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Por qué escribimos: el dedo y la palabra

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—Llevan mucha prisa  —dijo el Principito  —. ¿Qué buscan? — Hasta el hombre de la locomotora lo ignora —dijo el guardaagujas. Y un segundo rápido iluminado rugió, en sentido inverso. —¿Vuelven ya? —preguntó el principito. —No son los mismos —dijo el guardaagujas—. Es un cambio. —¿No estaban contentos donde estaban? —Nadie está nunca contento donde está —dijo el guardaagujas.  Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado. —¿Persiguen a los primeros viajeros? —preguntó el principito. —No persiguen absolutamente nada —dijo el guardaagujas—. Ahí adentro duermen o bostezan. Sólo los niños aplastan sus narices contra los vidrios. —Sólo los niños saben lo que buscan —dijo el principito .                            El Principito, capitulo XXII Es casi el mediodía y estoy cocinando. Escucho la radio, lavo un plato, pelo una cebolla, y entre una cosa y otra, enchufo la minipimer para procesar algunos pedacitos  de zanahoria. Apreto un botón y el aparatito hace lo suyo. Al rato tengo un monto

Alas

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La UBA, mi hogar

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Una vez, hace muchos años, llegué a la Facultad. El día que por primera vez anduve por los pasillos de Filo temblaba de emoción. Todo era inmenso, inabarcable para mis ojos ávidos y curiosos. Me había anotado en Teoría Literaria. Cuando entré me encontré con un aula gigante, enorme, repleta de estudiantes. Y ahí empezó la aventura. Esos primeros días fueron de puro asombro. Muchas veces antes me había sentido mal. Yo e ra un bicho raro, y los bichos raros pueden ser ignorados y también, molestados. Así fue siempre. Pero entonces llegué a Puán y allí  había muchas personas tan absurdas como yo, a quienes también les daba felicidad hablar de libros, de literatura y de lenguaje. En las clases de gramática escuchábamos a Kovacci y hacíamos chistes entre nosotros  sobre el esquema arboreo de Chomsky y decíamos que un día nos íbamos a hacer remeras con la frase: "La mesa come carne". Nos sentíamos parte de algo que era muy nuestro. La biblioteca de Puán, las aulas, cada clase

Lo que dure el encanto

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"Quiero un tiempo pero tiempo no apurado, tiempo de jugar que es el mejor. Por favor me lo da suelto y no enjaulado adentro de un despertador".                                     María Elena Walsh Desde hace un tiempo Juan empezó a llevar bolitas a la escuela para jugar en los recreos. Como antes, como hace dos años.  Un par de veces volvió feliz porque había ganado una meteorito y cada mañana se ocupó de guardar un par en el bolsillo de la mochila. Le pregunté si los dejaban jugar y me explicó que sí, porque cada uno después limpiaba con alcohol en gel las bolitas que se llevaba. No sé si pensé mucho en la pertinencia del juego. Sinceramente, y ya que el sistema los hizo regresar a la presencialidad en medio de la pandemia, me alegró imaginarlo jugando feliz. Hoy volvió con una nueva prohibición de pandemia. Prohibido llevar bolitas, las bolitas pasan de mano en mano, andan por el piso. No se puede, es peligroso.  _ ¡Maldita pandemia! _me dijo enojado.  Cuando empezó el año

Contarme y contarte, para construir nuevas voces

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Esa violencia...

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No es novedad, ya lo sé, la pandemia transformó nuestras vidas. El mundo cotidiano, nuestros afectos, nuestras prioridades. Todo se trastocó. Desde que empezó la pandemia cada día termina con una cifra fatal, una  cifra más o menos alta de personas que ya no están. A veces esos números nos tocan de cerca, a veces está el nombre de algún conocido, a veces... Desde que empezó la pandemia la muerte coquetea con nosotros, nos desafía, nos rodea. Nos ponemos tapabocas, lavamos objetos, rociamos todo con alcohol, no nos tocamos. Para escapar de la muerte y de su acoso. Desde que empezó la pandemia muchísimas personas perdieron su trabajo. Crecen y se reproducen por todas partes las manos que hacen changas, pizzas caseras, tejidos. Y se reproducen también las situaciones de depresión de quienes no pudieron con tanto peso. Desde que empezó la pandemia las escuelas se convirtieron en propuestas de cartón. La educación pasó a ser una virtualidad mentirosa y rudimentaria, y más tarde u

Una historia de amor en tiempos de pandemia

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En estos días tan difíciles que estamos atravesando esta  es una historia de amor simple y cotidiana. Es la historia de un amor que le ganó al tiempo y a los miedos, a la rutina y al cansancio. Cuenta esta historia de dos jóvenes que un día se conocieron y se enamoraron. Y este amor fue tan grande que decidieron compartir la vida, un hogar, sueños y  batallas. Cierta vez, narra la historia, él se fue de viaje y para que la tuviera presente, ella le regaló un libro con una dedicatoria muy bella. En fin, esta historia siguió durante largas décadas por extensos vericuetos. El tiempo pasó y pasó.  A veces ella le preguntaba: - ¿Me vas a querer cuando sea viejita? - No ves que te estoy queriendo- contestaba él y ambos reían. Pero, cuenta la historia que un día, después de vivir muchísima vida juntos, partió él hacia la eternidad de la muerte. Los que conocen la historia d icen que ella lo lloró mucho, con esa tristeza dulce y serena que queda después de haber disfrutado cada minuto jun

