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Ellos los youtubers

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Cuando yo tenía la edad de Juan, me entretenía mirando la tele. Había sólo cuatro canales, o cinco, si teníamos suerte y podíamos enganchar el canal 2 de La Plata o si el viento soplaba a nuestro favor y rara vez podíamos ver el 4 de Uruguay. En esos pocos canales teníamos que estar pendientes de los horarios que tenían los programas infantiles que mirábamos.  Después el mundo cambió, llegó la televisión por cable, después youtube, las plataformas, en fin, ahora cualquier chico tiene a su disposición una cantidad de opciones y de posibilidades enormes y a cualquier hora. Y es con esta nueva situación que lidiamos los adultos de estos tiempos. Esta es la realidad que tenemos que entender, controlar, limitar, aceptar.  Así es este tiempo. Y si en mi infancia los chicos veíamos los programas de las Trillizas de oro, o de Carozo y Narizota, o de Margarito Tereré, los pibes y las pibas de estos tiempos siguen a los youtubers.  Los youtubers. Los youtubers no se miran, se siguen.  La diferen

Regreso seguro a las aulas?

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Realmente es agotador escuchar y leer en los medios a periodistas, políticos y funcionarios que explican la necesidad de que los chicos vuelvan a las aulas. Me pregunto de quién es la necesidad. Por un lado, las familias tienen que "ubicar" a los pibes en la escuela para poder ir a trabajar y claro, para poder vivir, se entiende. También está esa creencia absurda de que una mayor cantidad de contenidos escolares asegura un saber fundamental para el futuro. Digo que es una creencia absurda porque estoy convencida de que el saber no se relaciona con una acumulación de información sino con la posibilidad de tener herramientas para procesar esa información. Otro tema son las personas que mandan a sus hijos a escuelas privadas y no están dispuestos a soportar otro año más de zoom y de trabajo escolar hogareño. Para ellos la educación es una inversión económica que en pandemia se vio afectada. En fin, todo eso está en juego. En definitiva el sistema económico necesita que los

El por qué del nombre

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La palabra tiene poder. Creo que es una de las pocas certezas que tuve desde muy chica: yo quería atrapar a las palabras, quería acariciarlas, quería jugar con ellas. Quería domesticarlas.   Escribir, contar, crear. Desde entonces supe que ese universo literario sería parte fundamental de mi vida y de mi historia. Por eso, un poco a las apuradas, un poco a modo de prueba, con alguna seguridad algo improvisada, surge el nombre de este blog:  Azorada.  El diccionario me dice que significa algo así como sorprendida, alarmada.  Pero la verdad es que lo elegí porque "Azor" era el nombre del protagonista de un cuento que escribí cuando era adolescente  y tenía la cabeza llena de deseos de libertad. Azor era un hombre alado. Con su cabellera larga y ondulada y su tez morena, mi Azor  pisaba la tierra y escapaba al cielo. Azor era un personaje entrañable para mí, quizás un poco cursi y seguramente muy influenciado por películas y libros de entonces.  Pero lo recuerdo con amor, y aún

Las malas decisiones

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  Cuando era adolescente una amiga me lo dijo: "¿Viste los grupos de música metálica, que en medio de esa música fuerte siempre tienen un lento que es el más tierno? Bueno, con los hombres es lo mismo". Mi amiga, con esta premisa, me estaba indicando el camino que tenía que seguir: no se trataba de conocer a un chico dulce y bueno sino a uno bien malo y recio, pero que en la intimidad fuera tierno por momentos, que encendiera su corazón, pero que supiera mostrarlo levemente, sutilmente, sólo conmigo. Fui creciendo y esa premisa se hizo carne en mí: eso de que me atrajeron los pibes ásperos, desentendidos del compromiso afectivo, negados al amor expresado a borbotones. De esa manera, una caricia quizás, una mirada, cualquier expresión tierna, leve, pequeñita que ocurriera en el ámbito privado, era para mi joven percepción, la confirmación de un amor seguro.  Y más si se trataba de una escena de celos. Celos en un varón duro y poco expresivo era la seguridad  de amor absoluto.

