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La escuela rota

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Érase una vez el frío Cuando estoy yendo para el aula de sexto leo los mensajes en el celular. La preceptora y la profesora de la hora anterior me avisan que los chicos están abajo, en el patio.  Cuando bajo me encuentro con varios cursos, cuatro o cinco grupitos por aquí y allá. Es un día frío pero el sol los cobija.   Están ahí, a la intemperie, porque afuera el sol abriga más que las paredes del aula. Yo vengo de dar clases y tengo las manos congeladas. Justo en esa ala de la escuela no entra una gota de sol. No te imaginás el frío que hace en un aula.  Pensá en una habitación en la que todo es frío: cemento, chapa, baldosas, bancos. No hay cortinas, ni alfombras ni nada. Pensá que esa habitación está vacía horas y horas. A veces el viento se filtra por las fisuras de las puertas o de los ventanales, a veces se llueve en algún rincón. Pensá que los chicos entran a esas aulas heladas a primera hora de la mañana.  Ahora te pido que pienses algo peor. Pensá que en esas aulas no hay es

Contrastes

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Repaso Durante la cuarentena, leí o escuché, no recuerdo bien, algo que me pareció muy significativo. Resultaba ser que cuando se le preguntaba a cualquier persona qué cosas extrañaban de la vida antes del covid, la mayoría mencionaba momentos absolutamente simples y aparentemente banales: un mate entre amigos, una reunión, un abrazo.  Es raro. Vivimos intentando llenar nuestras vidas de momentos épicos, gloriosos. Pero cuando hablamos de elegir momentos felices, nos quedamos con los más cotidianos. Me acuerdo que durante la pandemia hice un pequeño listado de esos momentos entrañables. Ir a la plaza con Juan y las mamis de la escuela, ir al teatro con mi grupo de profes amigas, los mates charlados con mi amiga del alma.  Esas cosas extrañaba. Pienso en esos días de encierro, en la nostalgia. La cuarentena me dejó algunas buenas experiencias. Fueron días de mucha introspección. Leer, escribir, grabar alguna poesía. Pensar. Fue interesante y lo disfruté. Ese fue mi lado B de la cuarente

El cuento de la criada y el control de los cuerpos.

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Territorios fecundos Ayer finalmente pude ver el último capítulo de la cuarta temporada de El cuento de la criada. Me atrapó, me conmovió y aquí estoy ahora, a la espera de la quinta y última temporada. Mientras tanto, estas son algunas impresiones que quiero dejar por aquí para compartir. Antes quiero aclarar que me debo la lectura de la novela homónima de Margaret Atwood en la que se basa la serie.   Ahora sí, empecemos por la trama, una supuesta distopía muy cercana. La historia está tan pero tan bien contada que la atención se sostiene sin dificultad. La opresión se siente en cada escena y por momentos es desesperante. En ese ámbito hostil, impregnado de muerte y represión, hay un recorrido de la protagonista y de los otros personajes. Un camino que se desarrolla, no tanto a través de las acciones, que por momentos se vuelven circulares y repetitivas, sino en  el interior de los propios personajes, cuyas vidas en otro tiempo fueron tan diferentes. Especialmente las mujeres, o mejo

La Multicolor y las elecciones sindicales

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Cuenta la leyenda que después de perder las elecciones una vez más, un grupo de  zurditos se había reunido en las puertas del sindicato. Frente a ellos pasó la candidata de la lista ganadora y todos comenzaron a cantar el tan conocido cantito:  "Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical".  _ Parece que no es cierto_ dijo la burócrata muy oronda. Podríamos pensar que quizás fue un furcio o un acto fallido, pero no. Cuenta la leyenda qua la burócrata dijo exactamente lo que quiso decir. Ayer volvimos a perder las elecciones del sindicato, una vez más. Para mí esta elección fue muy especial. Por un lado mi hijo está más grande y pude involucrarme y participar en la campaña. Por otra parte, es muy probable que sea la última elección en la que participe, al menos como docente activa. En fin, cada vez que empezamos a armar algo desde la oposición todo es muy difícil. A veces me enojo y planteo a mis compañeros por qué no contamos públicamente todo lo que nos ocurre. Lo