Hasta qué el fuego nos reúna

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Todo empieza con una conversación banal, intrascendente. Esto y aquello, y entonces una vez más, llegamos al feminismo.  Así son últimamente todas las conversaciones con mi hermana: cualquier tema nos lleva inexorablemente a hablar de feminismo. Necesitamos hablar, saber. Necesitamos entender qué nos pasó en la vida, qué nos pasó en realidad cuando creíamos que nos pasaban otras cosas. "¡Maldito feminismo!" decimos cómplices y nos reímos. Estamos descubriendo juntas. Esta mañana, entre mates, empezamos a hablar de libros. Opiniones y recomendaciones. Llegamos así a Madame Bovary y a Ana Karenina, dos grandes libros que abordan problemáticas femeninas. Dos joyas escritas por brillantes y geniales hombres.  Literatura sobre mujeres escrita por hombres. Bellas y trágicas obras. Empezamos a hablar de Sofía, la esposa de Tolstoi, su Kitty. Elucubramos cuánto de su propio talento hay en la obra de su esposo. Entonces surge otra Emma que no es Bovary sino la Emma de Jane Austin. Aho

Reconstrucción de patria

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"Quizá mi única noción de patria sea esta urgencia de decir Nosotros quizá mi única noción de patria sea este regreso al propio desconcierto."                                      M. Benedetti Hace pocos días mi hijo hizo su promesa a la bandera en la escuela.  El acto en cuestión se hizo en el patio, cuidando mucho las distancias pero sin que faltara nada: música, decorado, escarapelas. Yo filmé y saqué fotos, y cuando su vocecita junto a las de sus compañeros gritó bien fuerte "¡Sí, prometo!", ahí nomás empecé a lagrimear emocionada. Unos días antes me había encarado: "¿Por qué es importante prometer la bandera?". Le dije que la bandera representaba a la patria, que en esa acción uno prometía lealtad a su tierra. Después le hablé de Belgrano, de la lucha por la independencia y de la necesidad de tener un estandarte propio que representara a los revolucionarios, inspirado en aquel distintivo que fue la escarapela. Yo no sé si se quedó muy conforme, per

Qué fantástica esta fiesta!

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Desde que me enteré de la noticia no puedo parar de cantar las canciones de Raffaella. No sé si a ustedes les pasa también, pero hay a lgo increíble que me sucede con la música. La música a veces trae aromas, gustos,  imágenes de otros tiempos. Son los '70. Estoy en mi habitación con mi hermana y mis dos vecinas de enfrente. En el tocadiscos una canción suena a todo volumen. Nosotras nos reímos fuerte mientras cantamos y bailamos. Suena el estribillo y nuestras cabecitas cuelgan hacia abajo para tomar impulso, las puntas del pelo casi rozan el piso de madera, un parquet gastado y opaco, y entonces con un fuerte envión todas al mismo tiempo levantamos nuestras cabezas de golpe, sin dejar de cantar a los gritos. Sentimos toda la adrenalina junta y nos reímos fuerte. Somos muy chiquitas y no s encanta Raffaella. Nos encanta cantar y bailar sus canciones. La admiramos. Es hermosa, con esos vestidos llenos de lentejuelas y muchos brillitos. Tengo en mi mano un micrófono de jugu

El frío y las ausencias

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Necesito hablar del frío. En estos días de aulas heladas y de puertas abiertas, de chicos y docentes ovillados sobre sí mismos y de manos congeladas, me es imprescindible hablar hoy, ahora, del frío. No puedo pensar en otra cosa. Necesito escribir. Quizás las palabras me brinden el calor que hoy preciso. Siempre le tuve miedo al frío. Contaba mi mamá que de muy chica, cuando me bañaba, mis labios pequeñitos se ponían morados. Y tengo también el recuerdo de haber salido del mar castañeando los dientes una y otra vez. En alguna ocasión el frío me produjo dolor de estómago, y muchísimas veces dolor de cabeza. El frío lástima el cuerpo y golpea el alma. Y es el frío de hoy, el que me trae recuerdos de tiempos pasados, de momentos de tanta vulnerabilidad.  Aquella casa enorme, tan grande, tan fría y nosotros tan tristes en ella, tan carentes y tan solos. Son recuerdos que el frío nos devuelve como algo viejo e inútil que queremos desechar pero siempre regresa. Esos tiempos  en

Pablo, un cuento que es poesía

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Horacio, Osvaldo y las puertas que se abren