Argentina coronavirus

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"Veo el mundo progresivamente transformado en desierto; oigo,  cada vez más fuerte, el fragor del trueno que se acerca, y que  anuncia tal vez nuestra muerte; me compadezco del dolor de  millones de personas; y, sin embargo, cuando miro el cielo, pienso  que todo eso cambiará y que todo volverá a ser bueno, que hasta  estos días despiadados tendrán fin, y que el mundo conocerá de  nuevo el orden, el reposo y la paz."                            Ana Frank Como una triste penitencia, desde que empezó este calvario, todas las noches googleo "Argentina coronavirus" y leo la cifra de personas infectadas y personas fallecidas. Personas. Siempre poner la palabra "personas" por delante. Eso lo aprendí dentro del proyecto de diversidad. No se dice "discapacitados", se dice "personas con discapacidad", no se dice judíos sino "personas judías" y así. Todos los días, desde marzo, googleo las cifras. A veces, según la época, googleo "I

Cobra kai

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Fascinada con Cobra Kai.  Estoy empezando la segunda temporada y, como muchos de mi generación, soy una vieja admiradora de las películas de Karate Kid, así que poder disfrutar de todos los guiños que nos ofrece la serie está buenísimo. Pero además esta producción tiene algunos hallazgos, por ejemplo que la historia esté contada por el perdedor, por el villano, por el personaje más cuestionado. Y qué pasa cuándo el villano nos cuenta que él es también una víctima? El personaje de Johnny es impresionante. Su mirada es casi la de un niño, es una mirada todo el tiempo confundida, titubeante, como si buscara permanentemente algo que se le perdió. La vida quizás. La serie nos cuenta acerca de luces y oscuridades. Hasta dónde estamos condicionados por nuestra historia? Qué pasa cuándo un niño es maltratado y desvalorizado?  Qué pasa cuando le falta la mirada atenta y amorosa de los adultos, esa mirada que nos constituye, esa mirada que nos guía, que nos invita de pequeños a pensar en quiénes

La marea

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Me preguntaba hoy como se habrán sentido aquellas mujeres que lucharon por obtener el voto el día que fueron a las urnas por primera vez. Cómo habrán festejando? Se habrán abrazado? Habrán llorado juntas? Pensaba en todo esto anoche, de madrugada, cuando los chats y los mensajes en las redes iban y venían. Pensaba en lo hermosa que es la sensación de compartir un deseo, un sueño, una lucha. Hoy la lucha por nuestros derechos nos encuentra, nos reúne, nos hermana. Estas certezas de hoy quizás no fueran las mismas en el pasado para nuestras antecesoras. Quizás se sintieron solas, incomprendidas. Quizás en su lucha no hubo mareas verdes ni rojas ni violetas. Fueron las que vislumbraron por dónde debíamos ir. Y abrir el camino siempre es lo más difícil. Como Alfonsina en La loba, tan lejos de las ovejas, tan temida. Tan difícil todo. En ese sentido creo que la lucha por la legalización del aborto es sin dudas una gran conquista de muchas otras que vendrán. Pero lo que realmente nos deja co

La escuela en tiempos de Pandemia II

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Es muy loco, pero en estos días sin que lo pida, no paran de llegar trabajos y trabajos de pibes y pibas que se acordaron de mí y de mi materia. Explicaciones, pedidos de disculpas. A todos respondo con el mismo tono que me caracterizó durante este año tan duro: "no te preocupes", "gracias", "todo bien" y frases por el estilo, todas acompañadas de emoticones sonrientes y de corazoncitos. La verdad es que durante todo este tiempo me estuve preguntando por qué en todos mis años de docente no fui así de empática con los chicos y sus historias, con sus enojos con la escuela y con sus disculpas mentirosas o genuinas. Por qué tuvo que llegar una tragedia mundial para empezar a ser un poco más amorosa y comprensiva. Porque hay algo que sé y es que los chicos que no trabajan, que no cumplen, no son vagos, o sí, pero no es por nada. A los chicos les pasan cosas que los frenan, cosas que a veces tienen que ver con la autoestima, con la desvalorización, cosas que los

De la naranja mecánica y los presos de Suárez (este texto contiene spoilers)