Acoso escolar

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Los malos de la película  Hace unos días hubo un conflicto en el aula de segundo año. Estaba corrigiendo la tarea y de pronto empecé a sentir el cuchicheo, las miradas furtivas, alguna frase suelta. Un rato después una nena lloraba desconsoladamente frente a mí.  Al parecer, a excepción de dos compañeros que le hicieron el aguante, el resto de los chicos había decidido dejarla afuera del grupo, aislarla de todo y de todos. Intenté calmarla sin éxito, estaba muy angustiada y no paraba de llorar. Entonces les propuse a los chicos hablar sobre lo que estaba pasando. Empezaron a contar y me dieron sus explicaciones.  Las opiniones apuntaban a una condena unánime. Era mala, decían, hablaba mal de los demás, y además había insultado. Después de recordarles que ellos también se insultaban, y mucho, empecé a seguir el caminito de los dimes y diretes: ¿qué había dicho?, ¿quién lo había contado?, ¿fueron esas las palabras que uso? De a poco los chismes empezaron a desarmarse. No fue tan así, en

Pensar en ellos

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 _ ¿Y qué quiere? ¿Que no me defienda? Si ella me viene a pegar yo me voy a defender_ me explica. _ ¿Pero por qué  te vino a pegar? _pregunto. _ No sé, me dijo que hablé mal de ella. _ ¿Y vos habías hablado mal de ella?  Me mira y una leve sonrisa aparece en su rostro. _ No soy la única profe. No. No es la única. Conversaciones como esta se repiten una y otra vez. Casi todas tienen frases parecidas: "él empezó", ""me miró mal", "se metió con mi mamá", "me insultó", "miró a mi novio", "le pegó a mi hermana". Una palabra, una mirada, un rumor y de un momento  a otro se produce un conflicto. Últimamente así está el clima en la escuela. En las escuelas, porque mis colegas cuentan que en sus escuelas ocurren hechos similares. ¿Cómo se sigue? Lo pregunto con honestidad, a sabiendas de todas las críticas que llueven sobre los docentes cuando surgen hechos de violencia en las aulas. La sociedad, la misma que habitualmente desvalo

En la campana de vidrio

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"Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre y no quiero ser, jamás, una mosca aplastada bajo la campana de vidrio."                                                                                     Raúl González Tuñón Recorriendo mis notas, me doy cuenta de que hay una constante en casi todo lo que escribo, un cierto tema que atraviesa mi escritura, que va y vuelve, que gira para un lado y para el otro, que se va un rato pero siempre regresa. Desde hace un año y pico, exactamente desde el regreso gradual a la vida antes de la pandemia, mis textos abundan en quejas, en reclamos y en lamentos por lo que no es. Y también en deseos, claro, siempre deseos de que el mundo sea otro. Estoy harta. Y no soy la única. En las escuelas se siente y se respira un hartazgo infinito. Este hartazgo que viene de años de bronca y de cansancio. Hartazgo de que todo siga igual o peor que antes de la pandemia. Volvimos como si nada hubiera ocurrido; volvimos a escuelas deterioradas, sucias

Romper los muros

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A veces el mundo es tan patriarcal que duele caminar en él. Andar el mundo y tropezar a cada instante con enormes muros que nos cierran el paso. Muros que intentan marcar cuál es el límite de nuestras libertades. Hasta acá, nos dicen. Tontas nosotras que creemos (y queremos) manejar nuestros tiempos y construir nuestros espacios de acción. Tontas. Hasta acá. Tu tiempo es nuestro, nos dicen; tus espacios, los que te permitimos. De todas formas no se la hacemos fácil a nadie, y ahí estamos, intentando quedarnos con una parte de eso que nos pertenece. No es una novedad, seguro. Solo que a veces nos olvidamos, o quisiéramos olvidarnos, o necesitamos olvidarnos. Si olvidamos los muros que nos cierran el paso a veces podemos escapar.  Si olvidamos el límite trazado podemos  continuar andando. En ocasiones, ocurre que esos muros  estan allí desde tiempos tan antiguos, que ni siquiera las reconocemos, son parte del paisaje, de lo cotidiano. No los vemos. Pero están. En todas partes y todo el t

La escuela y los distintos, parte III. La imaginación.

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  Suena el timbre del recreo y Juli mira hacia las puerta de la biblioteca. Pronto llegan las voces de los chicos, los pasos en la escalera y los retos de la preceptora pidiendo que suban despacio. Unos segundos después entran. La biblioteca se mueve. Cuando una biblioteca escolar está viva, cuando hay trabajo, interés, deseo, siempre hay movimiento, siempre hay ruidos, voces, chicos que buscan libros, maestros organizando actividades. A veces pasa que la biblioteca es también refugio para los desobedientes, para los incomprendidos, para los marginados. A veces encuentran allí lo que necesitan: alguien que les pueda ofrecer una historia. Un cuento. Un par de palabras que los lleven por otros caminos.  Como pasó cuando Juli trabajaba en la primaria, y ese nene de ojos inmensos se escapaba del aula para estar con ella, con sus libros y sus aventuras. La maestra ya no sabía qué hacer, y entonces estuvo Juli, el acuerdo fue tácito y la biblioteca fue el lugar en el que Juli lo cobijó a él

