaría fácilmente el maltrato y la precarización. Me quedaría donde me valoraran y me respetaran. Pero sin dudas, y creo que esta sería la razón principal para volver al pasado, tomaría otras decisiones en cuanto a los vínculos afectivos.  Hablo de relaciones que sostuve pese a todo.  Relaciones que sufrí dem

Los desposeídos, de Úrsula Le Guin.

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Durante la cuarentena dos queridas amigas me regalaron la novela Los desposeídos, de Úrsula Le Guin. Tiempo después me contaron, con cierta complicidad, que al saber que la historia giraba en torno a la creación de un mundo utópico, ideal, pensaron en mí. "Pensamos en vos", me dijeron, y yo estoy agradecida de que hayan hecho esa relación. Me gusta que mis amigas me sepan así, que me piensen como alguien que quiere y necesita que juntas cambiemos el mundo. Me gusta, incluso aunque entre en la categoría de la ilusa, la necia, la idealista. Otra cosa importante es que el regalo del libro coincidió también, y esto no deja de sorprenderme, con el momento exacto en que empecé a averiguar sobre la obra de Le Guin. Justamente en esos días había retirado de la biblioteca el mismo título.  Y fue por esos días raros que empecé a leerla, y desde entonces hasta ahora estuve entrando y saliendo de esa historia. De a poco. Me costó leerla. Ya conté en otras oportunidades que desde hace año

Esto que también es docencia

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Hay historias que merecen ser contadas. Historias cortitas pero que cuentan muchísimo. Historias como esta. Un día cualquiera te cruzás con una ex alumna. Hace mucho que no la veías y te alegrás un montón. Van a tomar un café y empiezan a conversar. Hay tanto para hablar. Hablan sobre maternidad, sobre el futuro, sobre la familia. Critican la meritocracia, conversan sobre educación. El tiempo pasa y la conversación no quiere terminarse. En algún momento te dice algo muy hermoso. Te dice que vos fuiste muy importante para que ella se animara a seguir estudiando.  Vos te emocionás, aunque también te da un poco de vergüenza. Cuando una ex alumna te dice algo así sentís que a lo mejor algo tiene sentido. Pero hay algo más, te dice, algo que quiere contarte, algo que pasó hace mucho tiempo. Entonces te cuenta una historia. La historia de una relación signada por el maltrato y la violencia, esa violencia que no se ve pero se siente en todas partes. Te cuenta que le costó, pero que finalmente

Romper el aula

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Ayer recibí el mensaje de César anunciándome que ya está haciendo las prácticas para ser profesor de lengua y literatura. A la noche, como si se hubieran puesto de acuerdo, un audio de Belén me cuenta una experiencia en el profesorado y me agradece el acompañamiento. Hay profesores que dejan huellas, me dice. Las palabras de mis ex alumnos llegan justo a tiempo, cuando más las necesito. Necesito que todo esto tenga sentido. Últimamente no estoy bien con la escuela.  Últimamente no estoy bien en la escuela. La escuela hoy no es para mí un lugar feliz. ¿Alguna vez lo fue? ¿Alguna vez la elegí? No lo sé. No sabría decir si existe la vocación docente, pero en tal caso no fue por ahí que llegué, estoy segura. No. A la docencia llegué casi de casualidad. Tenía veintipico cuando empecé a estudiar Letras en la Facultad y si alguien me preguntaba de qué iba a trabajar cuando me recibiera no sabía qué contestar. Estudié Letras porque amaba la literatura. Fue mientras estaba estudiando que supe q