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¿Leíste La naranja mecánica? Yo la leí de adolescente y me voló la cabeza. Ambientada en un futuro no establecido, la novela cuenta la historia de Alex, un joven que  forma parte de un grupo de adolescentes sin más propósitos en la vida que delinquir, violar y despreciar la vida ajena.  La vida de Alex cambia después de un robo, seguido de violación y  asesinato. El chico es apresado y muy maltratado en la cárcel. Pero un día le proponen regresar al mundo libre a cambio de su participación en un experimento que inhibirá sus deseos malvados. Alex acepta, desesperado por recuperar su libertad, aunque claro, aquí comienza la discusión filosófica acerca de cuán libre puede ser una persona que es forzada a actuar de una determinada manera. Por esos años una de las cosas que más me impactó fue que antes de salir a hacer maldades el pibe se cargaba de energía escuchando la novena sinfonía de Beethoven. Ni rock pesado, ni punk. Música clásica. Una maravilla la descripción de las sensaciones qu

Maternidad

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 Maternidad El día que me enteré que Juan iba a nacer, salí del consultorio del obstetra y me fui directamente a la casa de mi mamá, que estaba a pocas cuadras. La casa estaba vacía y silenciosa. Mi mamá había sido internada tres días antes. Así que entré y fui hacia el telar.  Allí, aún sin terminar, estaba la manta que mi mamá había empezado a tejer para Juan. Sin pensar mucho agarré la tijera y la corté por los bordes para sacarla del telar. Después la doblé y me la llevé. Ya en casa la guardé en el bolso que llevaría a la clínica.  Fue la manta que usó Juan en la clínica y después en el moisés. Cuando se la puse sentí como si ella lo estuviera abrazando. Después la internación. Llegué con Fer y con Grachu. Grachu, que hizo de madre y de hermana mayor y de amiga. Me llevaron a una habitación y me prepararon. Y cuando sentí el pinchazo del suero, recién ahí tomé conciencia del dolor que iba a sentir. Hasta ese momento, durante el embarazo, no había tenido nada de miedo. No porque fue

Quino

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 Los libritos de Mafalda estaban en los estantes más altos de la biblioteca de mis viejos, casi tocando el techo. Una vez, con mi hermana trepamos entre los estantes y descubrimos el tesoro. Después de eso, los libros descuajeringados y sus hojitas sueltas andaban por toda la casa. Con mis primos, también pequeños, leíamos cada historia una y otra vez. Usábamos la palabra "sopa" como la peor de las malas palabras y cuestionábamos el mundo adulto como creíamos que lo haría Mafalda. Crecimos con Quino, con su arte, con su magia. Compartimos su mirada inteligente y sensible del mundo. Nos reímos y nos emocionamos con sus historietas. Aprendimos a amarlo. No sé si existen personas más queridas por tanta gente. Durante décadas Quino entró a todas nuestras casas; entró con su humildad a cuestas, con su empatía, con su complicidad. Y lo amamos sin discusión. Porque... quién no se sintió alguna vez, en algún momento, un personaje creado por su pluma? Por allí Mafalda y su deseo de ca

Dulces

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Cuando mi mamá era chiquita vivía en el campo, allá en Rivera. Rivera, les cuento, fue una de esas colonias judías que proliferaron a principios del siglo XX, en las que muchas familias inmigrantes encontraron un lugar para vivir y criar a sus familias. Y mis abuelos, recién llegados de Europa, aprendieron a vivir de lo que les daba la tierra. La vida en el campo era dura, muy dura. Especialmente para aquellas gentes sin conocimientos ni habilidades para vivir allí. Pero aprendieron,  y criaron a  sus hijos e hijas. Me contaba mi mamá que la vida de entonces era muy sencilla. Sin grandes regalos ni ropas de marca.  Mi mamá jugaba mucho, jugaba con mi tío Simón, su hermano. Jugaban en el campo, andaban a caballo, le daban de comer a las gallinas, arreaban a las vacas.  Me contó mi mamá que mi bobe Clara, la mamá de mi mamá, cocinaba muy rico, que en su cocina solía haber estantes repletos de mermeladas de muchas variedades.  Porque mi bobe, decía mi mamá, era una experta en la creación

Cien años de amor

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Cuando era chica, me acuerdo que en casa se escuchaba a toda hora. La pequeña radio a pila en la cocina y mi vieja escuchando a Larrea. Supongo que fue ahí que empecé a quererla, en esa costumbre cotidiana. Pero pasaron varios años para que descubriera su magia. Tenía 13 años aproximadamente y me acuerdo de una sensación, una emoción nueva: la radio y la noche, una conjunción tremenda.  Aprendí a dormir con la radio encendida, escuchando música y voces amigas. Después, de a poco, empecé a investigar en el dial, a buscar emisoras, programas, horarios. Un día conocí a unos pibes que hacían un programa en una radio que se llamaba FM Okay, creo. Los pibes eran Mario Pergolini y Ari Paluch y el programa que hacían se llamaba "Feedback" y estaba buenísimo. Nunca había escuchado algo así. Un tiempo después los volví a encontrar pero  en otra FM. Era la Rock&Pop. Y ya nada fue igual. La Rock&Pop marcó mi adolescencia. Estaba la 100 con sus canciones de moda, estaba Horizontes