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 No conocí mucho a Horacio González. Tampoco supe mucho de su desempeño como  Director de la Biblioteca Nacional. Pero tengo un recuerdo importante. Fue hace trece años, cuando andábamos Carcoveando por ahí. Hacía poco Osvaldo Bayer había perdido a su nieto y se había ido a Alemania, para estar junto a su hija. Era lógico que se ocupara de sus afectos personales y que se desentendiera de nuestro proyecto. Pero no lo hizo, ni siquiera a la distancia. Un día así cómo hoy, revisando el correo, me encontré con un mensaje suyo: me contaba entusiasmado que había hablado con Horacio González. La presentación en la Biblioteca Nacional ya era un hecho, nos confirmaba. Según explicaba en el mensaje, Horacio González estaba encantado. Unos días antes, con mi compañera en el proyecto fuimos a la Biblioteca a dejar dos ejemplares del libro. Nos recibieron amorosamente y nos llevaron a recorrer, a conocer ese lugar maravilloso. Y así, un día, las puertas de esa Biblioteca  inmensa e increíb

La noticia (Un cuento para exorcizar los recuerdos)

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  La noticia llega de golpe una mañana. Abre el wasap y ahí esta el mensaje de su amiga. La foto es de una nota de un diario y debajo el comentario: "Lo vi y me acordé de vos, creo que lo conocías, no?". Sí, lo conocía. Lo conoció. Antes de contestar abre el navegador y empieza a buscar, algo, no sabe bien qué. La noticia es de algunas semanas atrás. Casi un mes. Por lo que puede leer, fue el virus, el maldito virus que está destrozando todo.  Hace un mate y se sienta en la cocina mirando cómo el agua cae sobre la yerba nueva. Se queda así un rato, pensando, recordando.  Sí, piensa, la noticia la había sorprendido. Como aquella vez, hace tanto tiempo la sorprendió eso que pretendió ser un beso inesperado. Pero aquella vez no supo qué sentir. Decepción, enojo quizás? No. Fue culpa. Lo que sintió aquel día, cuando él la sorprendió en medio de un saludo de despedida, fue culpa. ¿Qué había hecho mal? ¿Qué señales equivocadas había dado? ¿Había quedado como una tonta?  Ahora, mien

Redes y esperanzas

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Para Debo Las noticias empezaron a llegar por esas redes misteriosas que se tienden cuando el dolor es tanto que necesitamos tejer puentes. Las noticias dolían. La vida estaba toda mal, afuera y adentro. El monstruo había logrado entrar al hogar y ahora los médicos hacían lo que podían. Quizás fue porque un doctor la miró con desaliento, quizás fueron unas pocas palabras, quizás tan sólo un gesto. Pero esta mujer no sabía de renuncias.  "No aflojen que él no afloja y yo tampoco " les dijo a los médicos.  Se los dijo y fue un pedido y un ruego y una orden. Se los dijo con esa mezcla de firmeza y ternura, de dolor y fortaleza que nos sale de las entrañas a las mujeres cuando nuestra tribu está en peligro. "No aflojen" pidió, dijo, ordenó, rogó. Y los médicos no aflojaron. Dicen los que la conocen que durante todos esos días no durmió, dicen que no sabía del sueño, dicen que no quería escuchar los malos augurios. Dicen que no quiso rendirse. Y pasó en esta historia que

La vuelta a clases y nuestro compromiso con el conocimiento.

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  Hace muchos años, cuando recién comenzaba a dar mis primeros pasos en la docencia, una de las lecciones  que tuve que aprender fue la de decir "esto no lo sé" o "me equivoqué". No es fácil eh! Al principio me ponía colorada y sentía que me hervían las mejillas. De pronto me encontraba con decenas de ojos adolescentes escrudiñándome, tratando de descubrir si era una docente o una auténtica  impostora. No, no es fácil, mucho más sencillo es, sin dudas, tratar de dibujarla y hacer de cuenta que uno no dijo lo que dicen que dijo o que uno sí lo dijo, y es lo mismo que dice ahora, aunque sea exactamente lo contrario. Y sí, armar toda esa farsa es algo retorcido, pero créanme que más intrincado que construir todo ese artilugio es plantarse frente a un curso de, pongamosle, veinte adolescentes, y decir "Eso que dije está mal" o "La verdad es que no tengo idea sobre ese tema" y después de eso seguir adelante. Ocurre a menudo que reconocer un error

El dia del periodista y lo que me acordé en el camino.

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Cuando era chica, en la escuela primaria leí acerca de Mariano Moreno. Sin tener muy claras las razones, ese tipo tan lleno de ideales conquistó mi respeto y mi admiración. Moreno era mi prócer favorito, decía la nena que fui.  También fue por aquellos años que empecé a sentir por qué caminos iba a llevarme la vida. Sabía que leer y escribir era todo lo que amaba. En el Kinder del Peretz de Villa Lynch, empezábamos a crear una revista nuestra. Me anoté como una de las redactoras y escribí tres notas: una sobre María Elena Walsh, otra sobre una niña del gueto de Varsovia y la tercera, una reflexión personal sobre la guerra y la paz. Me gustaba y me divertía contar, decir. Me gustaba palabrear. Cuando estaba en séptimo grado la hija de mi profesora de ingreso (Sí gente, soy de la generación que rendía examen para ingresar a la prestigiosa escuela pública) me habló de la carrera de Letras en la UBA. Desde entonces supe que era eso lo que iba a estudiar después de terminar la escuela secun