Releyendo Antígona

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En el curso de cuarto año estamos leyendo Antígona, la trágica historia de la joven hija de Edipo. Los chicos se turnan para leer los parlamentos de los personajes y se entusiasman. En algún tiempo solía preguntar qué chica se ofrecía para un papel femenino y qué varones leerían a los personajes masculinos. Hace tiempo dejé de hacer esas preguntas tontas. _ ¿Quién hace de Antígona?_ digo. Levantan la mano, se entusiasman. Empezamos a leer. Ahí aparece su voz.  La voz de Antígona. Su voz, su reclamo, su fortaleza. Se ha escrito mucho acerca de la representación de la figura femenina en esta obra, e incluso en los últimos años se la ha revalorizado como un símbolo o como un emblema feminista. Por si alguien no conoce la historia, todo comienza con la muerte de los dos hermanos de Antígona en el campo de batalla, luchando uno contra otro. Eteocles muere defendiendo el trono de Tebas, en tanto que  Polinices muere dirigiendo al ejército enemigo. Ante esta situación, Creonte se hace cargo d

Voces

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A veces me pasa mientras estoy cocinando, o mientras converso con amigas, mientras elijo una ropa o mientras limpio mi casa. En medio de la más simple e insignificante de las acciones, aparece. La voz. una voz que me habla. Una voz, o dos o tres, quién sabe. Y no, no estoy desvariando. Se trata de una serie de sensaciones que me acompañan desde hace muchísimo tiempo y que son difíciles de explicar. Estoy segura de no ser la única. Estoy segura de que debe ser una sensación compartida por muchos otros. La sensación de escuchar una voz. Para ser honesta, no es precisamente el sonido de una voz, pero de todas formas la escucho y tiene un timbre, un tono, una intención. Esto que digo es contradictorio, ya lo sé. Es difícil explicar cómo funcionan las trampas y los artilugios de la mente. Una voz me habla desde alguna parte de la habitación. Sí, claro que está en mi cabeza, pero las pocas veces que tuve conciencia de su existencia, la sentí afuera de mi mente, detrás, o a un costado. Como s

Tic tac, la marquita en el tronco.

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Para ser sincera, nunca me obsesionaron demasiado las arrugas. Quizás sí otras cuestiones, algunas imperfecciones en mi piel, por ejemplo. Pero no las arrugas. Cada vez que veía a otras mujeres preocupadas, hablando de cremas, recomendando tratamientos, sentía que era un alivio que para mí ese no fuera un problema. Pensaba que, en definitiva, esas arrugas solo eran pequeñas huellas que nuestras expresiones dejan en la piel, nada más. Huellas en el mar. Las patas de gallo, por ejemplo, son parte de mí y de mi personalidad desde muy joven. Me río un poco y ahí nomás aparecen alrededor de mis ojos. Sin embargo en los últimos tiempos, no puedo precisar cuando, las sensaciones cambiaron. Mucho. Mi cuerpo, mi piel.  Cambian. Me miró al espejo, claro que me miro, y ahí están. Los veo. Pequeños pliegues que trazan surcos, caminos inventados sobre mi piel. Lo peor de todo son esas arruguitas alrededor de la boca. Son odiosas.  Porque son marcas del tiempo. Tic toc. Pum pum. Pasa otro año. Las a

Cuestiones de salud

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Hace dos días tuve turno con la médica clínica. Por segunda vez, me habían dado mal los números de algunos estudios y, según la doctora, no había forma de mejorarlos sin medicación. Le propuse entonces hacer todo lo posible para no llegar a eso y me advirtió que no esperara algún cambio. Pero, por suerte, el resultado fue el que yo esperaba.  Así que le llevé los estudios a la consulta y su expresión de decepción fue notable. Me dijo que estaba bien pero que había que hacer análisis más completos. En los últimos años no logré empatizar con ninguna médica clínica.  Hace años, una doctora no pudo ocultar su enojo cuando la espirometría me dio bien pese a que era una gran fumadora. Después me dijo que según las radiografías, era probable que tuviera osteoporosis. Cuando confirmé con otra doctora que no era cierto no la vi más. Otra doctora me atendió por unas molestias en el estómago y me explicó con total tranquilidad que podía ser cualquier cosa, entre ellas cáncer. Salí angustiadísima