Nos quedan las palabras

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 Un día perdimos o creímos perder todo, pero entonces dijimos: "Nunca podrán  sacarnos el abrazo". Y entonces llegó un virus fatal  y se prohibió el abrazo. Tuvimos que aprender a distanciarnos. "Nos sacaron todo" pensamos. "Ya no nos queda nada" dijimos. Y cuando todo quedó en silencio,  y cuando los cuerpos perdieron el calor del otro cuerpo, fue ahí, ahí mismo, en el centro de la angustia  que recuperamos el don de la palabra. Aprendimos. A abrazarnos con palabras. A acariciarnos con palabras. A cuidarnos con palabras. Las palabras recorren distancia infinitas, cruzan de una punta a otra, esquivan al monstruo, llegan a destino. Las palabras nos acercaron,  nos acunaron. Las palabras nos envolvieron  y fueron cobijo y fueron encuentro. Y el mundo volvió a ser nuestro.

El sueño grande

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Tenía 11 años cuando pedí para el día del niño un cassette de Sergio Denis. Se llamaba "Por la simpleza de mi gente" y la tapa era una pintura de Anikó Szavó, un paisaje en arte naif que estaba muy de moda en los '80. A ese cassette lo gasté de tanto escucharlo. Tenía unas canciones que me fascinaban, como "Soledad", tan triste; o la joyita "Fiesta del sueño grande" junto al cuarteto Zupay y "Malísimo" de Rubén Rada. Me encantaba Sergio Denis. Me encantaba en serio. Siempre que pienso en él lo asocio a esos años de cambios tan profundos que ocurren cuando una nena tiene 11 años y empieza a picarle el bichito de los metejones y enamoramientos varios, de la coquetería y todo eso. Ahora lo llaman pre adolescencia pero en esa época seguías siendo una pendeja y punto. En fin, me acuerdo mucho de esa época porque ese era mi primer cassette sólo mío. Deseado, pedido y esperado por mí. Lo guardaba con mis objetos personales más queridos y valiosos. L

La escuela en tiempos de pandemia I

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El viernes la seño de Juan mandó tarea y pidió que se la enviáramos por correo.  Juan bufó, yo bufé.  Pero cumplimos: Juan hizo la tarea y yo mandé el correo.  Y hoy recibimos la respuesta. La seño le respondió, le dijo que hizo todo muy bien y además le hizo unas cuantas observaciones y sugerencias muy personales y muy cariñosas. A Juan le gustó muchísimo. Imagino que el mismo trabajo se tomó con cada uno de los 28 chicos del grado. Es importante decirlo, en estos días en los que, un poco en broma, un poco en serio, se viene hablando de la cantidad de tarea que los docentes están dando.  Y es cierto, a veces se zarpan. Con Juan es difícil, porque además de no ser yo su maestra, el encierro lo tiene más inquieto de lo que habitualmente ya es. En fin, dan mucha tarea y para comunicarse utilizan una tecnología que para muchísimos chicos es casi inaccesible. Pero se ocupan, se esfuerzan, lo intentan. De la nada misma. Porque los y las docentes de escuela pública trabajamos con nada, y de

Y las calles se llenaron de brujas

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 Y las calles se llenaron de brujas. Por todas partes. Las brujas marchan y se abrazan. Las brujas enarbolan sus pañuelos verdes.  Y gritan.  El grito de las brujas es una magia tan antigua como poderosa. Es el grito de guerra de las que gritaron antes. En los hogares, en las fábricas. Brujas exigiendo igualdad en el trabajo. Brujas reclamando el derecho al voto. Brujas que ardieron, como en la Santa Inquisición. Brujas sufragistas. Brujas artistas. Brujas educadoras y emancipadoras. Brujas locas. Un grito de furia antiguo recorre todos los tiempos y llega a las gargantas de las brujas nuevas, que aullan enardecidas. Herederas del saber, exorcizando el poder del patriarcado. Las brujas de ayer y las brujas de hoy, abrazadas en un aquelarre eterno.