Fuentealba

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Fue hace quince años. En Carcova.  Docentes, familias y estudiantes de la escuela veníamos muy golpeados: Años de lucha, saqueo, robos y tomas de los papás pidiendo una escuela en condiciones.  Después, el comienzo de una obra que parecía una burla hacia toda la comunidad y que finalmente  se transformó en el eje del dolor y del maltrato, cuando un albañil abusó de una nena. Con nuestros distintivos "Dejen que salga la verdad" resistimos a cuanto funcionario se nos enfrentó. No íbamos a volver hasta que la escuela estuviese en condiciones, hasta tener respuestas. Así llegó el traslado provisorio a una escuela en San Andrés. Pasamos un mes sin clases. Los papás estaban muy nerviosos, enojados, dolidos. Sentían la injusticia de una sociedad que los olvidaba día a día. En medio de todo, cuando faltaban unos días para retomar las clases, ocurrió algo que para nosotros fue una representación de todo lo que estábamos enfrentando: el asesinato de un maestro, Carlos Fuentealba. En re

Malvinas

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La guerra, la respuesta más extrema y despiadada a cualquier tipo de conflicto. La guerra, la única posibilidad cuando se trata de defender la vida ante la muerte que acecha. La guerra, accionar ante una fuerza que amenaza con destruir el mundo que queremos.  ¿Qué es una guerra? Difícil proponer una respuesta sin caer en lugares comunes, en clichés. Y sobre todo, sin ofender a quienes participaron en ella. Una, que ni siquiera sintió un temblor lejano, que nunca vivió la muerte tan cercana. Así que empiezo por las preguntas. ¿Qué es una guerra? ¿Qué se defiende en una guerra? ¿Por qué se lucha? ¿Cuáles son los intereses en juego? ¿Qué es la territorialidad? ¿Qué significa que una tierra nos pertenece? ¿Y que es la pertenencia entonces? ¿A quién le pertenece la tierra? ¿Qué afectos y emociones nos unían a ese suelo antes de que estallara la guerra de Malvinas? ¿Es lo mismo luchar para defender la tierra que habitamos, nuestra casa, la de nuestra gente, que levantarse en armas en un luga

La escuela y los distintos II (Sigo enojada)

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Recuerdos con tinte gris A los cinco años empecé a ir a terapia.  Bueno, está bien, voy a decirlo de manera menos glamorosa: tenía cinco años cuando las maestras de jardín "aconsejaron" a mis padres, en varias e insistentes oportunidades, enviarme a una psicóloga. Las razones las supongo. Yo no me integraba a las actividades, o no lo hacía cómo se esperaba. Algo así. También recuerdo las dificultades que tenía para relacionarme. Jugaba sola, en mi mundo. El otro, el de afuera, me resultaba hostil.  Y yo creo, a la distancia, que tenía toda la razón. En los retazos de recuerdos que guardo de aquellos años predomina un tinte gris, lleno de manchitas por todas partes. Si alguna vez la pasé bien no lo recuerdo. En mi memoria sólo quedaron sensaciones desagradables. Me acuerdo, por ejemplo, cuando tuve que usar un parche en el ojo para corregir una desviación y mis compañeritos decidieron apodarme "La vieja vizcacha".  Hermoso.  Y si de pronto había había algún aroma des

La escuela y los distintos (dolor y enojo)

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Esto pasó hace ya seis años. Cuando Juan estaba en jardín. Aquel mediodía lo fui a retirar como siempre pero esta vez la seño me encaró, necesitaba hablar conmigo. Durante la clase que dio la prácticante Juan no paró de moverse. Al parecer, mientras la maestra leía un cuento, Juan se metía abajo de las sillas, jugaba y no prestaba atención. Ese mediodía me enojé con él, lo reté y le dí lo que en ese momento era el peor castigo: no iba a ver a Zamba en Paka Paka. Llanto, mucho llanto. Mamá inflexible. Pero esa tarde, mientras jugaba en el comedor, Juan me empezó a contar el cuento que la seño había leído. Me lo contó todo, completito. Al otro día, cuando lo llevé al jardín, le pregunté a la maestra si lo que habían leído era El sastrecillo valiente. Sí, efectivamente. Contra toda lógica, Juan había prestado atención y además había entendido el cuento. A partir de ese momento supe que el paso de mi hijo por la educación formal iba a ser complicado. Así fue. Los dos primeros años de prima