Fragilidades

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"On and on the rain will fall Like tears from the star, like tears from the star. On and on the rain will say How fragile we are, how fragile we are."                                                 Sting Hace pocos días una amiga tuvo un accidente fulero. De esos que no ponen en riesgo la vida pero que dejan su huella en el cuerpo. Fue un accidente inexplicables, tonto. Esa clase de accidentes que suceden en medio de una situación cotidiana y que de un momento a otro trastocan nuestras vidas para siempre. Un paso mal dado, una acción fuera de tiempo, una falta de atención y ya está. A veces  ni siquiera tenemos tiempo para poder entender cómo sucedió. Somos frágiles. Podemos rompernos, podemos desarmarnos. Podemos morirnos. Con el paso del tiempo, con los años, empecé a tomar conciencia de la  tremenda vulnerabilidad a la que día a día están expuestos nuestros cuerpos. Es una información que creo haber adquirido paulatinamente, ya de adulta. Sinceramente, no recuerdo habe

Hojas de diario uno: conexiones secretas

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Escribir.                               Escribir para mí Escribir para otras personas. Escribir para las otras que seré algún día. Escriban. Cada vez que puedo les recomiendo a mis alumnos y también a mi hijo. Escribí. Escribite. Un día te lo vas a agradecer. Un día vas a encontrar esos textos y ahí vas a estar vos, el que eras entonces. Te vas a encontrar entre esas páginas.  Lo olvidado, lo perdido. Todo va a estar ahí. Si no fuera por las palabras ¿dónde quedarían las historias, nuestras historias? En las hojas de varios cuadernos Gloria, entre los diez y los trece años escribí un diario personal. En ese diario, al que llamé cariñosamente "Paginitas Preciosas", registré pensamientos, opiniones, conversaciones. Con una letra desprolija y repleta de faltas de ortografía, escribí para mí, para la que fui, y aunque no lo supe entonces, escribí también para la que soy hoy. Durante ese período de mi vida, mi diario fue algo así como mi mejor amiga y a ella le entregué todas mis

Creando redes

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Tiempos de reencuentros. Tiempos de abrazos, de conversaciones largas y de carcajadas cómplices. Los encuentros con amigas. Eso estuve haciendo. En las últimas semanas me estuve reencontrando con muchas de mis amigas. Las cotidianas, las de toda la vida. Amigas. Encuentros y reencuentros gratificantes, felices y sobre todo, energizantes. Juntarnos con amigas es parte de un proceso de sanación que algunas comenzamos a recorrer no hace tanto. De verdad. No quiero sonar cursi, pero qué me importa, lo digo y lo repito hasta el cansancio: Creo firmemente que juntarnos con otras mujeres, amigas, compañeras, es una acción absolutamente reparadora. En estos años, especialmente desde el nacimiento de mi hijo, los lazos entre pares se volvió vital para mí. La solidaridad, la escucha, la contención, la complicidad que sentí hasta hoy, todo eso me resulta necesario para seguir adelante. Y este fue un descubrimiento, una revelación casi. Crecí escuchando a varones, y especialmente a mujeres, hablar

La máquina de fallar

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Nacidos para fracasar La imagen resulta impactante.  En medio de un salón que alguna vez fue blanco, un enorme  brazo robótico se retuerce para un lado y para otro intentando  juntar el líquido rojo que fluye permanentemente a su alrededor .  La pala que está en su extremo sube, baja y arrastra el líquido hacia su centro, una y otra vez. P ero, por más que lo intente, no puede evitar que el líquido vuelva a desparramarse. Finalmente, todo es un completo desastre. L as paredes, los pisos y el brazo robótico están cada vez más manchados. Can't help myself. No puedo evitarlo. Así se llamó esta instalación abrumadora  que funcionó entre 2016 y 2019 en el museo   Solomon   Guggenheim, en Manhattan, Nueva York. En un comienzo la máquina se  movía  con energía, saludaba a los visitantes que observaban tras los cristales y hasta se animaba a realizar unos movimientos de  baile para los espectadores. Sin embargo, con el correr de los días, de los meses y de los años, su entusiasmo comenzó a