El maltratador

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Hace mucho tiempo trabajé en una escuela privada, en la que, durante tres años, di el taller de periodismo radial y el taller de periodismo televisivo. El día que entré a la escuela por primera vez y tuve la entrevista, me recibieron con los brazos abiertos. Por un lado yo contaba con mi título de Periodista recibida en TEA; más los títulos de Profesora y Licenciada en Letras de la UBA, todo eso me otorgaba cierto prestigio y, sinceramente, me enorgullecía. Hasta ese momento yo había trabajado algunos años como profesora de lengua y literatura en escuelas públicas y además había realizado alguna breve experiencia en el mundo del periodismo. Pero esta era la primera vez que podía conjugar en una misma actividad mis dos pasiones: el periodismo y la docencia.  Y sí, claro, estaba feliz. Unos días antes de empezar a trabajar me presentaron a mi colega, quién enseñaría a otro grupo la parte técnica: cámaras, consola, etc. Ambos, me explicaron, cada uno en su espacio, debíamos ser una suerte

Historia de zapatos

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Hace muchos, muchos años atrás tuve un par de zapatos. Uno solo. En esa época no tenía un mango y comprarlo fue todo un esfuerzo. Lo compré el día que me recibí de periodista en TEA. Un lindo par de zapatos de nobuck negros y con tacos altos y cuadrados.  Mi tía me había regalado la ropa para la entrega de diplomas, ropa sastre: una bermuda azul de vestir, un blazer de mangas cortas y una blusa negra.  Así que yo me compré mis zapatitos negros. Desde entonces podría decir que esa ropa, con alguna que otra combinación, y ese par de zapatos, durante años fueron mi única ropa de salir. Pero claro, con el tiempo la ropa se gastó, mi cuerpo cambió y la ropa pasó a nuevas manos.   Pero los zapatos no. Los usaba para todo: Para ir a trabajar, para salir. Tanto los usaba, a tal punto, que uno de los zapatos, el derecho, tenía moldeada la forma de un callito en el dedo chiquito. Una vez a uno se le rompió el taco. Otra vez, se volvió a romper el taco. Varias veces terminé sentada en una zapater

El barrio, el mundo

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De chica viví en un barrio bonito, de casas bajas y poco tránsito, donde todos nos conocíamos. En ese barrio las veredas y las calles eran para nosotros y nosotras como parques o plazas porque podíamos correr y jugar. De muy chicos jugabámos a la escondida y podíamos ocultarnos en cualquier patio delantero de cualquier casa de la manzana. En las noches de verano los vecinos y las vecinas sacaban sus sillitas a la puerta y conversaban unos con otros. Y ahí iba mi papá, a la esquina, a reunirse con los hombres grandes, el Tata, Don Lirio, Don Gil. Y por allá en el medio de la calle, mi hermana y yo, junto a mis vecinas, Laura y Andrea, disfrutábamos de la noche de calor andando en patines. Para un lado, para el otro, ida y vuelta, de una esquina a la otra.  "¡Auto!" gritaba alguien y nos íbamos para el cordón hasta que el auto en cuestión terminara de pasar. Frente a mi casa había un gran depósito mayorista, lo de "Toto" se llamaba, o quizás sólo le decían, en honor a

Lo que todos merecemos

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Hace un par de semanas, poco antes de terminar las vacaciones de invierno (perdón, receso escolar) empecé con un cuadro de alergia muy fuerte, que todavía me dura un poco. Brazos, piernas y torso, repletos de un sarpullido continuo y molesto. Me angustié, me preocupé, me enojé. Después fui a la dermatóloga y me dio una dieta super estricta, un jabón especial y de a poco la piel empezó a mejorar. Cuando pasó el temor, empecé a pensar, más allá de la explicación médica, cuál era la razón más profunda por la que me broté. Porque sí, yo me broté literalmente y también metafóricamente. La respuesta llegó rápida, estaba ahí, a la vista: no quería volver a la escuela. No quería volver y entonces me broté. Así fue. Yo sabía que no quería volver. Lo sabía por la sensación de angustia, lo sabía porque me invadía una especie de desolación. Pero no lo quería poner en palabras. Sabía, también, que lo que me pasaba no tenía que ver con pereza, ni con desinterés ¿Por qué no quería volver a mi trabajo